LA PUSILÁNIME EUROPA

 

 

 Artículo de Pedro Buendía en “La Razón” del 11.02.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

En el siglo XIII un médico judío de Bagdad llamado Ibn Kammuna escribió un tratado crítico con las tres religiones monoteístas. Cuando se supo la

existencia del libro, se corrió la voz de que el galeno había injuriado las profecías y una muchedumbre enfurecida se dirigió a su casa para

lincharlo, pero este ya había escapado.

En aquel momento el rumor y el escándalo se habían multiplicado tanto, que cuando el emir trató de calmar a la muchedumbre ésta lo acusó de estar de parte de Ibn Kammuna y de querer defenderlo. Así pues, el emir mandó proclamar por todo Bagdad que al día siguiente se quemaría a Ibn Kammuna en las afueras de la ciudad. Entonces la muchedumbre se dispersó y no se volvió a hablar más del asunto.

Cuando lo peor de la crisis de las caricaturas parece haber pasado, dos cosas quedan claras: la primera, la enorme desfachatez de quienes

pusieron en marcha el presunto escándalo de las ofensas al profeta: no dudaron en mentir, falsear y exagerar el asunto hasta que se convirtió en un confl icto internacional con varios muertos por medio. Añadieron incluso a los publicados por el rotativo danés otros dibujos de su cuenta, estos sí ofensivos e insultantes, para provocar y atizar un escándalo a gran escala al gusto y placer de Irán y Siria. Pronto fueron secundados por el Líbano, los terroristas de Hizbulá y Hamas más el triste rey de Jordania, que ha hecho el papelón de su vida. Sin embargo, ahora conocemos la dimensión del fraude: los dibujos se habían publicado ya en la portada de un diario de Egipto –uno de los campeones de la ortodoxia islámica–

y en un portal web islamista sin que nadie pestañeara. El interesado escándalo no podía sino beneficiar  a un maquiavélico régimen iraní a

punto de ser llevado al Consejo de Seguridad de la ONU por su política nuclear; y a un régimen despótico y ominoso como el de Siria, acusado de estar detrás del asesinato del líder libanés Rafi k Hariri y de apoyar abiertamente a Hamas y al terrorismo de Al Qaida en Iraq. A casi todos los gobiernos árabes dictatoriales, por otra parte, les ha venido el escándalo de perlas, pues sirve, inmejorablemente, para desviar la atención de sus oprimidos pueblos, a quienes tratan de hacer creer interesadamente que la libertad de expresión y la democracia traerán consigo ofensas continuas hacia el islam.

La segunda cosa que queda clara es la triste voluntad entreguista y pusilánime de muchos en Occidente, en Europa y en España. En estos

ominosos días, la miseria intelectual y moral de algunos políticos e intelectuales ha campado a sus anchas. Olvidando que en el mundo

musulmán actual se atenta a diario contra las libertades y las minorías religiosas, se han apresurado a pedir respeto para el que no respeta,

basándose en ofensas más que dudosas. Incluso viejos carcamales del arabismo más reaccionario han aprovechado la coyuntura para alimentar

el puro victimismo agresivo, esgrimiendo por enésima vez los vetustos clisés del neocolonialismo y las culpas genéricas de Occidente. Se ha intentado a todo precio dotar de razón a las hordas fanáticas que, rifl e y ladrillo en mano, asaltaban embajadas y quemaban banderas, dando el nombre de «sensibilidad» a lo que no es otra cosa que puro pavor de ciudadanos prestos a rendirse. Ni lo que hemos visto representa a los musulmanes moderados, –igualmente atemorizados ante el salvajismo reinante– ni los defensores de lo indefendible pintan nada en una batalla por nuestras libertades que será muy larga y requerirá convicción y fi rmeza. Simplemente, la muchedumbre ha salido a matar a Ibn Kammuna, y

muchos entreguistas de por acá se han puesto a mirar hacia otro lado, no fuera que se les acusara de querer defenderlo.