UN ISLAM EUROPEO

 

 Artículo de Serafín FANJUL en “La Razón” del 29.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Saben que están vendiendo humo. Sin embargo, no cejan en sus bien publicitadas campañas de victimismo y retórica táctica. Musulmanes que vivaquean entre nosotros aprovechando los medios

inagotables que les proporcionan nuestras sociedades abiertas, e inimaginables en las suyas de origen, intentan ahondar el complejo de culpa de unos europeos incapaces, por inhibición y cobardía, de hacer valer cuanto de bueno han aportado a la Humanidad primero el Cristianismo y luego su heredera «la Cultura Occidental». Los agregados de por acá a la maniobra todavía buscan objetivos menos floridos, fintas para consumo interno como la chusca Alianza de Civilizaciones.

En Europa nadie se va a oponer a la práctica y difusión de ninguna religión, mas no pregunten por lo que sucede desde la frontera de Ceuta hasta Indonesia porque ya saben la respuesta. Pero sostener ese derecho individual –que no colectivo, como pretenden meterlo los musulmanes– es una cosa y otra bien distinta, tragar ficciones a la cañona. El penúltimo embeleco, por ahora, es hablar de

un «Islam europeo». Desconociendo adrede el carácter y vocación de fe universal que esa religión tiene –pretensión legítima si acepta competir en igualdad de condiciones en todas partes– , intentan volver el sustantivo más amable y digerible gracias al adjetivo. No es una táctica original ni nueva: los arabistas de otros tiempos ya hablaron del «Islam español», con idéntico objetivo de aproximar

el concepto y hacerlo nuestro aunque –dado el innegable patriotismo de todos ellos– dudo de que se

percataran de la semilla que esparcían al asimilar a la noción de «español», por un mero criterio geográfico, la de islámico, que no sólo fue contradictoria sino abiertamente enemiga de la otra durante muchos siglos. Pero hasta los gatos quieren zapatos y ya surgió, claro, el «Islam catalán» (Véase M. Castells en compañía de otros), suponemos que sin cava aunque con mucha barretina compensatoria, y por supuesto netamente diferenciado de un islam zaragozano o castellonense. Faltaría más.

El disfraz en el fondo revela la escasa confianza que se tiene en la abstracción y el modelo de vida propuestos, pero no suelen ser los musulmanes mismos quienes promocionan estos chafardeos, sino los propagandistas adheridos, quienes aplicando su propio descreimiento y relativismo existencial minimizan la importancia del Corán (enormidad inasumible para un muslim sincero) y hablan

de una sociedad islámica imaginaria, cuyas características eluden cuidadosamente definir, contentándose con vaguedades y buenos deseos de crisoles, de bellas sociedades multiculturales y acerca de la segura regeneración de nuestras malvadas gentes, final feliz que traerán los inmigrantes.

Pero nadie afirma, ni meramente sugiere, que el Islam europeo vaya a renunciar a la endogamia, al castigo de los apóstatas o a la condición subsidiaria –por decirlo de modo educado– de niñas y mujeres. Esperamos la asunción sin reservas de nuestras leyes y constitución, así como de los elementos básicos de nuestra cultura, lo cual comporta, por ejemplo, que no haya niñitas excluidas por sus familias de clases de gimnasia, música, baile, natación y hasta de reconocimiento médico; que no se pretenda, de momento de forma subrepticia, la introducción de la poligamia o la imposición a la comunidad mayoritaria de trágalas como diferentes horarios y lugares para actividades públicas o tratos diferenciados en función de religión y sexo, o que renuncien a colocarnos códigos de familia y de estatuto personal como los que dominan toda la legislación

sobre esos temas en todos los países árabes, tal como ha mostrado y denunciado en sus excelentes estudios Caridad Ruiz de Almodóvar, unos trabajos por desgracia fondeados y bien amarrados en publicaciones especializadas que nadie lee.

La opinión pública occidental tiende a fijarse en acontecimientos espectaculares pero puntuales que desmienten de forma brutal a la verborrea de los islamistas llamados «moderados» por sus propagandistas europeos: la horrenda cadena de atentados masivos a escala planetaria, los asesinatos de Theo Van Gogh o Farag Foda, la persecución de Rushdi, el intento de matar a N. Mahfuz, la ejecución de Mahmud Muhammad Taha (Sudán, 1985) o la muerte encarcelado de Ali Dashti (Irán ,1982), perseguidos los dos últimos por intentar una interpretación suavizada

de la doctrina coránica más acorde con nuestra época. Esto es lo que hay y obviamos la enumeración de la interminable teoría de casos menores que la prensa a diario revela. Pero con ser graves todos esos ejemplos, quizás lo más significativo y determinante estribe en los conceptos

básicos de que se parte: los musulmanes se consideran a sí mismos «una comunidad al margen de los demás seres humanos» (Umma duna an-nas), que debe mantenerse bien apartada del resto («¡No toméis como amigos a los judíos y a los cristianos! Son amigos unos de otros. Quien de vosotros trabe amistad con ellos, se hace uno de ellos», Corán, 5 - 56). Desde tal punto de partida es fácil arribar a una Declaración de Derechos Humanos en el Islam (El Cairo, 1990) diferente de la universal útil y buena para todas las gentes, detectar la actitud de malevolencia permanente de los moriscos del XVI frente a la sociedad mayoritaria y hasta empezar a entender la renuencia, hostil y

crudísima, a la integración de gran parte de los recién llegados a Europa. En las relaciones humanas no hay nada inamovible y definitivo , pero han de sustentarse sobre cimientos de reciprocidad, de franqueza y de intercambio equilibrado en todos los órdenes. Ya está bien de que mientras unos damos trigo, otros pagan sólo con palabras, ni siquiera siempre amables.