ATRAER A LOS ISLAMISTAS

 

 Artículo de Saad Eddin Ibrahim en “ABC” del 17.02.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

La aplastante victoria de Hamás en las elecciones parlamentarias palestinas ha dejado atónita a buena parte del mundo, pero el resultado no debería extrañarnos tanto. De hecho, el momento triunfal de Hamás forma parte de una pauta regional cada vez más generalizada. Hace cuatro años, en Turquía, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, de ideología islámica, obtuvo la victoria en las elecciones parlamentarias y formó gobierno. Un mes después, un partido islámico marroquí de igual nombre, Parti de la Justice et du Development (PJD), quedó en tercer lugar en las elecciones legislativas de su país. El pasado diciembre, la Hermandad Musulmana egipcia (prohibida por ley desde 1954) logró unos resultados igualmente impresionantes, haciéndose con el 20 por ciento de los votos populares y 88 escaños en el Parlamento, lo cual lo convirtió en el principal bloque de oposición al partido en el poder, el Partido Democrático Nacional (PDN) de Mubarak. Hezbolá en Líbano y los partidos chiíes en Irak también han obtenido buenos resultados en las elecciones.

A pesar de este respaldo democrático, los gobiernos occidentales se han mostrado en general reacios a entablar relaciones con estos partidos o a prepararse para la llegada de los islamistas al poder mediante las urnas. La ironía salta a la vista: los islamistas, que parecen sospechar de la democracia por considerarla una conspiración occidental, se han tomado la campaña de George W. Bush para impulsar la democracia en el mundo musulmán más en serio que los amigos autócratas de Estados Unidos; y posiblemente más en serio que el propio presidente de Estados Unidos. En la primera conferencia de prensa concedida tras la victoria de Hamás, era patente que a Bush le costaba encontrar palabras para responder a esta «evolución imprevista».

Lo cierto es que durante los últimos tres años algunos de los que conocemos la región desde dentro hemos charlado largo y tendido con los asesores de Bush en el Consejo Nacional de Seguridad (NSC) y en el Departamento de Estado. Animamos al Gobierno estadounidense a elaborar una política coherente que involucrara a los islamistas de la región dispuestos a gobernar mediante principios democráticos. Partes de este debate recibieron amplia atención. Las reservas estadounidenses para tratar con los islamistas reflejaban en parte su preocupación por la reacción de los regímenes autocráticos, algunos de los cuales son aliados desde hace mucho tiempo. Este temor demostró ser no sólo injustificado, sino también contraproducente, porque no ha frenado el avance de los islamistas en el Oriente Próximo árabe.

Ya va siendo hora de encontrar una forma nueva y audaz de plantearse las relaciones con todas las fuerzas políticas que rivalizan en el mundo musulmán. En primer lugar, Estados Unidos y Occidente deben dejar de apoyar a los autócratas con ayudas, comercio y armas. En segundo lugar, hay que procurar ampliar el espacio público de los demócratas del mundo musulmán, de modo que hay que impulsar los medios de comunicación libres y los sistemas judiciales independientes que protejan la libertad de prensa. En tercer lugar, y por muy difícil que sea, se debe entablar y mantener un diálogo activo que implique a los islamistas.

Occidente tiene que establecer normas claras y coherentes para su intervención. Es legítimo e imperioso condicionar la reanudación de las ayudas a los palestinos al reconocimiento por parte de Hamás del derecho a existir de Israel y a su compromiso de aceptar todos los acuerdos internacionales previamente rubricados por la OLP y la Autoridad Palestina. Como paso previo al reconocimiento por parte de la comunidad mundial, la OLP tuvo que modificar el Pacto Palestino, que exigía la destrucción de Israel. No hay razón por la que Hamás no pudiera seguir dicho precedente, si lo exigiéramos rigurosamente. De hecho, todos los movimientos de liberación militantes han renunciado a su debido tiempo a la violencia, desde el IRA hasta los sandinistas, pasando por el Congreso Nacional Africano.

De igual modo, Israel debe corresponder a todos los gestos de buena voluntad de Hamás, por muy difícil que esto pueda resultar psicológicamente. Al fin y al cabo, en 1947 unos «luchadores por la libertad» judíos semejantes a ellos hicieron saltar por los aires el hotel King David, matando a decenas de funcionarios británicos. Hasta la década de 1970, estos guerrilleros sionistas estuvieron buscados por terrorismo por las autoridades británicas. Después, uno de ellos, Menahem Begin, fue elegido primer ministro de Israel y llegó a coexistir en paz con el presidente egipcio Anuar el Sadat. El propio Sadat era sospechoso de terrorismo, según las autoridades egipcias, por haber urdido y participado en el asesinato de un destacado personaje político. Pero tanto Sadat como Begin acabaron siendo respetados en todo el mundo por asumir los riesgos de la paz, y compartieron un Premio Nobel de la Paz.

En consecuencia, de nada les sirve a Hamás, Estados Unidos, Occidente e Israel el mirar al pasado con ira y frustración. Por el contrario, todos ellos deben aspirar a recrear los legados más positivos de Sadat, Begin, Rabin e incluso Ariel Sharón. Si esos líderes pudieron renegar de su pasado violento y dar pasos prácticos hacia la paz en la región, ¿por qué no va a poder hacerlo Hamás?

© Project Syndicate, 2006

(*) Activista egipcio por la democracia y los Derechos Humanos, presidente del Centro Ibn Jaldún y profesor de la Universidad Americana de El Cairo.