CUATRO VERDADES SOBRE BENEDICTO XVI Y LA DESATADA IRA DEL ISLAM

 

 Artículo de José Javier Esparza en “El Semanal Digital” del 22.09.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Con un comentario a pie de título:

 

NO NOS SUICIDEN

 

Lean y relean este artículo, merece la pena para hacerse un mapa de situación. Y después, reconfiguren sus posiciones y actúen en consecuencia. No sean suicidas (L. B.-B., 22-9-06, 7:00).

 

El discurso del Papa ha puesto el dedo en la llaga. El Islam ha respondido con una "jornada de ira". La izquierda occidental, con una semana de estupidez. ¿Nos dejarán decir cuatro verdades?

22 de septiembre de 2006. 
Una: El Papa ha dicho algo esencial para la civilización europea. El discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, que todo ciudadano culto tiene la obligación de leer, es una apuesta por la paz y el diálogo, es una apología de la raíz griega del cristianismo, es una recuperación crítica de la Ilustración y es también, sí, un reproche a las insuficiencias del Islam cuando éste prescinde de la racionalidad. Pero sobre todo es una gran lección de espiritualidad europea. Proclamar la nobleza de la razón y la herencia griega es recuperar la dimensión más genuinamente europea del cristianismo. Subrayar los límites de una razón cerrada a lo sagrado es marcar las insuficiencias de la Ilustración y de la modernidad. Reivindicar la filosofía como sentido profundo de la vida, asumiendo las inevitables disputas y contradicciones que esto trae consigo, es anclarse en el espíritu europeo por excelencia. Nosotros somos eso. Ésa es nuestra identidad histórica o, al menos, una parte fundamental de ella. Ése es nuestro legado, que determina nuestra posición presente en el mundo y que, a la vez, nos distingue de los otros –por ejemplo, del Islam. El Papa ha tratado de responder a la pregunta de quiénes somos. Un ejercicio que, como toda afirmación, implica a contrario una negación: nosotros somos unos y no somos otros. En este contexto, la alusión al Islam, aunque meramente instrumental, marca sin duda una línea divisoria. Pero el Papa la formuló mediante un ejemplo histórico de diálogo, no de guerra.

Dos: La reacción musulmana demuestra que el Papa tiene razón. Esa "ira" predicada a lo largo y ancho de la umma viene a confirmarnos, una vez más, dónde y por qué es imposible el diálogo con el Islam. ¿Repasamos los movimientos de la crisis? Uno: el Papa reprueba que la fe pueda imponerse por la espada y apela a la sintonía entre la divinidad y la razón. Dos: el Islam, en respuesta, prescinde de toda razón e invoca el lenguaje de la espada en nombre de su divinidad. Lo cual confirma plenamente el análisis de Benedicto XVI cuando, en su conferencia, sobrevuela el problema mayor del Islam: una divinidad concebida como trascendencia radical y absoluta, sin vínculo alguno con la naturaleza humana, termina volviéndose contra la razón. Ésa es la raíz de todo fundamentalismo. Y así como el fundamentalismo es, en el ámbito cristiano, una corriente marginal, en el ámbito islámico se está convirtiendo en mayoritaria, al menos por su capacidad para tensar las cosas. Que el Islam sea estructuralmente incompatible con la racionalidad occidental es algo que está sometido a discusión. Lo que es indiscutible es esto otro: los musulmanes tienen un problema –y son ellos quienes deben resolverlo.

Tres: La izquierda europea se está retratando en su histeria. Casi peor que la voluntad homicida de los fundamentalistas es la voluntad suicida de la "progresía" occidental. El espectáculo es verdaderamente desolador: he aquí a unas gentes que niegan a Dios, que se proclaman pacifistas, que desean cancelar la familia tradicional y que abogan por los matrimonios homosexuales, poniéndose al lado de un credo que sitúa a Dios por encima de todo (también por encima de la razón), que ordena la guerra santa, que castiga severamente el adulterio y que pena la homosexualidad con la muerte. La contradicción es de tal magnitud que forzosamente despierta preguntas perplejas. ¿Cómo es posible que, puestos a elegir campo, la izquierda occidental escoja uno donde ella misma sería triturada sin pestañear? Aquí se adivina un odio de sí mismo, una fobia de la propia identidad, que entra en el terreno de lo patológico. Es la fase terminal del viejo nihilismo moderno: la carrera de la destrucción termina en la autodestrucción. La opinión progresista ha sustituido la religión por el culto a la mera técnica y ha suplantado la filosofía por una burda dogmática de lo políticamente correcto. Entre el materialismo y la estupidez, se ha abierto un vacío que amenaza con tragarse a la identidad europea.

Cuatro: Tenemos un enemigo y no podemos cerrar los ojos. En un nivel ya no religioso ni cultural, sino simplemente político, y al margen del propio discurso del Papa, la reacción musulmana sólo indica una cosa: el Islam quiere ser nuestro enemigo. Sólo así puede interpretarse esa susceptibilidad desmesurada, esa reacción hiperestésica ante el menor roce polémico –también esa excelente planificación propagandística de la ira, capaz de movilizar a millones de personas sin la menor vacilación. ¿Nos asombra? Pero no debería extrañarnos: todos, tanto en la vida personal como en la colectiva, y en todos los tiempos, hemos tenido que afrontar la hostilidad de alguien, y con frecuencia esa hostilidad no la hemos desencadenado nosotros, sino el prójimo. Eso forma parte de la existencia. Naturalmente, el conflicto deshace las ilusiones pacifistas, pero es que la vida es así. Y cuando las cosas se ponen recias, no cabe más remedio que apretar los dientes y aprestarse a defender lo nuestro. ¿Estamos dispuestos?