AL-QAIDA EN LA SOMBRA
Artículo de Antonio Elorza ,Catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense, en “El Correo” del 26.08.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
En las informaciones sobre el
atentado fallido de Londres, las referencias a Al-Qaida vienen manteniéndose
dentro de un perfil muy bajo. A pesar de la estricta adecuación del
procedimiento megaterrorista -catástrofe provocada por explosivos que estallan
simultáneamente en medios de transporte-, TVE 1 se limitaba al día siguiente a
incluir en su crónica que «algunos especialistas» responsabilizaban a Al-Qaida.
Veinticuatro horas más tarde, el telediario transmitía la noticia de que
probablemente entre los detenidos se encontraba un hombre de Al-Qaeda, pero a
continuación el relato giraba hacia el tranquilizante encuentro de Tony Blair
con líderes islamistas. Sobre los cientos de vuelos cancelados y la pérdida de
maletas, en cambio, fuimos informados hasta la saciedad. Otro tanto sucedió en
el reciente caso de los trenes volados en Bombay. Se trata de un viejo recurso
utilizado siempre a efectos de disipar el miedo. La focalización del relato en
India o en Londres, desplazando aquí la atención hacia el problema del caos en
los aeropuertos, tranquiliza a los espectadores y aleja la sensación de riesgo.
Cuenta asimismo la voluntad de quitar de la vista todo aquello que enturbie la
visión oficial de la Alianza de Civilizaciones. Por una vía opuesta, la voluntad
de ocultación resulta asimismo patente en los medios de información árabes
respecto de los intentos de reforzar la seguridad en el Reino Unido frente a
eventuales nuevos atentados. Al-Yazira emplea todos sus esfuerzos para mostrar
el sinsentido de ese propósito. De un modo u otro, el espectro de Al-Qaeda se
desvanece.
Sin embargo, tanto en Bombay como en Londres, la atribución a Al-Qaeda no ofrece
dudas, siempre que tengamos en cuenta que a partir de la pérdida que supuso la
ocupación de Afganistán para el entramado de Bin Laden, la organización operó un
giro, en palabras de su teórico Mustafá Setmarian, hacia una Al-Qaeda como
convergencia de sistemas. La centralización precedente hubo de ceder paso, no a
una nebulosa como suele escribirse, sino a una red con un mínimo de enlaces para
garantizar la seguridad, y de este modo al protagonismo de células aisladas, las
cuales, eso sí, ajustan sus acciones a las consignas del centro. Para eso están
como detonador del proceso, previos a los llamamientos concretos a actuar, los
mensajes difundidos por Al-Zawahiri gracias a la cadena de televisión Al-Yazira,
y que van marcando futuros objetivos. Así sucedió a cargo de Bin Laden en el
caso de nuestro 11-M, volvió a pasar a fines de abril incitando a la rebelión en
Pakistán, al tiempo que era evocada la ocupación de Cachemira por India, y
ahora, sólo hace unos días, el 27 de julio, al exigir acciones de yihad contra
Estados Unidos y otros cómplices de la agresión de Israel: «Quien haya
participado en este crimen, deberá pagarlo». Vale la pena seguir de cerca cuanto
dice este seguidor de Sayyid Qutb, incluso en sus exageraciones al hablar del
territorio perteneciente al Islam, entre Irak y España.
El terrorismo es santo cuando se ejecuta en defensa de la religión, y constituye
un deber para todo creyente, incluso a escala individual, eliminando al azar a
quienes pertenecen a países opresores. La enseñanza sagrada es aquí de plena
aplicación -episodio de Muhayyissa en la 'Vida del Enviado de Alá', de Ibn
Ishaq: «Matad al primer judío que tengáis a vuestro alcance» -sin necesidad de
órdenes concretas: el atentado fallido de Alemania respondería a este subsistema
de 'la yihad individual' dentro de la constelación yihadista. Al lado de la
yihad de pequeñas células, explica Mustafá Setmarian, fomenta el reclutamiento
de muyahidines, y al propio tiempo «genera inseguridad en organizaciones
nacionales e internacionales, que no saben cómo hacerle frente; la detención de
unos cuantos miembros no afecta al entramado ni a la lucha en general».
Y vale la pena asimismo tomar en consideración el riesgo creciente que
representa la estrategia de Al-Qaida, con una opinión musulmana cada vez más
irritada frente a Occidente. El prolongado lapso que discurre entre uno y otro
acto de megaterrorismo sirve para crear la falsa impresión de que el peligro ha
desaparecido y para incrementar correlativamente el impacto del golpe cuando
éste llega. Por otra parte, en éste como en otros componentes de la actuación de
Al-Qaida, los yihadistas siguen la pauta de la lucha del Profeta contra los
mequíes. Al-Qaida no tiene posibilidad alguna para derrotar a Estados Unidos
frente a frente; el ataque reiterado contra la red de comunicaciones del
comercio mequí le bastó al Profeta para doblegar a los adversarios de su ciudad,
y Bin Laden y los suyos piensan que lo mismo puede volver a producirse,
incitando de paso a la movilización general de los creyentes.
En cuanto a popularidad, el chií Nasralá les lleva hoy ventaja, sin que ello
importe demasiado, ya que sus líneas de ataque resultan complementarias: el
primer misil de largo alcance lanzado sobre territorio israelí llevaba el nombre
de 'Jaybar-1', evocando la destrucción por Mahoma del último bastión judío. El
merecido fracaso de Israel en la pasada guerra no debe hacer olvidar esa otra
dimensión de la crisis. Tanto para Ahmadineyad y Nasralá como para Bin Laden y
Al-Zawahiri, no se trata de lograr una solución justa para el pueblo palestino,
sino de borrar del mapa a 'la entidad sionista'.
El complot terrorista de Londres puede ser considerado un acto frustrado de
barbarie. No es en cambio un disparate, sino la aplicación puntual de una
estrategia consistente en provocar por todos los medios, cuanto más sanguinarios
mejor, la destrucción de los implicados en la nueva 'cruzada
americano-sionista'. El yihadismo ignora todas las alusiones que en el Corán
obligan al respecto hacia cristianos y judíos. Borra uno tras otro los aspectos
constructivos de los textos sagrados, para converger desde todos los puntos en
el deber de la guerra. Aplicando el tópico de que la yihad es resistencia, los
dirigentes de Al-Qaida presentan la situación actual como un combate a muerte,
en el curso del cual la eliminación de los civiles incrementa el efecto
psicológico de la acción terrorista: «Que sientan miedo hasta los fetos en los
vientres de sus madres» (Mustafá Setmarian). Se trata de una lucha a escala
mundial, cuyo objetivo es el triunfo inevitable del Islam militante sobre la
infidelidad de los 'nuevos cruzados'. «El mundo entero es un campo abierto para
nosotros», celebra Al-Zawahiri en su último mensaje.
Última lección de Londres: proliferan los terroristas británicos porque hasta
julio de 2005 no hubo el menor obstáculo para la difusión en Inglaterra de las
doctrinas yihadistas. Ciertamente, ha intervenido un conjunto de factores
coadyuvantes, nada desdeñables. Como subraya 'The Economist', a diferencia de
los instalados en Norteamérica, los musulmanes británicos tienden a ser una
reserva de mano de obra barata, cuya falta de integración resulta acentuada por
residir en suburbios con un alto grado de concentración de emigrantes del mismo
origen, que por puro azar viene a ser en muchos casos ese Pakistán que se ha
convertido en reducto de islamismo radical. El modelo multicultural permitió
además que esa grieta respecto de la sociedad de recepción se abriese más y más
con el tiempo, desde la enseñanza en escuelas musulmanas, fomentada desde el
Gobierno, a la definición de una contracultura de base religiosa, muchas veces
tajantemente antioccidental. De ahí que llegaran a hacerse propuestas de
aplicación legal de la sharía al derecho privado y que en la política de
captación electoral desde el laborismo la neutralidad ante la circulación de
ideas y libros en medios musulmanes fuera acompañada por la aceptación de la
condena de las actitudes críticas, supuestamente hostiles, contra la doctrina
religiosa en nombre del combate contra la islamofobia.
La inadaptación o el malestar juvenil en los suburbios no bastan para explicar
la deriva radical, en el marco de la alianza entre Blair y Bush, masivamente
rechazada por los musulmanes de todo el mundo, y lógicamente también por los
británicos. Cada panfleto en las librerías de las mezquitas, cada sermón de imam
radical, era una llamada a la yihad, sin que ello afectara a la táctica
laborista de aproximación al islamismo. El hecho de que los musulmanes moderados
del Reino Unido sean muy sensibles en la preocupación por el ascenso del
extremismo religioso es positivo, pero también indicio de que hay una minoría
simpatizante del yihadismo. Aquí y ahora, conviene no olvidarlo.