LA EMERGENTE ALIANZA ANTI SISTEMA
Artículo de GUSTAVO DE ARÍSTEGUI en “ABC” del 30/03/05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Una
de las características más preocupantes de los momentos más críticos de la
historia de la Humanidad, de los puntos de inflexión decisivos, es que se
presentan sin avisar, y casi siempre pasan inadvertidos a la mayor parte de sus
protagonistas. Tomemos como ejemplo el estallido de la Primera Guerra Mundial,
que se hizo inevitable, la carrera armamentística, la estupidez, el nacionalismo
exacerbado, y la incapacidad de rectificar. Las ideologías totalitarias a lo
largo del siglo pasado lograron anestesiar y amedrentar a la Humanidad para
ganar tiempo y margen de maniobra, armarse, conquistar países - en ocasiones sin
pegar un tiro, como el Anschluss nazi de Austria-, tratando de presentarse como
movimientos pacíficos, deseosos de lograr una paz perpetua y justa, diciendo ser
la víctima de conspiraciones malintencionadas, y asegurando que su agresividad
era simplemente defensiva. Estos totalitarismos esperaron y siguen esperando,
con la paciencia de los depredadores más sanguinarios, a que sus presas
confiadas estén a su alcance para darle el tiro de gracia a la libertad. Ésta
podría muy bien ser una situación tristemente similar a la que nos encontramos.
Desde los inicios del siglo XXI se vislumbran preocupantes factores de profunda
y muy peligrosa inestabilidad, elementos como quizás no habíamos sufrido en los
últimos veinte años. Pocas veces la realidad podría llegar a tener unos efectos
más perturbadores, disgregadores y destructivos, por la confluencia de algunos
de los fenómenos más agresivos y expansivos. Algunos de ellos se han disfrazado
exitosamente como pacíficos e inocuos. Otros, por el contrario, no disimulan y
son abiertamente hostiles, agresivos, y ya han demostrado su voluntad y
capacidad destructora. Entre ellos hay en apariencia poca relación y sin embargo
comparten algo fundamental, su anti-occidentalismo, anti-americanismo,
anti-globalización, anti-semitismo, anti-cristianismo, además de su
mercadofobia. La alianza de los anti es en apariencia endeble, y sin embargo es
un eficaz polo de atracción para los movimientos radicales del planeta, que
aunque no compartan la totalidad de sus postulados, sí comparten adversarios y
enemigos. Los movimientos anti-globalización son una de sus más eficaces
plataformas.
El primero de estos elementos peligrosos es el populismo totalitario, represivo,
irresponsable, antidemocrático y expansivo que se ha instalado en algunos países
de América Latina. El populismo por definición carece de ideología reconocible,
su único y verdadero afán es el poder, el dominio, y perpetuarse. Cuando algunos
sectores de la izquierda, generalmente los más radicalizados, pero
lamentablemente no sólo ellos, aclaman como referente esencial a un personaje
vacío doctrinalmente y filofascista en los métodos y en las formas como lo es
Hugo Chávez Frías, presidente de Venezuela, es que la sequía ideológica en la
izquierda es más grave de lo que los más pesimistas vaticinaron. Chávez es la
esperanza blanca del castrismo fracasado, anacrónico y moribundo, que intuye que
su continuidad es inviable en la Isla y que sólo es posible a través del
presidente venezolano y del MVR (Movimiento 5ª República), su extravagante,
radical y heterogéneo movimiento político. Por cierto, que uno de los elementos
principales del MVR de Chávez es el PPT (Partido Patria para Todos), uno de los
máximos apoyos internacionales de Batasuna, es decir, de ETA. Castro cree que
sus tesis podrán por fin dominar el continente a través de Chávez. Además, la
gran ventaja de Venezuela es que tiene una muy abundante renta petrolera (que
por cierto sólo cubre la mitad del presupuesto venezolano), con la que el
caudillo autoproclamado bolivariano financia sin disimulo ni rubor a los
movimientos más extremistas del continente, desde el indigenismo boliviano de
Evo Morales, escasamente preocupado por la verdadera suerte de los más
necesitados de su país, a los piqueteros de Argentina, sin olvidar sus estrechas
relaciones con las FARC y el ELN, organizaciones ambas consideradas grupos
terroristas por la UE. Por esta y otras razones, el horizonte latinoamericano no
puede ser más oscuro e incierto.
El segundo elemento es el islamismo, que en sus versiones no violentas es
reivindicado por algunos analistas occidentales como un movimiento reformador y
aperturista, e incluso como necesariamente y para ellos positivamente
rupturista. No hay conciencia de la diferencia entre Islam político e islamismo,
este último ni es ni ha sido ni será nunca moderado. Antonio Elorza ha definido
con acierto al islamismo intelectual como islamismo analítico, que trata por
todos los medios de presentarse como moderado, víctima de la persecución de
Occidente y como corriente legítima de pensamiento, cuando no es otra cosa que
la vanguardia del terror, envuelta en las sedas de unas exquisitas maneras que
ni pueden ni deben engañarnos. Los máximos representantes de estas corrientes
son, entre otros, Tariq Ramadán o el sudanés Hassan Al-Tourabi.
El tercero es la corrección política, la más eficaz censura que se ha conocido
en los últimos treinta años. Es un elemento que paraliza y narcotiza a las
sociedades democráticas, permitiendo a los elementos más violentos y agresivos
ganar terreno. La corrección política nos ha desarmado frente a la agresividad
del populismo, de los movimientos anti-globalización y del islamismo militante.
Las naciones más avanzadas han abierto sus puertas a una sociedad supuestamente
multicultural, que no es otra cosa que una calle de un solo sentido, sin
reciprocidad alguna, por mucho que lo trate de dulcificar la progresía de salón.
De hecho, confunden a quienes vienen legítimamente en busca de una vida mejor
con aquellos que tienen un afán de extender su voracidad de dominio y de
opresión a Occidente. Éstos se aprovechan de la buena fe de nuestras sociedades,
y la corrección política les abre inmensos espacios de maniobra. La corrección
política carga de complejos y paraliza la capacidad de respuesta de las
democracias. Un ejemplo triste y lamentable de esto lo constituye el hecho de
que una de las escuelas de pensamiento islámico más ultraconservador como la
wahabí financia la construcción de mezquitas de su tendencia por todo el mundo,
pero no permite la edificación de templos de cualquier otra confesión en Arabia
Saudí, aunque sean las monoteístas de «las gentes del libro» reconocidas por el
Corán. ¿Cuántas veces no habremos oído a personajes como Evo Morales o Tariq
Ramadán reivindicar la que según ellos es una «inmensa deuda» que Occidente
tiene para con sus países? ¿Por qué la autocrítica brilla por su ausencia en el
populismo y en el islamismo? Simplemente, porque tanto el uno como el otro
pertenecen a tendencias en extremo totalitarias.
A todo esto ciertas izquierdas en Occidente, huérfanas ya de todo referente
ideológico sólido, han adoptado como adalides a personas que en ningún caso
pertenecen a la izquierda tradicional, de una parte un caudillo populista como
Hugo Chávez: recibido como un verdadero héroe en el Foro de Sao Paolo, y de otra
un centrista liberal como Bill Clinton. Éste es un síntoma de crisis ideológica
que debe ser resuelta cuanto antes por el bien de la democracia. Las izquierdas
democráticas son esenciales para la estabilidad política y el progreso de las
sociedades más avanzadas, pero los sectores que se identifican más con elementos
desestabilizadores como el populismo o el islamismo por coincidir esencialmente
con sus elementos «anti» son un verdadero lastre para sus correligionarios,
además de ser profundamente reaccionarios.
Todas las ideologías democráticas son legítimas; las izquierdas despistadas, y
en no pocos casos radicalizadas, deben desvincularse de sus coincidencias con
estos elementos peligrosos y agresivos, y todas en general deben por fin
reconocer que las derechas democráticas son tan legítimas como las izquierdas
democráticas. Lamentablemente, las radicalizadas son ya en gran medida
irrecuperables. Esta elemental premisa es fundamental para encarar sin lastres
ni complejos los problemas más graves a los que se enfrentarán la democracia y
la libertad en el siglo XXI, que son los enemigos comunes de todos los
demócratas con independencia de su ideología: el terrorismo, el fanatismo que lo
inspira, la proliferación de armas de gran capacidad destructiva y el crimen
organizado. Rivales y adversarios seremos aliados en las batallas en pro de la
libertad que ya no son de futuro: pertenecen a nuestro muy inquietante presente.