El reto actual de Europa
Artículo de FRANCESC DE CARRERAS - en “La Vanguardia” del 31/03/2005
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo siguiente para incluirlo en este sitio web (L. B.-B.)
Sería equivocado pensar que el principal reto que en estos momentos tiene la
Unión Europea es la aprobación de su Constitución. Por el contrario, a mi
parecer los problemas más reales e inmediatos de la unidad europea son de
naturaleza muy distinta a la constitucional: derivan de la posición de Europa en
la economía mundial, de su influencia política en las relaciones internacionales
y de la necesidad de preservar su modelo social.
Ciertamente, si surgieran dificultades para que el texto constitucional fuera
aprobado en los plazos previstos, la decepción sería grande y tendría
consecuencias negativas, sobre todo por el pesimismo que cundiría en la opinión
pública. Pero los avances en el terreno constitucional, con ser relevantes, no
bastan ni son los decisivos para ayudar a consolidar la Unión y acrecentar su
grado de integración. Las cuestiones decisivas se sitúan en estos otros terrenos
y el retraso en afrontarlos con decisión, inteligencia y claridad de ideas
comienza a ser preocupante. El evidente fracaso de la cumbre europea de la
semana pasada añade motivos al pesimismo.
En efecto, el principal problema no es la aprobación del tratado constitucional
por una razón muy simple: el contenido del texto en proceso de aprobación ya
está, de hecho, vigente en la práctica. Los tratados constitutivos europeos, la
jurisprudencia del Tribunal de Justicia de Luxemburgo que los interpreta y una
muy consolidada práctica institucional operan ya a modo de Constitución y ello
ha sido reconocido tanto por la jurisprudencia como por la doctrina más
solvente. Los redactores del actual proyecto ahora en curso de aprobación se han
limitado, casi únicamente, a aclarar, ordenar y sistematizar este derecho ya
vigente. A excepción de la carta de derechos fundamentales y de algunas
modificaciones en el funcionamiento de las instituciones, las innovaciones han
sido mínimas. Por lo tanto, un revés en la aprobación generaría decepción y
europesimismo, pero la arquitectura constitucional seguiría siendo
básicamente la misma.
Los problemas decisivos, los principales retos a los que debe hacer frente la
Unión, son, efectivamente, de otro orden: superar las dificultades de la
ampliación, impulsar el crecimiento económico, aumentar la competitividad y
mantener y acentuar tanto la igualdad social como el equilibrio territorial.
Para alcanzar estos objetivos hay que sortear un peligro y tomar una serie de
medidas.
El peligro está en que las necesarias medidas que adoptar sean decididas de
acuerdo con los exclusivos intereses de los estados, especialmente de los
estados grandes. Es de prever, en este caso, que los intereses nacionales primen
sobre los generales de la Unión, como ha sucedido la semana pasada al postergar
la aprobación de la directiva Bolkenstein, que liberalizaba los servicios. Para
evitar estas consecuencias, el proceso de toma de decisiones debe ser el
contrario: las medidas deben adoptarse mediante el método comunitario, es decir,
deben ser impulsadas por la Comisión Europea, que, desde siempre, es el órgano
que mejor garantiza los intereses de la Unión. Para ello hace falta, sin
embargo, un presidente de la Comisión con capacidad de liderazgo frente a los
estados, condición que desde que lo fuera Jacques Delors no se ha cumplido.
Están por comprobar las características que imprimirá al cargo Durao Barroso,
aunque sus comienzos son alentadores.
La necesidad y la urgencia de las medidas se hace evidente si examinamos algunos
datos y los comparamos con los de Estados Unidos. Por ejemplo, el actual nivel
de empleo europeo lo alcanzó EE.UU. en 1978, el gasto europeo en I+D es el que
registraba EE.UU. en 1978 y la productividad europea es la de EE.UU. en 1989.
Son muchos años de retraso. Pero hay más: entre 1992 y el 2002 el promedio de
crecimiento anual del PIB europeo ha sido del 1,9%, frente al 3,3% de EE. UU., y
el volumen total de aumento del empleo en Europa entre estas mismas fechas ha
sido del 6,5%, frente al 17% de EE.UU. Europa no está cumpliendo con sus
deberes. El mercado único y el euro han sido un éxito, pero un éxito de finales
del siglo pasado, y ahora hay que mirar hacia el futuro. Incorporar sin traumas
económicos ni sociales a los nuevos países y situar la economía europea en el
marco mundial son los retos del presente. La llamada agenda de Lisboa, acordada
en el año 2000, trazó unos objetivos para el 2010 que no se van a cumplir. Casi
hemos perdido cinco años: los gobernantes europeos deben ser conscientes de que
no puede perderse ni un minuto más.
Para ello hay que enfrentarse a los problemas de crecimiento y competitividad
tomando las medidas previstas desde hace tiempo e injustificadamente retrasadas:
especialmente, un nuevo marco coordinado de la fiscalidad y las relaciones
laborales, acabar de liberalizar el mercado interior -la directiva Bolkenstein
es pieza clave- e impulsar una política ambiciosa y eficaz de investigación
científica.
Es, ciertamente, muy importante que el proceso de aprobación de la Constitución
europea llegue a buen término: generará un poso de confianza general para que
alemanes, franceses, españoles, británicos, italianos y así hasta casi treinta
nacionalidades distintas comiencen a sentirse definitivamente ciudadanos
europeos. Pero ello es manifiestamente insuficiente si Europa retrasa su
crecimiento económico, no consolida su modelo social y pierde peso específico en
la política internacional y en la economía global. Es ahí, no en el ámbito
jurídico e institucional, donde se juega el futuro de Europa.
FRANCESC DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB