ONU: PEOR DE LO QUE IMAGINA

 

 Artículo de Rafael L. BARDAJÍ y Florentino PORTERO en  “La Razón” del 26/12/2004

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)


Siendo honesto consigo mismo, Kofi Annan hubiera debido dimitir de su puesto de secretario general de las Naciones Unidas. Si, al igual que él, un ministro español hubiera enterrado los cargos por acoso sexual de uno de sus principales colaboradores, como Annan ha hecho con Ruud Lubbers, Alto comisionado para refugiados; hubiera permitido la perversión total de un programa como el de Petróleo por Alimentos, con el que no sólo se enriqueció Saddam a costa del sufrimiento del pueblo iraquí, sino Benon Savan su principal responsable en la ONU, e, incluso, su propio hijo, Kojo Annan; o hubiera obstaculizado la investigación parlamentaria al respecto, como ha sido acusado Annan de haber hecho con el senado americano, habría dimitido ya. O estaría cesado. Con todo, el reemplazo del actual secretario general no significaría la solución a los males que aquejan a la ONU. Muchos de los cuales, dicho sea de paso, han sido puestos de relieve por el mismo Kofi Annan. Así, en 1997, hizo público un informe titulado «Renovar las Naciones Unidas: Un programa de reformas»; en 1999 hizo lo mismo con un análisis de los fallos de la Organización en Ruanda y Bosnia; en el 2000 comisionó el estudio dirigido por Lakhdar Brahimi sobre la reforma del sistema de mantenimiento de la paz; y en el 2002 volvió a impulsar otro informe titulado esta vez «Fortaleciendo la ONU: Una agenda para más cambios».
   Pues bien, en medio de las críticas a su gestión, Annan acaba de presentar su último informe «Un mundo más seguro: Nuestra responsabilidad compartida». Este estudio, que nace tras la crisis que se abrió en el Consejo de Seguridad con motivo de Iraq, cuando, una vez más, la división de sus miembros permanentes llevó a la marginación de la ONU, llama la atención por la ferocidad de sus críticas a los fallos de la Organización. A veces con frases que parecen sacadas de algún instituto paleoconservador americano como la Heritage Foundation. El problema es que ofrece muy pocas alternativas de cambio. Es un excelente análisis del escenario estratégico, pero una pésima guía sobre las reformas imprescindible para devolverle a Naciones Unidas la credibilidad y la eficacia perdida.
   No obstante, sobre todo si se compara con la timorata doctrina del actual gobierno español en materia de seguridad internacional, cuyo último ejemplo lo ha dado el ministro Bono con su esperpéntica directiva de defensa nacional, el informe de la ONU es valiente en varias cosas. Reconoce que el uso de la fuerza puede ser necesario en más circunstancias de las que la ONU imaginaba (Bono dice exactamente lo contrario); que la defensa anticipatoria es un derecho de sus miembros (Bono ni se lo plantea); y que, incluso, las acciones preventivas pueden ser necesarias frente a amenazas que no son ni inminentes ni próximas (anatema para nuestros socialistas en el gobierno).
   Donde falla este informe no es en el diagnóstico de las amenazas a las que hay que enfrentarse. Ni siquiera con los conceptos e instrumentos de los que echar mano. Donde falla, lógicamente, es en el tema de la autoridad que legitime dichas acciones. Para el panel de la ONU sólo el Consejo de Seguridad puede servir de legitimación. Lo cual es muy decepcionante, habida cuenta que en las últimas crisis, la ONU no ha aprobado nada dada la división entre sus miembros con derecho de veto. La solución que se ofrece ahora para superar esa situación no es más que un espejismo: el incremento de 15 a 25 del número de sillas en el Consejo de Seguridad. Y eso no es una solución, es añadir más complejidad a un problema ya de por sí complejo. Mientras la ONU prefiera la inacción o la parálisis a la acción unilateral de alguno de sus miembros, estará condenando a miles de personas a la eliminación o a sufrimientos indecibles, y a sí misma a la irrelevancia que ha marcado toda su historia.
   El problema último de la ONU es que nació como garante de sus Estados miembros, independientemente de si éstos eran plenamente democráticos y liberales o estaban regidos por déspotas y genocidas. De ahí que algunos piensen que la única salida a la crisis de credibilidad de la ONU pase por organizar en su seno un caucus democrático, esto es, de la minoría de países que la componen pero que, sin embargo, fijan los estándares políticos y morales de nuestra civilización. Como salida suena bien, pero no puede hacernos olvidar que con Iraq, la parálisis surgió principalmente de una vieja democracia, Francia, y no de la comunista China.
   Un nuevo secretario general puede hacer mucho por imprimir un nuevo espíritu a la ONU, pero debe ser consciente de que muchos de sus miembros prefieren dejar las cosas como están. Hay demasiados intereses nacionales en juego. Por eso su reforma es imposible, sinceramente. Lo cual nos lleva al punto de partida: ¿Si usted fuera kosovar hubiera rechazado la intervención militar de la OTAN porque no contaba con la aprobación de la ONU? Naciones Unidas nació en un momento como respuesta a los problemas de entonces, 1945. Pero es totalmente inadecuada para los retos y amenazas del siglo XXI. Hay que forzarla a actuar cuando sea posible pero olvidarla cuando su parálisis provoque males mayores. Sin remordimientos. Kofi Annan ha producido montones de papeles y un enorme escándalo, pero muy escasos remedios. Su continuidad no ayuda en nada a la ONU.
   
   
   Rafael L. Bardají y   Florentino Portero son   analistas de FAES