EL ENFERMO DE EUROPA
Editorial de “ABC” del 30.05.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
EUROPA vuelve a tener su
enfermo entrado el siglo XXI. Esta vez es Francia, no la decimonónica Turquía
otomana. Quienes con cursilería y bastante ignorancia histórica han atribuido a
Francia el papel de representar uno de los ventrículos del supuesto corazón de
Europa, habrán de reconocer ahora que tenían que haber sido un poco más
discretos y cuidadosos con sus afirmaciones y, sobre todo, con sus compromisos
exteriores. Especialmente porque la aplastante victoria del «no» francés ha
demostrado que ese presunto corazón estaba tan enfermo que ha sufrido un
gravísimo infarto en las urnas. Lo ocurrido es la demostración más palmaria del
fracaso de un modelo sustentado sobre el intervencionismo, el centralismo a
ultranza y el anquilosamiento de unas rígidas estructuras administrativas. La
clase política francesa ha vuelto a sacar lo peor de sí misma. Ahora habrá que
preguntarse cómo se afrontará el futuro inmediato de Europa con una Francia en
la «unidad de cuidados intensivos» y una Alemania a punto de afrontar unas
elecciones generales que, casi con seguridad, darán a los cristianodemócratas
una contundente victoria sobre el canciller Schröder, alterándose así las líneas
de acción que han venido rigiendo la marcha del llamado eje franco-alemán. Así
las cosas, la Constitución europea ha dado un gravísimo traspié cuando comenzaba
la andadura de su ratificación por los distintos Estados de la UE. La zancadilla
que le ha puesto uno de los países centrales del proyecto europeo deja a éste en
una difícil situación. Digamos las cosas por su nombre: sin Francia, el Tratado
Constitucional está herido de muerte. Sobre todo si no existe -tal y como
aventuró Barnier, el ministro de Exteriores francés- un «plan B» y si, como
apuntan también los sondeos, otro de los países fundadores del viejo Mercado
Común vota «no» el próximo miércoles en el referéndum, que es lo que puede
llegar a suceder con Holanda.
La responsabilidad del presidente Chirac y del primer ministro Raffarin es
evidente. La política del avestruz que han venido practicando desde que sus
proyectos de reformas fracasaron por la presión de los sindicatos y la izquierda
francesa ha vuelto a demostrarse fallida. Sin liderazgo real, sin proyecto y
guiado por un evidente narcisismo presidencialista, el presidente Chirac ha
cosechado una derrota personal que lo aleja definitivamente de la posibilidad de
una nueva elección. Los pulsos perdidos ante la opinión pública más
recalcitrantemente estatista y burocrática han vuelto a pasarle factura. El baño
de multitudes que lo elevó a los altares de la popularidad durante la guerra de
Irak de nada le ha servido ahora. De hecho, la incomprensible dejadez y la
errática política económica y social del tándem Chirac-Raffarin han ido
caldeando el ambiente, tanto que, al final, han hecho posible que el chauvinismo
nacionalista de la derecha francesa se haya aliado con los sectores más
escleróticos y retardatarios de la izquierda gala, ahormando un frente
antieuropeo cuya transversalidad compartida desvela que Francia está mucho más
enferma de intervencionismo de lo que algunos venían aventurando desde hace
algunos años.
Por otra parte, el oportunismo de políticos de la izquierda moderada como
Laurent Fabius merece un aparte. La utilización que ha hecho del referéndum
frente a Hollande y la agitación que ha provocado sobre buena parte de un
electorado del PSF más comprometido con la visión de un socialismo ortodoxo y
antiliberal sitúan el escenario político francés en un horizonte de tensión y
crispación que habrá que tener en cuenta de cara al futuro.
El susto que dio Francia en las pasadas presidenciales, colocando en la segunda
vuelta a Le Pen como candidato, y el inquietante «no» logrado ayer con tanta
holgura vuelven a hacer de nuestro vecino del norte un problema debido a la
constatación de que padece una enfermedad que requiere un adecuado diagnóstico
sociológico. Habrá que empezar a preguntarse qué pasa realmente con un país que
decide tan frecuentemente asomarse al abismo. Sobre todo porque al hacerlo nos
lleva a los demás a tener que compartir sus tensiones y fracturas interiores.
Francia está indudablemente enferma y el diagnóstico debería servir de toque de
atención a Zapatero, que ha adoptado una actitud paradigmática. Su fuerte
apuesta exterior en favor del eje franco-alemán y su deseo de congraciarse con
él anticipando la aprobación del Tratado Constitucional deja en muy mal lugar al
Gobierno socialista y al compromiso europeísta de nuestro país.