POR QUÉ BUSH DEBE GANAR

 

 Artículo de RAFAEL L. BARDAJÍ  en  “ABC” del 25/10/04

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

 

HAY dos razones para desear que George W. Bush sea reelegido presidente: la primera, que la alternativa que representa el senador Kerry, lejos de prometer un mundo más seguro, augura, en realidad, más inestabilidad y violencia; la segunda, que las opciones estratégicas que Bush ha adoptado como su política son las más acertadas para luchar y vencer al terrorismo global y a otros fenómenos indeseables, como la proliferación de armas de destrucción masiva.

Vayamos por partes. Primero, la alternativa Kerry. Mucha gente cree que las opciones de Estados Unidos serán las mismas y que las diferencias entre Bush y Kerry en su actividad internacional serán menores de lo que la campaña electoral hace pensar. Es un juicio equivocado. España se enfrenta a los mismos retos hoy que hace un año; y, sin embargo, es patente que nada tiene que ver la política exterior del presidente Aznar con la del actual inquilino de La Moncloa. Kerry no va a ser un Bush «pero menos», más afable aunque igualmente intervencionista, más multilateral pero igualmente decidido.

Es difícil saber qué haría realmente Kerry desde la Casa Blanca, puesto que su característica esencial es defender una cosa y la contraria, pero si hay algo seguro es que Kerry buscará proteger a sus Estados Unidos con todo tipo de medidas en el terreno de la Homeland Security, esto es, la defensa de su territorio, a la vez que se mantendrá en progresiva retirada de los asuntos globales. En el terreno económico su partenaire Edwards aboga sin ambages por un claro proteccionismo.

El deseo de Kerry puede que sea bien intencionado, pero el resultado de su actitud no puede sino ser catastrófico para el resto del mundo. En primer lugar, aun concediendo que la América de Kerry pudiera sentirse más segura detrás de un muro impenetrable erigido sobre sus fronteras -cosa que no es posible-, para que el resto del mundo gozara de mayor estabilidad se requerirá que otros poderes ocuparan el espacio vacío que dejasen los Estados Unidos. Es necesario un verdadero y eficaz sistema multipolar. Conviene distinguir entre multipolar, es decir, la distribución de poder entre diversos actores, y multilateral, en tanto que forma o procedimiento de ejercer el poder. La visión que tiene Kerry es la de un mundo claramente multipolar. El problema de base es que ese mundo hoy no existe y que no tiene visos de existir tampoco mañana ni en un futuro próximo. Guste o no, el actual sistema mundial se está configurando en torno a un único polo, Norteamérica, y todos aquellos otros focos regionales que pudieran aspirar a contrapesarlo, como Europa o China, están muy lejos, si es que de verdad están en el buen camino, de poder lograrlo. Hoy por hoy son más bien poderes de incordio, negativos más que constructivos.

Un mundo donde los Estados Unidos sean una potencia retraída significa, por tanto, no un mundo multipolar, sino un mundo apolar, sin polos. No sería la primera vez en la Historia que tiene lugar tal configuración, pero como los años 1920 y los siglos IX y X muestran, una situación así tiende a ser inestable -la política aborrece el vacío de poder- y suele desembocar en violentos choques. La interdependencia de la globalización, la distribución de la población mundial y la diseminación de las tecnologías bélicas hacen que una posible apolaridad en el siglo XXI sea un panorama aterrador. Desde luego, eso no es lo que quiere Kerry, pero es lo que con toda seguridad su política de retraimiento y proteccionismo conllevaría.

En segundo lugar, los méritos propios de George W. Bush. Bush comenzó su mandato como un presidente relativamente tradicional; sin embargo, los ataques del 11-S le llevaron a replantearse sus presupuestos y a poner en marcha una nueva política que algunos tildan de auténticamente rupturista o revolucionaria. Lo es en relación a la visión liberal y a la realista, hasta la fecha dominantes en el discurso político americano. Para Bush, lo que el mundo necesita es más América, no menos. Y eso es así por una lógica tan sencilla como aplastante: vivimos en una nueva era del terror donde la pasividad sólo puede hacer que los terroristas sean más osados y letales. Ahora bien, para ganarle la guerra al terror no basta con eliminar físicamente a los terroristas, hay que acabar con los regímenes que les albergan y ayudan, hay que luchar contra la proliferación de las armas de destrucción masiva -porque en manos de los terroristas el 11-S o el 11-M serían una broma- y, sobre todo, hay que eliminar las causas del odio contra los valores democráticos y liberales de las sociedades occidentales en el principal caldo de cultivo del terrorismo internacional, el Oriente Medio y el mundo musulmán.

Se pueden discutir las decisiones tácticas, pero las líneas estratégicas son bien consistentes y encaminadas a acabar con el terror global y a asegurar un mundo mejor: Afganistán, Irak, las medidas contra la proliferación, el cambio en el Amplio Oriente Medio... Hay quien dice que el mundo del 2004 es más inseguro que el de comienzos del año 2001 y se le atribuye la responsabilidad al presidente Bush. Pero eso es una falacia. Si se les preguntara a un británico en 1941 o a un americano en 1944 si se sentían más seguros que antes de empezar la guerra, dirían que no. Pero si se les hubiera preguntado lo mismo en 1946, contestarían definitivamente que sí, que el resultado de la guerra era más prometedor. Bush ha sabido ver que el terrorismo islámico le ha declarado la guerra al mundo y que no oponerle resistencia equivaldría al sometimiento tarde o temprano.

Por su visión, Bush es el único candidato que puede convencer a los americanos de perseverar en la guerra contra el terror. Para América no es un problema de recursos ni de capacidades militares luchar y ganar esta guerra. Es un problema de estómago, de aguante, de movilización nacional. Y eso, hoy por hoy, sólo puede concedérsele a Bush. Su posible derrota, además, sería interpretada claramente como una victoria por los Bin Laden del mundo. Para ellos sería un logro más en su camino hacia la victoria total. Y eso hay que tenerlo bien presente.

Hay muchos que desean la derrota de Bush, no porque tengan o defiendan una mejor alternativa, sino por el mero gusto de verle humillado. Se dice que sus políticas han generado la actual marea de antiamericanismo que sacude buena parte del mundo. En realidad no es Bush el responsable, sino la extrema concentración de poder de Norteamérica. La unipolaridad produce reacciones y lo que está sucediendo, aunque no se quiera ver, es que en ausencia de una ideología que pueda anteponerse al libre mercado, la democracia y la tolerancia -como en su día lo fue el socialismo-, el rechazo se muestra como un eje del resentimiento, el odio y las ansias de venganza. Algo como sucede ahora en España desde el gobierno socialista respecto al PP, pero de alcance global.

La derrota de Bush supondría un avance de ese eje del resentimiento que nada positivo es capaz de proponer. Por contra, un segundo mandato de George W. Bush le permitiría luchar contra esta extendida corriente de opinión. Es más, cuatro años más del actual presidente modificarían la actitud de políticos como Schröder y Chirac, puesto que tendrían que convivir con un Bush que seguiría en el poder una vez que ellos ya no lo tuvieran. El único gran problema de la reelección de Bush es España. Zapatero ha sido el único dirigente que ha manifestado en diversas ocasiones, antes y después del 14-M, su deseo de que gane Kerry, y eso es una imprudencia que nos puede costar cara. Claro, que la culpa no es de Bush, sino de Zapatero.