CARTA A UN AMIGO AMERICANO
Por MICHEL BARNIER, Ministro de Asuntos Exteriores de Francia
Por su interés y relevancia, he seleccionado el documentoque sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
LE escribo
como ciudadano de un país que ayudó al suyo a conquistar su independencia antes
de encontrar en él un aliado fiel y un liberador. Un país que, por mucho que
disguste a los adeptos del French bashing, es uno de los mejores aliados de
América, por su esfuerzo de defensa, por su compromiso con ustedes en Afganistán
y por su ejemplar cooperación en la lucha contra el terrorismo. Y es que, de
Yorktown a las playas de Normandía, de las crisis de Berlín o de Cuba a nuestro
compromiso común en Kosovo o en Haití, Francia y Estados Unidos siempre han
luchado codo con codo por la democracia y la libertad. También le escribo como
un simple obrero de la unidad de Europa, que tanto debe a su nación: la
liberación de la tiranía nazi, la decisiva contribución del Plan Marshall a la
reconstrucción de nuestro continente, la protección, durante décadas, contra la
amenaza soviética y el respaldo a la emancipación de Europa central y oriental.
Este es el mensaje de un amigo de Estados Unidos que, como tantos otros europeos
de su generación, asocia a ese nombre la libertad, la democracia y la promesa
hecha a cada uno de poder mejorar su condición.
Esta es la primera vez desde hace mucho tiempo que los europeos se preguntan por
el futuro de las relaciones entre las dos orillas del Atlántico. No se trata de
cuestionar el estatus de su país, su visión o la idea que tiene de su futuro.
Los europeos harían mal en reprocharle que sea fuerte y dinámico. Sin embargo,
cuestionan la opinión que tiene Estados Unidos de Europa y del papel que esta
podría desempeñar junto a él en el mundo. Por eso, me gustaría recordar una
serie de hechos y proponer una o dos ideas para los próximos meses.
Primer hecho: nuestras relaciones políticas no reflejan suficientemente nuestra
interdependencia económica. Recordemos que la mayor parte de las inversiones
extranjeras en Europa proviene de Estados Unidos, y al revés; y que la mayor
parte de los beneficios realizados en el extranjero por las empresas europeas es
en Estados Unidos, y al revés. Y esto genera y mantiene millones de puestos de
trabajo tanto en Estados Unidos como en Europa.
Es cierto que hoy en día se habla mucho del crecimiento de las economías
asiáticas y de las perspectivas abiertas por el mercado chino. Es normal siempre
y cuando se mantenga el sentido de la proporción: en 2003, las empresas
estadounidenses invirtieron en toda Asia apenas más que en la economía
holandesa. Y, ese mismo año, las empresas de mi país invirtieron cinco mil
millones de dólares en Estados Unidos. Sí, dependemos unos de otros. Sí, el
crecimiento estadounidense tira del crecimiento europeo. Sí, cada día, cuando la
economía estadounidense debe financiar su importante déficit en el balance de
pagos, encuentra crédito en los inversores europeos. Cabe entonces preguntarse
si nuestro diálogo político está a la altura de nuestra interdependencia
económica.
El segundo hecho es que la Unión Europea se acerca a su madurez institucional.
Desde el Tratado de Maastricht, buscaba una organización adaptada a sus nuevas
misiones y a su nueva dimensión geográfica. Es algo que se habrá logrado cuando
los pueblos de la Unión aprueben la Constitución Europea.
¿Qué podemos esperar ahora de Estados Unidos sino, según las palabras de John
Fitzgerald Kennedy, una asociación mutuamente benéfica entre la nueva Unión de
Europa y la vieja Unión americana? En ocasiones, entendemos que la misión de
Estados Unidos en el mundo es promover la democracia. Respalden entonces la
construcción de una Europa más fuerte y más unida, porque la Unión Europea atrae
hacia ella, y hacia sus valores democráticos, a un número creciente de países
que la rodean.
Un último hecho: en las horas más oscuras vividas por su país en el año 2001,
pudieron contar con la total solidaridad de la Unión Europea y de sus Estados
miembros. Adoptamos medidas concretas contra el terrorismo. Muchos soldados
europeos, muchos de ellos franceses y alemanes, trabajaron -y siguen trabajando-
en Afganistán junto a ustedes. Tenemos tantas cosas que hacer juntos... Para
promover la democracia, la justicia y el desarrollo. Para luchar contra el
terrorismo. Para oponernos a la diseminación de las armas de destrucción masiva.
Para contener las guerras. Para aportar la paz y actuar así sobre las propias
raíces del terrorismo.
En Oriente Próximo, para sacar el conflicto entre israelíes y palestinos de la
situación en punto muerto en que se encuentra. Hoy por hoy, debido a sus envites
y a su alcance mundial, es más importante que ningún otro. Es fuente de otros
conflictos y, todavía más grave, a menudo sirve como pretexto a los terrorismos
de todo tipo en cualquier lugar del mundo. No lo dejemos sin solución y a
Oriente Próximo sin futuro. Retomemos la Hoja de Ruta y el camino que traza
hacia la paz. Reactivemos el Cuarteto. Estemos dispuestos a acompañar todos los
esfuerzos en este sentido, incluso enviando una presencia internacional al
terreno. La Unión Europea podrá hacer pocas cosas sin ustedes. Y qué duda cabe
de que ustedes podrán hacer todavía más cosas con nosotros. La paz en Oriente
Próximo sólo es posible con el compromiso común y determinado de Estados Unidos
y de la Unión Europea, que deberán asumir juntos esta responsabilidad histórica.
Después, también debemos movilizarnos por África. Más que ninguna otra, esta
«nueva frontera» que constituye hoy en día el continente africano es sin duda
alguna una frontera común. Este continente, que es a la vez el más joven y el
más pobre, concentra todas las amenazas pero también todos los envites de
nuestro mundo contemporáneo: crecimiento, seguridad, sanidad, medio ambiente y
gestión del espacio. Sólo con acciones complementarias y coordinadas podremos
responder a esos retos, ya se trate de promover un desarrollo sostenible o de
reducir los focos de conflictos o de inseguridad. Y hay muchos otros asuntos,
muchas otras regiones que deberían beneficiarse de nuestro nuevo diálogo. Para
que no haya un segundo Irak. Para que no haya más crisis en las que se vuelva a
cuestionar tan profundamente el derecho internacional, tanto su legitimidad como
su utilidad. Tenemos intereses comunes y compartimos idénticos valores:
aprendamos nuevamente a forjar ambiciones comunes. Por eso creo que hay que dar
a las relaciones políticas transatlánticas un nuevo impulso que tenga más en
cuenta la realidad europea.
Así es, actualmente, en materia de defensa. La Unión Europea se está
convirtiendo en este ámbito en un socio creíble en el triple plano de sus
capacidades operativas, de sus competencias, que la Constitución europea va a
incrementar, y de su compromiso en el terreno. El próximo mes, en Bosnia, tomará
el relevo de la OTAN. La cooperación funciona y las complementariedades se
afirman por el bien de todos y, en particular, de la Alianza Atlántica.
Pero salta a la vista que, en el plano político, el diálogo entre la Unión
Europea y Estados Unidos no es ni suficiente ni lo suficientemente regular. ¿Qué
hacer para darle más intensidad y adaptarlo a lo que se han convertido Estados
Unidos y la Unión Europea? Propongo que, desde ahora, se reúna un grupo de alto
nivel, integrado por personalidades independientes y reconocidas a ambos lados
del Atlántico, para trabajar en este proyecto político.
Estados Unidos necesita una Europa capaz y responsable. Y Europa necesita un
Estados Unidos fuerte y comprometido en los asuntos del mundo, partidario del
multilateralismo que contribuyó a crear en el seno de la Organización de las
Naciones Unidas, convencido de que el mundo necesita reglas, y reglas que valgan
para todos. En la historia del siglo XX, el buen entendimiento entre ambas
orillas del Atlántico ha sido una condición esencial para la paz mundial. Hoy,
en un mundo más inestable, más peligroso y enfrentado a retos considerables, la
alianza política de la vieja Unión americana y la nueva Unión europea no bastará
para garantizar un futuro mejor. Pero sin ella, tiene pocas posibilidades de
despuntar.