PROS Y CONTRAS DE TURQUÍA EN LA UNIÓN EUROPEA

 

 Artículo de CESÁREO AGUILERA en “CLAVES”  num.142, mayo 2005-07-06

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

El problema

Formalmente la Unión Europea (UE) sólo exige condiciones políticas (democracia, li­bertades, Estado de derecho), jurídicas (aceptación del acervo comunitario) y eco­nómico-financieras (las de la unión econó­mica y monetaria) para cualquier candidato europeo (un concepto abierto pues, para las instituciones comunitarias, aún no ha llega­do el momento de definir su alcance). En el caso turco planea además -como mar de fondo- la cuestión de su identidad cultural, aunque este factor no es ni puede ser una condición formal. Lo cierto es que en la úl­tima década la UE ha adoptado tres deci­siones de gran calado que no han ocasiona­do verdaderos debates cívicos en profundi­dad al haber predominado el habitual "mé­todo comunitario" basado en el consenso elitista no participativo: la ampliación a los países de Europa central y oriental; la ela­boración del Tratado Constitucional (aun­que, en este caso, la Convención ha mejo­rado el sistema deliberativo); y la admisión de Turquía como candidato oficial.

Un debate en serio sobre Turquía en la UE está por hacer y plantea numerosos di­lemas, pues exige aclarar qué es tal entidad y qué quiere ser; y como hay muchas res­puestas posibles y diferentes no se aborda, pues es más cómoda la ambigüedad y el cortoplacismo. Además, se ha generalizado cierto tópico "políticamente correcto"- de que el ingreso de Turquía en la UE debería ser una suerte de "acto obligado" tanto por la "vocación europea" de ese país como por los compromisos europeos asumidos desde los años sesenta, toda vez que --en caso con­trario--  se perdería "credibilidad".

Son muchos, sin embargo, los proble­mas que suscita la candidatura turca y ---de entrada--- no puede obviarse que es asunto muy divisivo tanto en la opinión pública como en menor medida en las élites políti­cas, pese al consenso prácticamente unáni­me de los gobiernos. Sólo el 30% de los europeos de la UE actual considera a los turcos como europeos y es favorable a su ingres:o, mientras que el 50% no los consi­dera tales y rechaza tal candidatura (en Tur­quía, el 75% de la población está a favor). El rechazo es mayor en los Estados con fuerte inmigración no ya turca sino genéri­camente musulmana; de ahí que todos los gobiernos favorables a la candidatura turca tengan un problema añadido al no sintoni­zar con sus respectivas opiniones públicas[1]. Tan divisivo resulta el asunto que Francia, por ejemplo, para deslindar el debate del Tratado Constitucional de la cuestión tur­ca, ya ha anunciado que hará un referén­dum específico y separado sobre futuros in­gresos, una cláusula que se ha introducido en la Constitución nacional con efectos posteriores a 2007 para que no se interfiera en las adhesiones ya previstas de Rumania y Bulgaria y, tal vez, la de Croacia. Una vez más es constatable el transversalismo de la política europea al respecto, pues en el sí a Turquía coinciden tanto fuerzas progresis­tas supranacionalistas como otras centristas y conservadoras que tienen una visión eco­nomicista y estatalista (intergubernamental) de la UE, contraria al federalismo político. Del mismo modo coinciden en el rechazo tanto los ultras como sectores europeístas democráticos antixenófobos; y tanto en este caso como en el anterior desde plantea­mientos bien diferentes en el seno de cada una de las dos grandes posturas.

Entre los eurogrupos las divisiones prin­cipales se dan en el seno del Partido Popular Europeo: su presidente, el alemán Hans Poettering, está en contra ya que, a su juicio, Turquía debería tener una asociación especial, pero no el status de miembro ple­no. El líder de los eurodiputados de la Unión para un Movimiento Popular (UMP) francesa, Jacques Toubon, está en contra pues, desde su punto de vista, el isla­mismo no es integrable ya que se autoexclu­ye por definición y, además, discriminaría a las mujeres. Angela Merkel, líder de la Unión Democrática Cristiana (CDU) ale­mana, también está en contra y, sin embar­go, Aleix Vidal Quadras, del PP español, es­tá a favor, pues            ---desde su perspectiva--- con ello se produciría un efecto contagio benefi­cioso para la democracia y la sociedad abier­ta. En el Partido de los Socialistas Europeos su presidente, Martin Schultz, está a favor, si bien reconoce que Turquía presenta mu­chas y muy importantes carencias. Entre los liberales, Graham Watson se declara favora­ble para acabar con la teoría del "choque de civilizaciones", pero la Unión para la Democracia Francesa (UDF) recela y teme que, al final, la cuestión turca se interfiera negativamente en la complicada ratificación del Tratado Constitucional.

Lo más interesante es analizar asimismo la notable pluralidad de visiones sobre la UE que se da en la propia Turquía pues, aunque el 75% está a favor (no es poco que cerca de un 25% esté en contra, siendo irrelevante el porcentaje de los que no se pronuncian), sobre todo por interés econó­mico y garantía de estabilidad democrática, cambian las percepciones según los actores y grupos. Así, los secularistas están a favor para garantizar del todo el laicismo kema­lista; los islamistas pragmáticos, para conju­rar los peligros golpistas; las fuerzas arma­das, porque con ello se asegurará la integri­dad territorial del Estado; los kurdos, por­que confían en obtener así autonomía polí­tica; algunos nacionalistas turcos, porque ello demostraría lo importante que es Tur­quía; los liberales, para atenuar precisamen­te esas pulsiones chauvinistas; los políticos,

para enderezar la arcaica y maltrecha eco­nomía; y la mayoritaria población desfavo­recida, para recibir ayudas y subvenciones. En todo caso, no está de más recordar que en Turquía, aunque el deseo de ingresar es efectivamente muy mayoritario, no es uná­nime, pues existe un sector transversal muy nacionalista (que incluye a islamistas radi­cales, ultranacionalistas turcos y comunis­tas) que es contrario a la UE y considera que la proyección geoestratégica "natural" de Turquía debería dirigirse más bien hacia el mundo turcófono de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) para no di­luir su "verdadera" identidad nacional. In­cluso las propias fuerzas armadas no tienen mucho que ganar en la UE como poder fác­tico, pues se acabaría su capacidad de veto político y tendrían que asumir pérdidas sig­nificativas de "soberanía nacional" en nu­merosos campos, algo que choca con su mentalidad tradicional.

 

Pros y contras

 

Cabe agrupar en dos grandes bloques los ti­pos de argumentos a favor y en contra del eventual ingreso de Turquía en la UE, sien­do diferente el nivel de importancia

de unos y otros en el seno de cada uno de ellos y en el bien entendido de que todos son discutibles y bastante elásticos. Los de un primer bloque pueden ser calificados como argumentos estructurales (históricos, geoestratégicos y culturales), por su tenden­cial carácter permanente, frente a los de un segundo bloque que pueden ser calificados como coyunturales (económicos, sociales y políticos), pues en teoría son potencialmen­te superables a muy largo plazo, sin que es­to presuponga jerarquía alguna, pues su mayor o menor grado de relevancia es transversal en ambos.

A) De entrada, son muy recurrentes en la literatura sobre el tema los argumentos históricos, geoestratégicos y culturales que conforman el primer bloque; aunque en general están sobredimensionados, deben ser analizados por el abundante uso que se hace de ellos en la publicística corriente.

 

1. I.a historia.

Es cierto que Turquía estuvo presente en to­dos los Balcanes nada menos que cinco si­glos (hoy sólo conserva una muy pequeña porción de la península, la región de Istam­bul), pero se trató de una proyección perifé­rica de un centro que estaba en Anatolia y se extendía a Damasco y Bagdad. En conse­cuencia, pese a esa innegable y no irrelevan­te presencia física continuada de Turquía en los Balcanes, respondía a un Estado que te­nía su centro geoestratégico en la Asia cerca­na. Adernás, no puede ignorarse que la his­toria de Europa (si procede traerla a cola­ción en este sentido) se hizo precisamente en contraposición al islam, siendo el Impe­rio Otomano el gran rival oriental.

 

2. La geoestrategia.

Los defensores del sí argumentan que con Turquía en la UE se podrá estabilizar mejor una región muy conflictiva (Transcaucasia, Oriente Próximo) y que la política europea ganará peso y profundidad geoestratégica internacional. Sin embargo, al margen de que la porción geográficamente europea de Turquía (en términos convencionales) es muy pequeña (5% del territorio estatal), re­currir a criterios geopolíticos es precisamen­te una opción errónea a la hora de justificar la eventual adhesión pues ---de acuerdo con tales parámetros (en sentido estricto)--- se produce una alteración profunda de los in­tereses de la UE al respecto. En efecto, las fronteras orientales de Turquía son muy conflictivas; y aunque esta ampliación po­dría dar a la UE una mayor influencia re­gional, la obligaría a asumir como propios problemas de muy difícil manejo para los que no está preparada. Sin ignorar que tener fronteras exteriores con Siria, Irak o Irán re­sulta muy chocante para la gran mayoría de las opiniones públicas de la UE actual. En suma, la voluntad federalizante de algunos europeístas debería moderar la aceptación incuestionable por principio de la candida­tura de Turquía pues, en caso de ingresar, se desbordarían los estrictos límites geoestraté­gicos europeos y se tendrían que asumir otros (de proyección extraeuropea) sin estar capacitado para controlarlos.

Puede argumentarse asimismo que la adhesión de Turquía es una suerte de lastre derivado de su larga presencia en la Organi­zación del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y del respaldo continuado de Es­tados Unidos (EE UU), dos factores que ---por cierto--- también van más allá de los es­trictos intereses europeos. EE UU apoya la candidatura de Turquía para reforzar aún más su "occidentalización", extender al máximo la influencia de la OTAN y tener a la UE bien controlada. En este sentido, se ha señalado que Turquía sería el tercer "sub­marino" de EE UU en la UE (con el Reino Unido y Polonia), algo que nada menos que el propio Gaddafi ha señalado, aña­diendo que encima tal ingreso facilitaría la movilidad de los ultraislamistas en la UE[2].

La perspectiva geoestratégica favorable a la adhesión de Turquía añade que ésta fa­cilitaría la resolución de los contenciosos con Grecia (la plataforma continental) y permitiría resolver la cuestión de Chipre (el problema radica ahora en la comunidad grecochipriota tras su rechazo del plan de la ONU en el referéndum del 24 de abril de 2004 ). Asimismo, este enfoque debería te­ner proyección interior, lo que implicaría reconocer fórmulas de autonomía política para sus minorías etnoterritoriales (kurdos). En este sentido, el balance de lo conseguido hasta ahora es muy insuficiente, pues es bien limitado el reconocimiento de los de­rechos nacionales de tal comunidad. Por último, no puede ignorarse que el control de fronteras es muy débil (el 25% de la droga mundial pasa por Turquía); de ahí que ---por ejemplo--- este país no esté en ab­soluto en condiciones mínimas para poder ingresar er el sistema Schengen.

 

3. La cultura.

 

El problema equívoco es el de intentar de­finir "lo europeo" en este ámbito; como no existen parámetros objetivos incuestiona­bles compartidos por todos, hay división de opiniones. Turquía, en todo caso, obliga a replantear a fondo la cuestión de la even­tual "identidad europea" y la determina­ción de sus parámetros de referencia. Los defensores de su candidatura argumentan justamente que la UE debe demostrar que no es un "club cristiano" cerrado y exclu­yente y que tiene verdadera vocación de convivencia multicultural, de ahí que deba hacer suyo también el legado musulmán. Está claro que la UE laica ni es ni puede ser un "club cristiano" (esta cuestión resul­tó bastante divisiva, por cierto, durante los debates del Tratado Constitucional); pero la Europa histórica sí lo fue (la contraposi­ción genérica con el islam fue un elemento común de los pueblos europeos) y eso sí ha dejado su poso en las percepciones cultura­les de las opiniones públicas. Además, tam­bién es evidente que el islam forma parte del legado cultural europeo pero siempre en posición no hegemónica al ser imbatible el cristianismo en este terreno. En realidad, es un argumento falaz sostener que sin Turquía no habría una Europa multicultural creíble, porque la actual UE ya lo es y en grado sumo además.

De mayor peso es el argumento que sostiene que Turquía en la UE sería un ejemplo de gran interés para el mundo mu­sulmán, ya que visualizaría la compatibili­dad de la democracia plena y las creencias religiosas, lo que operaría como factor de "normalización" cultural. Desde luego, el caso del Partido de la justicia y el Desarro­llo (AKP) del primer ministro Erdogán es interesante porque ha aprendido las leccio­nes del pasado (si se extrema el islamismo las fuerzas armadas kemalistas intervienen); de ahí que opte decididamente por la UE (para conjurar precisamente el condiciona­miento militar) y haya moderado su pro­grama (aspira a ser algo así como un parti­do de la "democracia cristiana" en versión musulmana: de hecho, acaba de ingresar en el Partido Popular Europeo, lo que es un rotundo triunfo desde su perspectiva consi­derando los recelos que suscita en muchos miembros de tal eurogrupo) con plena aceptación del laicismo constitucional. Sin embargo, no es tan evidente que el camino hacia la UE modere en el fondo el progra­ma máximo de los islamistas: éstos son ahora pragmáticos y tácticos pero no cesa­rán de dar pasos graduales hasta donde puedan para favorecer su cosmovisión so­cial y sus triunfos electorales no harán más que alentarles en esa dirección. Y es que el islam es la religión más difícil de integrar en las sociedades abiertas y la que hoy más radicalismo genera; es tal sustrato de fondo lo que pone de relieve el carácter demasiado diferente de los turcos con relación a los europeos de la actual UE. En este sentido acusar de islamofobia a los que critican el eventual ingreso de Turquía en la UE es una burda simplificación muy parcial, pues el abanico de los que expresan reservas e in­cluso rechazo es muy plural ya que va de la extrema derecha y populistas diversos a bas­tantes centristas e incluso a una parte signi­ficativa de los socialistas. En consecuencia, no está nada claro que la UE pueda frenar y controlar efectivamente el programa máxi­mo de los islamistas, por suaves que sean las formas que estos utilicen hoy.

B) Por su parte, los argumentos del se­gundo bloque tienen un profundo calado de fondo, pues ponen de relieve severos problemas económicos, sociales y políticos de Turquía, teóricamente superables sólo en un indeterminado y lejano futuro.

 

1. La economía.

De entrada se señala ---y es un dato objetiva inobjetable--- que la incorporación de Tur­quía implica ganar un gran mercado de se­tenta millones de consumidores potenciales (aunque, en general, de bajo poder adquisi­tivo). A continuación se añade que la UE tiene que contribuir por definición a mo­dernizar las arcaicas estructuras económicas turcas, aunque sólo sea por interés inmedia­to con un país vecino. En cualquier caso, la tarea de modernización económica será len­ta y costosa: Turquía tiene el nivel de renta por habitante más bajo que cualquier otro Estado de la UE actual (incluso que los can­didatos Rumania y Bulgaria), pues su PIB está en el 25% de la media comunitaria (Es­paña estaba en el 75% al ingresar en 1986). Turquía tiene atrasos enormes en inflación (18%), una deuda pública monumental (89% del PIB en 2002), inestabilidad mo­netaria, déficit presupuestario (8% del PNB, algo enorme para la UE), liberaliza­ción incompleta, banca opaca y frágil, muy poca inversión en I+D, sanidad pública muy deficiente, servicios sociales de baja ca­lidad, magras pensiones, sistema escolar an­ticuado y un gran volumen de economía sumergida (ésta representa, de hecho, entre el 25% y el 50% del PNB, según estimacio­nes diversas), sin ignorar que está muy lejos de estándares comunitarios de garantía en productos alimentarios o control de la con­taminación. En consecuencia, el eventual ingreso de Turquía tiene un muy alto coste económico (el más alto de todos) y un im­pacto financiero sustancial, de tal suerte que puede resultar inasumible en la práctica con los actuales límites presupuestarios. La ad­hesión de Turquía costaría más que la de los diez nuevos socios que ingresaron en 2004; de ahí que los muy altos gastos que ello im­plicaría acentuarían muy seguramente las tendencias y las presiones para renacionali­zar políticas en varios países ricos. La even­tual entrada de Turquía obligaría a introdu­cir cambios drásticos en la Política Agrícola Común (PAC) y en el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), pues tal co­mo están hoy quedarían totalmente engulli­dos por ese país. Esto es así porque, de un lado, la agricultura turca es enorme (unos siete millones de campesinos, el 33% de los trabajadores turcos, cuando la media de la UE al respecto es del 5,4%) y supera ella so-

la por su volumen a los diez nuevos socios de 2004. De otro, aumentarían en grado sumo las disparidades regionales: las regio­nes orientales de Turquía, las más deprimi­das, tan sólo alcanzan el 8% de la media co­munitaria y al ritmo actual de corrección de los desequilibrios regionales en la UE se re­queriría más de un siglo para que estas zo­nas alcanzasen un nivel de desarrollo regio­nal como el occidental actual; siendo, por tanto, previsible el mantenimiento indefini­do del desfase por el muy superior ritmo de crecimiento de las actuales regiones desarro­lladas, prácticamente inalcanzable para aquéllas. En suma, no parece que el mero criterio de la modernización económica sea suficiente para justificar el ingreso de Tur­quía en la UE pues con esta lógica habría que incorporar a todos los países de la CEI o del Magreb para desarrollarlos.

 

2. La sociedad.

La sociedad turca está muy atrasada, en ge­neral, en comparación con los estándares comunitarios. Hay una presencia excesiva de población rural y su crecimiento demográfico no es propio de una sociedad desa­rrollada (en 2015 sería el país más poblado de la UE si fuera socio de la misma). Sólo el 20% de la sociedad turca (la que reside en las grandes ciudades y no toda) está moder­nizada por sus ocupaciones (servicios) y mentalidades (estilos abiertos de vida). A veces se recurre al argumento migratorio para reforzar la candidatura turca, pero debe señalarse al respecto que Turquía presenta un saldo migratorio muy desequilibrado (es exportadora neta de trabajadores); y, a con­tinuación, no parece que la presencia de mi­llones de trabajadores turcos en la UE sea un argumento de recibo pues, por ejemplo, aún hay más magrebíes. Si Turquía fuera miembro de la UE el status de sus tres mi­llones de inmigrantes cambiaría del todo (serían ciudadanos europeos), un escenario que preocupa a diversos países europeos.

 

3. La política.

Los defensores de la candidatura turca argu­mentan que Turquía ya está presente en nu­merosas organizaciones sectoriales con di­versos países de la UE (Consejo de Europa, OTAN, Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos, OCDE, Organiza­ción para la Seguridad y la Cooperación en Europa, OSCE) ---muchas son, en realidad, transeuropeas--- y que, por esa razón, no de­bería ser excluida. Lo cierto es que Turquía no ha participado precisamente en el com­plejo proceso de construcción de la entidad que más lejos ha ido en la integración y que es bien diferente de las demás: la CEE/

CE / UE . A continuación se añade que el ingreso facilitaría la culminación de su largo proceso de transición democrática (aún no del todo finalizado), algo que permitiría estabilizarlo definitivamente y mejorar su sis­tema político pluralista. En este sentido, se aduce que Turquía está haciendo notables reformas, sobre todo desde que los islamis­tas moderados gobiernan (noviembre de 2002), y eso merecería una recompensa: abolición de la pena de muerte, leyes contra la tortura, ampliación de la libertad de ex­presión, reconocimiento de algunos dere­chos culturales de los kurdos, fin del estado de excepción en los territorios kurdos, con­trol civil del poderoso Consejo de Seguridad Nacional (su presidente ya no es militar).

Sin embargo, si Turquía necesita impe­rativamente ingresar en la UE para afianzar su frágil e incompleta democracia es que al­go no va bien en su proceso de cambios, pues la UE no puede ser un "hospital” de países vecinos en transición. Lo cierto es que, de entrada, ninguna de las estructuras del poder en Turquía la predispone hoy a ingresar en la UE: por ejemplo, en 1997 un semigolpe de Estado militar forzó la dimi­sión del primer ministro islamista Erdogán y su partido gobernante fue ilegalizado y disuelto. Además, la represión contra los kurdos no se interrumpió ni siquiera cuan­do las guerrillas declararon el alto el fuego en 1999; y los programas de radio en len­gua kurda ahora autorizados están restringi­dos a pocas emisiones de ámbito estatal pa­ra garantizar el control del Gobierno. La balanza de los derechos humanos en Tur­quía es muy negativa: la tortura sigue sien­do sistemática; la discriminación de las mu­jeres, alta; el encarcelamiento de periodistas no ha cesado por delitos de opinión y, en este capítulo, Turquía sigue siendo uno de los países con más informadores en la cárcel (pese a cierta liberalización con el Gobierno de Erdogán); su grado de pluralismo políti­co es limitado (la ley electoral, con la barre­ra del 10% estatal, excluye de hecho a casi la mitad del electorado en las instituciones representativas); la corrupción, muy alta (pese a los esfuerzos reales del Gobierno is­lamista por atajarla); y el Consejo de Segu­ridad Nacional (pese a su reforma) sigue siendo pilar del sistema y vía para que las Fuerzas Armadas sigan conservando esa suerte de "derecho de tutela" que se han au­toatribuido, lo que hace del sistema político turco una "democracia vigilada", algo in­usual que debiera resultar totalmente in­aceptable para la UE. En consecuencia, la ponderación global de las "fabulosas refor­mas" debe ser mucho más matizada: es po­sitivo el cambio legislativo pero es mucho más complicada su aplicación, que es sólo parcial. Los avances reales son muy modes­tos en todos los capítulos y los informes de Human Rights Watch sobre Turquía son muy críticos. Turquía no parece interiorizar, además, que estar en la UE implica ceder bastante soberanía nacional (cada vez más) y ampliar espacios de libertad.

 

 Los defensores del ingreso de Turquía argumentan que el rechazo final sería grave pues: 1. No hay "Plan B" si fracasan defini­tivamente las negociaciones (en realidad, sí lo hay ---la asociación especial privilegiada---, pero Turquía lo rechaza). 2. La "turcofonía" no es alternativa realista (los países de la CEI no remontan ni tienen verdaderas pers­pectivas de hacerlo a medio plazo); y, 3. Se­rían altos los riesgos de radicalización ul­traislamista y resentimiento popular o in­cluso de nuevo golpe de Estado militar.

 

 Sin embargo, los escenarios catastro­fistas exageran, pues una Turquía fuera de la UE: 1. Seguiría manteniendo altas rela­ciones con ésta (es inimaginable el rechazo unilateral turco al respecto por muy frus­trante que resultase, pues no tendría otra opción); y 2. Su atlantismo y su vincula­ción a EE UU (a parte de que la seculariza­ción sí ha echado raíces sociales en ese país) hacen prácticamente descartable un desen­lace islamista radical (aunque los factores reseñados no conjuran el golpismo, como pudo comprobarse en el pasado). Por tanto, no es creíble el argumento de que un recha­zo final provocaría una explosión ultraisla­mista en Turquía y atizaría aún más el radicalismo antioccidental en el mundo musul­mán (por ejemplo: para Al-Qaeda es, de hecho, irrelevante que Turquía sea o no so­cio de la UE, aunque es cierto que podría utilizar el rechazo como un argumento más en su retórica extremista).

 

 En realidad, las principales objecio­nes políticas para el ingreso de Turquía en la UE son tres: 1. En 2015 será un país más poblado que cualquiera de los actuales 25 miembros y eso afectará al reparto del po­der en las instituciones comunitarias pues sería el primer Estado en el Consejo de Ministros, que es la clave del sistema, y tendría la mayor cuota de europarlamentarios; 2. Haría casi imposible la plena federalización, pues un Estado de esas dimensiones reforza­ría el intergubernamentalismo (además, to­da la "clase política" turca es muy naciona­lista) y el atlantismo, con lo que la UE se­guirá anclada en el estadio esencialmente económico. Por tanto, todo depende del escenario estratégico al que se aspire (y aquí las posiciones de los actores políticos euro­peos son muy diversas): si la UE apostase por ser una verdadera federación política

con peso internacional Turquía lo hace ex­traordinariamente difícil, pero si se confor­ma con ser poco más que un gran área de li­bre mercado intergubernamental entonces hasta podría resultar funcional su inclusión; 3. Desaparecería cualquier parámetro argumentativo mínimamente objetivo para re­chazar nuevos ingresos ya que, a partir de Turquía, por contigüidad territorial el pro­ceso podría estar teóricamente siempre abierto (por ejemplo, los Estados turcófonos de la CEI, la propia Rusia, Marruecos y otros). Esto pondría fin a todo atisbo de co­herencia geopolítica e incluso civilizatoria (con toda la ambigüedad que encierra el término) de la UE, que no puede ser una especie de ONU-bis; de ahí que el concepto de "europeo" deba tener algún sentido algo más preciso para poder delimitar algún día las fronteras exteriores de esta entidad.

 

Las negociaciones de la fecha

 Ciertamente, las relaciones entre Turquía y las instituciones comunitarias son antiguas, pues en 1963 se suscribió un Acuerdo de asociación con la CEE y en 1987 ese país solicitó el status de candidato oficial, algo que entonces fue rechazado por la CE en 1989. Sin embargo, tras el acuerdo aduane­ro de 1996, Turquía consiguió ser candidato en 1999, pero sin fecha. En 2002 la UE ac­cedió a fijar "una fecha para una fecha" (di­ciembre de 2004) para pronunciarse final­mente sobre si abrir negociaciones o no con Turquía. La decisión comunitaria de 1999 se adoptó prácticamente sin debate en el Consejo Europeo, tanto porque la UE se niega a debatir sobre el alcance final de sus fronteras exteriores (pues es cuestión rele­vante muy divisiva ya que afecta a proyectos diferentes sobre ampliación versus profundi­zación) como por dejar claro que los aspec­tos culturales y religiosos en ningún caso pueden condicionar las candidaturas. En suma, se impuso el cálculo diplomático so­bre cualquier otra consideración (el rechazo definitivo resultó entonces inasumible por temor a desestabilizar aún más a Turquía, que salía del semi-golpe de Estado de 1997). Por tanto, aunque hubiera sido más razona­ble (desde el punto de vista del estricto inte­rés comunitario) ofrecer a Turquía en 1999 el status de Estado asociado ---incluso con ré­gimen específico privilegiado--- no se hizo así por razones políticas, de ahí que ya casi no fuera posible la marcha atrás en lo sucesivo.

En septiembre de 2004 una comisión de notables de la UE se mostró favorable en su informe a la candidatura de Turquía con tres argumentos: 1. La UE no es un "club cristiano"; 2. Con tal ampliación ganará in­fluencia en Oriente Próximo, y 3. El rechazo provocaría fuerte malestar en todo el mundo musulmán e inestabilidad en Tur­quía. Este país, además, hizo saber que re­chazaría la adhesión con cláusulas especiales; tal actitud de aparente firmeza respondió a consideraciones tácticas tanto interiores (an­te su opinión pública) como exteriores (par­tir con fuerza inicial en las negociaciones). Sin embargo, es evidente que Turquía no tiene posibilidad real alguna de impedirlas si la UE las impone, aunque está claro que ese país no lo pueda admitir abiertamente.

La Comisión (octubre de 2004) dejó la puerta entreabierta, a la vez que de nuevo se tomó una decisión de gran calado sin un se­rio debate público en la UE [3]. En efecto, la Comisión aprobó el principio de apertura de negociaciones bajo estrictas condiciones, con lo que consiguió dos cosas: 1. No dar "portazo" (lo que habría provocado una alta tensión); y 2. Dar garantías a los grupos que expresan reservas (o incluso son contrarios) a tal candidatura. Efectivamente, Turquía es sometida a más pruebas que ningún otro candidato, lo que no debe sorprender, pues es el caso más especial de todos. La Comi­sión anunció en sus informes que habrá mucha vigilancia durante el muy largo pe­riodo negociador previsible y que ésta se mantendrá incluso después del eventual ingreso que, además, tendrá exclusiones secto­riales en varios capítulos (por ejemplo, la li­bertad de movimientos de los trabajadores o restricciones en las ayudas financieras). Es más, se añade que si surgen problemas gra­ves las negociaciones quedarán rotas, pues la UE se reserva el derecho tanto de cortar co­mo de no aplicar algunos de sus acuerdos comunes a Turquía. La Comisión recomen­dó, en particular, verificar: 1. La efectiva ca­pacidad administrativa y judicial; 2. El nivel material y personal de ambas estructuras; 3. Las medidas anticorrupción; y 4. La traspo­sición de la legislación comunitaria. Por su­puesto, Turquía insistió una vez más en que se le aplicaran estrictamente los mismos parámetros que al resto de los candidatos, pero no lo consiguió. Mayor satisfacción obtuvo de la votación del Parlamento Euro­peo, mayoritariamente favorable en no­viembre de 2004, pero la clave estaba en el Consejo Europeo (diciembre de 2004).

En vísperas del mismo, Turquía extre­mó su posición de fuerza: 1. El único esce­nario que contempla es el de la plena inte­gración, no "fórmulas imaginativas" inter­medias; 2. La cuestión de Chipre es asunto exclusivo de toda la isla y de la ONU; 3. La revisión de la historia (la exigencia de que se reconozca oficialmente la existencia del genocidio armenio) no es de recibo en las negociaciones de adhesión; 4. Turquía debe ser tratada como cualquier otro can­didato, sin condiciones especiales, pues en caso contrario no podría aceptar. Natural­mente, todo esto no fue más que un ele­mento de presión, pues está claro que -sin reconocerlo públicamente- ese Estado iba a aceptar de hecho todos los criterios que el Consejo Europeo estableciera con tal de arrancar la fecha, algo que consiguió (se ha fijado para el 3 de octubre de 2005 el ini­cio de las negociaciones), lo que fue un triunfo no menor para Erdogán.

Con todo, aunque el Consejo Europeo ha entreabierto las puertas (el 16-17 de di­ciembre de 2004), lo ha hecho con más prevenciones que la Comisión: 1. El even­tual ingreso en ningún caso podrá hacerse antes de una década como mínimo, 2. No hay garantía total de adhesión; 3. Se impo­ne una cláusula de salvaguardia permanen­te para no aplicar a los trabajadores turcos la libertad de movimientos y estableci­miento; 4. Se limitarán los fondos estruc­turales para ese país. Se trata de un "sí, pe­ro", con plazos dilatados y salvaguardas drásticas que postergan el desenlace a largo plazo, desactivando en lo inmediato una segura tensión si la respuesta hubiera sido negativa. Por tanto, el Consejo Europeo asume los informes de la Comisión pero los endurece para dejar claro que no hay la menor garantía de ingreso automático y seguro tras un dilatado periodo de negocia­ciones que, además, se puede interrumpir del todo en cualquier momento si hay gra­ves incumplimientos turcos (por "violación grave y persistente" de los requisitos de Copenhague). Las negociaciones de cada capítulo serán siempre supervisadas por el Consejo Europeo y se establecerán largos periodos transitorios en multitud de áreas. En realidad, no deben sorprender las ex­cepciones y las cláusulas de reserva y el tan alto nivel de exigencia (incomparable con cualquier otro candidato); pero es que Tur­quía es un caso completamente diferente a los demás y el que más problemas plantea, siendo enorme el desafío de su eventual in­tegración. Lo cierto es que este país tiene tal interés en ingresar que es probable que vaya haciendo esfuerzos extraordinarios para ir cumpliendo con todas y cada una de las duras condiciones de la UE, lo que --- en cualquier caso, con independencia pues del desenlace final--- será positivo para el mismo. Si Turquía acaba cumpliendo (lo que, por otra parte, no es nada fácil) la UE no podrá dar marcha atrás, lo que abrirá nuevos interrogantes de futuro, pues es muy posible que otros países extraeuropeos contiguos aspiren a seguir su camino.

Cuestión delicada fue la de Chipre que, al final, se sorteó de modo bastante hábil: en efecto, de entrada, pareció que Turquía tendría que reconocer de modo previo y sin ambigüedades la legitimidad de un Estado (Chipre del Sur, el único in­ternacionalmente reconocido y socio pleno de la UE desde 2004) pero no se prestó a ello. Chipre insinuó la posibilidad de vetar pero ---al final--- no lo hizo, pues hubiera quedado en solitario. Por tanto, ni recono­cimiente turco formal ni veto chipriota: la fórmula adoptada fue la de que Turquía asume el espacio aduanero general de la UE tal cual es (la UE de los 25), algo que ratificará antes del 3 de octubre de 2005 (la fecha oficial del inicio de las negociacio­nes). Esto equivale a un reconocimiento de facto, aunque para Erdogán no lo es en ab­soluto, tras sus declaraciones al respecto en función de su opinión pública.

En conclusión, si las negociaciones acaban fracasando lo más probable es que se active el "Plan B" (que oficialmente no existe), por mucho que Turquía lo rechace normalmente, pues no estará en condiciones reales de hacerlo. Ni que decir tiene que si el Tratado Constitucional no es fi­nalmente ratificado, los plazos, ya de por sí muy largos, se postergarán aún más. Parece evidente ---como ha sido acertadamente se­ñalado--- que la actual Turquía no cumple con ninguna de las condiciones formal­mente exigibles para ser miembro comuni­tario; de ahí que ni este país tal como está hoy ni la UE que tenemos estén prepara­dos para dar un paso como éste.

Bibliografía

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Cesáreo Aguilera es catedrático de Ciencia Polí­tica de la Universidad de Barcelona.


 

[1] 1 Porcentajes de rechazo popular (UE-15): Bélgica (55%), Dinamarca (60%), Alemania (55%), Grecia (70%), Francia (65%), Luxemburgo (60%), Holan­da (50%), Austria (60%), Finlandia (60%), Suecia (50%).'Sólo en cinco países el rechazo es inferior al 50%: España (35%), Irlanda (25%), Italia (45%), Portugal (30%) y el Reino Unido (35%). Informe 58 del Eurobarómetro, marzo de 2003.

 

[2] El País, 17 de diciembre de 2004.

 

[3]  La Comisión elaboró al respecto en esa fecha tres informes, sobresaliendo el primero: "Los progresos logrados por Turquía en el camino de la adhesión".