MEMORIA DE EUROPA

 

 Artículo de JOSEBA ARREGI en “El Correo” del 14/02/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Escribían Ortega y Unamuno que Europa era un conjunto de tradiciones -vigencias las llamaba Ortega- diversas, diferentes y compartidas desde las que se fueron formando las naciones europeas. Ortega llegaba incluso a afirmar que Europa era lo evidente, mientras que los países concretos -Alemania, Francia, Italia, España...- eran los que tenían que ser explicados.

Uno de los puntos más discutidos antes de llegar al texto actual del Tratado constitucional para la Unión, por lo menos uno de los puntos más destacados para el público general, fue el de la referencia a las raíces de valores de la cultura europea. Mientras que unos reclamaban la referencia explícita de las raíces cristianas, otros preferían referirse a los valores de la Ilustración como la herencia más válida a reclamar como sustrato de los valores constitucionales que avalan la Unión Europea.

A primera vista parece evidente que la Europa actual es incomprensible sin la tradición religiosa y cristiana, de la misma forma que la Europa actual debe mucho al proyecto ilustrado. Pero también debiera ser evidente que ni la tradición cristiana es unitaria, ni la Ilustración es homogénea. La reclamación de una u otra referencia como fuente de los valores sobre los que se constituye la Unión europea da a entender no sólo que se trata de tradiciones fácilmente identificables por ser uniformes, sino que en sí mismas son tradiciones sólo positivas, que no contienen ningún elemento de negatividad.

Mirando la historia algo más en detalle pronto se puede apreciar que la herencia cristiana contiene aportaciones positivas para los valores y para la cultura europea, pero que esas aportaciones positivas van estructuralmente acompañadas por elementos negativos innegables. Valga la referencia a la expresión agustiniana del 'extra Ecclesiam nulla salus' -fuera de la Iglesia no hay salvación-, que encierra el bien supremo religioso, la salvación, en el recinto estricto de la Iglesia, un bien sometido a su gestión, a su definición ortodoxa, a la proclamación de heterodoxia de lo que no le parece aceptable a dicha gestión, y a la obligación de hacer entrar a todos en el redil, para recordar los elementos negativos que acompañan a la tradición cristiana.

Pero otro tanto sucede con la tradición ilustrada. Ilustración significa, sin duda, voluntad de emancipación frente a las normas impuestas desde fuera de la razón humana. Pero Ilustración también significa destrucción de tradición. Ilustración significa, por supuesto, todo lo que encierra la frase de que el saber hará libres a las personas. Pero Ilustración también significa que saber es poder, un saber que permite al ser humano instaurar su imperio sobre la naturaleza. Fruto de la Ilustración y de sus presupuestos son la lucha por la libertad, la lucha por la autonomía humana, la búsqueda de la verdad basándose en la razón humana. Y fruto de la Ilustración son también la división de la razón en ciencias naturales y ciencias humanas, el desarrollo científico-tecnológico que implica una racionalidad unilateral y la reducción del ser humano a la racionalidad instrumental. Fruto de la Ilustración son la democracia, el Estado de Derecho, el capitalismo y las tendencias totalitarias que han acompañado a todo el desarrollo de la modernidad. Todas las ilustraciones terminan creando sus propios mitos que sustituyen a los que critican, y los dioses destronados por la crítica ilustrada vuelven a aparecer bajo nuevas máscaras.

La memoria de Europa, la memoria en la que se tiene que basar el futuro de Europa debe ser una memoria a poder ser integradora, no simplemente selectiva, aun sabiendo que toda memoria es, en buena medida, fruto de la selección. Aquello que se oculta no desaparece, sino que permanece oculto hasta que encuentra la oportunidad de reaparecer de forma incontrolada y con la fuerza de la enfermedad de la que nos creíamos definitivamente curados.

En estas fechas previas al referéndum sobre el Tratado constitucional de la Unión Europea se ha recordado la liberación de Auschwitz por las tropas soviéticas hace 60 años. El genocidio perpetrado contra los judíos, cuyo símbolo es Auschwitz, es una parte de la historia moderna de Europa. Ese genocidio se produce en la Europa heredera de la Ilustración, en la Alemania heredera de Kant. Y la memoria de ese genocidio, la memoria del totalitarismo nazi que lo imaginó y ejecutó es y debe seguir siendo uno de los pilares sobre los que es preciso construir la Unión Europea. Pero no conviene olvidar que esa memoria no termina en Auschwitz. Muchos de los que fueron perseguidos por los nazis, algunos de los que sobrevivieron al genocidio, muchos que fueron objeto del totalitarismo nazi volvieron a sufrir lo mismo a manos del totalitarismo comunista. Sociedades y países enteros víctimas del nazismo cayeron presas del estalinismo y los campos de concentración y muerte de los nazis tuvieron continuidad en el archipiélago Gulag creado por el comunismo bolchevique. Para muchos ciudadanos europeos, judíos y no judíos, una memoria se mezcla con la otra memoria hasta conformar una continuidad.

En la identidad política de los países europeos previos a la ampliación última, sin embargo, la memoria dominante es la de la lucha antifascista, la articulada en torno al horror del totalitarismo nazi. Los países de la ampliación aportan, como uno de los elementos más importantes, la otra memoria, la de la lucha contra el totalitarismo comunista. Una memoria que, sin embargo, cuesta integrar a muchos miembros de los países europeos previos a la ampliación en su identidad política.

Pero de la misma forma que será imposible construir la Europa del futuro sin tener en cuenta que sus raíces culturales son herencias complejas, contradictorias, repletas de valores a guardar y de memorias de lo que es preciso evitar, y de la relación estructural que existe entre lo uno y lo otro, también será imposible construir una Europa unificada si no se procede a la integración de las dos memorias identificadas con los dos grandes totalitarismos europeos del siglo XX .

Si la ampliación hacia los países del centro y este de Europa ha sido una de las fuerzas que han impulsado la revisión de los tratados europeos existentes para proceder a la aprobación del Tratado constitucional que tenemos en estos momentos, sería una auténtica desgracia que la ampliación no sirviera para captar el significado cultural profundo de la incorporación de todos estos nuevos países europeos con su memoria antifascista y al mismo tiempo anticomunista, con su doble lucha, con su experiencia de los dos totalitarismos europeos, con su vivencia de una doble libertad.

Lo cual no significa hurtar a Auschwitz su significado. No significa borrar todas las diferencias que existen entre el nazismo y el estalinismo. No significa que todo sea lo mismo. Significa simplemente que los ataques a la libertad y a la dignidad de las personas pueden venir desde ángulos distintos, incluso supuestamente contrapuestos. La Unión Soviética había servido para que la Alemania de Hitler pudiera contravenir las prohibiciones de rearme previstas en el Tratado de Versalles. Hitler y Stalin habían pactado el reparto de Polonia. Stalin había creído y esperado que los países occidentales darían buena cuenta de Hitler dejando a Europa sumida en la miseria y abierta a la ocupación pacífica por el comunismo.

Es probable que Europa, a pesar de la aprobación del Tratado constitucional, no esté en uno de sus mejores momentos. Faltan líderes con visión de futuro. Sobran calculadores a corto plazo. Algunos países se encuentran incómodos con la ampliación. Las cosas se han vuelto complicadas. Ya no es tan fácil dirigir el barco: lo que antes era liderazgo ahora puede ser visto como pretensión de hegemonía. Y es bien sabido que si Europa ha tenido problemas en su Historia ha sido siempre porque alguien, o algunos, han tratado de imponer su hegemonía al conjunto. Nada mejor, entonces, que abrir la memoria a su propia pluralidad y a la necesidad de integración de las distintas experiencias históricas que la constituyen para hacer patente que Europa no puede ser resultado ni de la fuerza de uno o dos países, ni de la identidad política de una parte de su población, ni de una de sus memorias constitutivas. El futuro de Europa será el producto de su memoria sólo si es capaz de modelarse como una memoria integrada en toda su complejidad.