LA FUERZA DE LA LIBERTAD
Artículo de Rafael L. BARDAJÍ y Florentino PORTERO en “La Razón” del 04/01/2005
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Ucrania, como hace quince años el derrumbe del muro
de Berlín, nos ha vuelto a dar una gran lección de historia: «En cualquier
parte, en todo momento, cuando se le da la oportunidad de elegir a la gente
común, siempre eligen lo mismo: la libertad frente a la tiranía; la democracia a
la dictadura; el imperio de la ley y no el imperio de la policía secreta». Las
palabras, es verdad, son de George W. Bush .
Puede parecer curioso que el aniversario de la destrucción popular del muro
no haya sido celebrado por una izquierda como la española, que se cree la
reserva espiritual de la defensa de las libertades y la democracia. Ha tenido
que ser una fundación conservadora como FAES, presidida por José María Aznar, la
encargada de conmemorar tan feliz acontecimiento con un ciclo, «La revolución de
la Libertad» con gentes como Adam Michnik, Helmut Kohl o Richard Perle, entre
otros actores importantes de aquellos momentos. La explicación del retraimiento
de la izquierda es bien sencilla: los cambios de 1989 no son fruto de sus
esfuerzos. Lo son, en realidad, de la política de firmeza y superioridad moral
que estableció Ronald Reagan en los 80. La izquierda le crucificó por robarle
sus queridos estandartes y hoy sería el presidente más odiado en Europa de no
existir George W. Bush.
Reagan actuó guiado por un principio básico: ningún gobierno que niegue los
derechos de sus ciudadanos respetará los derechos de sus vecinos. De ahí su
profunda desconfianza hacia los líderes de la URSS y su política de presión
sobre Moscú, la principal amenaza del momento. George W. Bush no es muy
diferente, sólo que su demonio es el terrorismo islamista. Bush está convencido
de que la falta de libertad es la principal causa del terrorismo global,
particularmente en el mundo árabe, veintidós países que sólo han conocido hasta
ahora la tiranía, la corrupción y la teocracia. De ahí que crea que la libertad
en esa parte del planeta mejorará la seguridad del mundo en su conjunto.
Su planteamiento más revolucionario no es, como suele decirse, la idea de
acciones militares preventivas. John Lewis Gaddis ha dejado bien claro en su
obra «Surprise, security and the American experience» que tal concepto tiene
hondas raíces en la política estadounidense desde sus orígenes como nación. No,
lo verdaderamente revolucionario de Bush es su visión de que para vencer al
terror no basta con perseguir a los terroristas sino acabar, mediante el cambio
de régimen, con los estados que les apoyan. Es más, Bush no busca sustituir a un
Saddam, valga el caso, por otro dictadorzuelo en la estela de la doctrina de
Lyndon B. Johnson de que «será un hijo de..., pero es nuestro hijo de...». Lo
que pretende George W. Bush es democratizar el gran Oriente Medio, comenzando
por Iraq. La empresa es loable, pero sus críticos no se han hecho esperar,
particularmente en Europa. No es de extrañar, pues los europeos, con toda su
historia y sabiduría, han sido incapaces de liberar o democratizar ningún país
en ninguna parte. Los Balcanes hubieran seguido desangrándose de no ser por los
americanos.
Los escépticos de la libertad argumentan que hay pueblos, razas o religiones
donde la democracia no puede florecer. Además de ser un juicio racista, hay que
recordar que ya hemos oído esa cantinela. Muchos otros ya avisaron de lo mismo
sobre Francia, la Alemania post-nazi, el Japón del 45, la España franquista, la
URSS, Centroeuropa y parte del sudeste asiático. En todos esos lugares sus ideas
se han demostrado erróneas. Como dice Tony Blair, «la libertad no es un regalo
americano al mundo; es un regalo de Dios a la humanidad». El ansia de libertad
no es un valor occidental, es un valor universal. Es verdad que el mundo
musulmán, donde no hay nada parecido al precepto cristiano de «al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios», plantea retos importantes. Pero
también es verdad que hay países musulmanes donde la democracia, con todas sus
imperfecciones, funciona. Incluso entre sus líderes religiosos hay división de
pareceres. Y aquí conviene subrayar, por ejemplo, que la principal distinción
entre los clérigos iraníes y los shiís iraquíes estriba en la convicción de
estos últimos de que puede haber dos esferas, la política y la religiosa
debidamente separadas.
En cualquier caso, los agoreros no plantean ninguna alternativa, sólo la
inacción. Y eso ya sabemos a dónde conduce. ¿Usted creía que no le importaba lo
que se decía en las mezquitas, se enseñaba en las madrasas o se difundía por la
propaganda oficial fundamentalista? Ya sabe de sobra que estaba equivocado y que
lo que se inculca a jóvenes que luego se convierten en terroristas suicidas en
Nueva York, Jerusalén o Madrid, es vital para su seguridad y la de los suyos.
Promover la paz y la seguridad está indisolublemente asociado a promover la
libertad y la democracia. Ese es el reto que nos toca vivir aunque no le guste a
nuestro actual gobierno, cuyo historial está manchado por sus peligrosas
amistades con dictadores como Chávez y Castro. Ah, y por el abandono de los
iraquíes. Si la democracia llega a Iraq no será gracias a la ayuda de Rodríguez
Zapatero. Una pena para España, porque acabará llegando. Nada puede con la
fuerza de la libertad.
Rafael L. Bardají es director de Política Internacional de FAES y fundador
del Instituto de Estudios Estratégicos y Florentino Portero es investigador del
Instituto Elcano, miembro del IISSS y profesor visitante de la University of
Minnesota