CADA VEZ PEOR
Artículo de Felipe González en “El País” del 01.09.06
Por su
interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en
este sitio web.
Con una apostilla a pie
de título:
El problema no es Israel,
es el fundamentalismo islámico, que es una contrarrevolución totalitaria y no
una "Revolución islámica" (L. B.-B., 2-9-06, 7:00).
Inmediatamente antes de que empezara esta nueva fase aguda del
conflicto árabe-israelí, es decir, antes del secuestro de un soldado
israelí en los territorios ocupados y de los acontecimientos dramáticos en el
Líbano a partir del secuestro de otros dos soldados, tuve una discusión no
querida por mí con el embajador israelí.
Estábamos realizando un seminario en Sevilla el primer día de
junio en relación con el 20º aniversario del establecimiento de relaciones
entre España e Israel. El grueso de la reflexión se situaba en torno a ese hecho
histórico y su evolución. Me limité, intencionadamente, a contar algunos de los
entresijos no conocidos de aquel proceso complejo de negociación a varias
bandas, que culminó en enero del 86.
Acabada la exposición, un periodista de La Vanguardia quiso traernos
a la realidad inmediata tras el triunfo de Hamás. No
quise eludir la respuesta a los temas puestos sobre la mesa. Creía que era
posible y conveniente el diálogo con Hamás, después
de la elección libre y transparente de los palestinos. Asimismo afirmé que la
Unión Europea no debía cortar la ayuda al pueblo palestino por esta elección,
Finalmente, expresé mi convicción de que Israel no podía mantener una política
unilateral para la solución de los problemas de fondo.
La indignada reacción del embajador israelí allí presente me
obligó a recordar algunos datos históricos que personalmente había vivido para
avalar la corrección -en mi criterio personal- de la postura que había
expresado. Lamento decir que, tras este verano terrible en Gaza, Cisjordania y particularmente
en el Líbano, no sólo no he cambiado de criterio sino que mi razonamiento ha
ido más allá. De buena fe cabe hacerse la pregunta sobre lo que hubiera
ocurrido si la política se hubiera basado en aquellas premisas que defendí.
Todo ha ido a peor en la zona, como fácilmente puede constatarse
viendo la dinámica de guerra civil y enfrentamientos contra los ocupantes en
Irak, o la tensión generada con Irán, no sólo la guerra en el Líbano. ¿Dónde
están los síntomas que anuncian una nueva realidad de democracia y estabilidad
en Medio Oriente? No estamos ante el parto de una nueva y mejor criatura, sino
ante el aborto frustrante de un proceso de paz imprescindible.
La paz sigue siendo la condición necesaria, aunque no sea
suficiente, para conseguir la estabilidad, el desarrollo y la libertad en la
región. Si no hay paz, todo lo demás se frustrará una y otra vez. Y aunque no
guste oírlo, y menos escucharlo, el epicentro de la paz y de la guerra sigue
estando, como hace décadas, en la solución del problema palestino. La fuerza,
la política unilateral basada en ella, y sólo en ella, no garantizará nunca la paz. Los otros conflictos son reales, sin duda,
pero su encauzamiento hacia una solución se encadena
una y otra vez al del epicentro. La guerra del Líbano es la prueba del nueve.
Hace un año, en la Universidad de Tel Aviv, y después en Ramala, recordé el empate infinito en el que se había
instalado este problema. Antes con Arafat, ahora con Hamás,
mañana con el que venga. Porque hay conflictos que escapan de la salida clásica
de triunfo o derrota, vencedores y vencidos, y suelen ser los peores. En los
extremos de la opinión y, a veces, del liderazgo de las partes enfrentadas se
llega a instalar el discurso de la derrota total de adversario y, si crece la tensión,
contamina a franjas amplias de la opinión con resultados cada vez peores.
¿Qué significaría el triunfo total de Israel sobre los palestinos
que quieren recuperar su territorio y disponer de su propio Estado?
¿Desaparecería la comunidad palestina de Cisjordania y Gaza? ¿Israel sería
ocupante perpetuo de territorios que no le pertenecen?
¿Qué significaría el triunfo total para los palestinos? ¿La
liquidación del Estado de Israel y la desaparición de la comunidad judía? ¿La
ocupación del territorio asignado a Israel como Estado?
Israel es más fuerte militarmente, pero no puede ganar por la
fuerza. Esto no variará en el futuro. Los palestinos son más débiles y tampoco
pueden ganar por la fuerza, ni hoy ni mañana. La conclusión es obvia: sólo un
acuerdo respetuoso con las resoluciones fundamentales de la ONU traerá paz y
estabilidad a palestinos e israelíes.
Todos los interlocutores se precipitan a responder que es eso lo
que pretenden, pero en la práctica no es así.
La terrible guerra del Líbano, cuyo objetivo confesadoera
liberar a dos soldados israelíes y derrotar a Hezbolá,
ha puesto de manifiesto que el conflicto central, el israelo-palestino,
tiene una onda expansiva regional inevitable.
Volveré a insistir, contra corriente, en la necesidad de que la comunidad
internacional aborde, con el consentimiento de las partes, una solución global.
Si Israel vuelve a las fronteras del 67 y los palestinos disponen de su propio
Estado, con todas las consecuencias, podría exigirse a todas las partes
implicadas reconocimiento recíproco y respeto a los acuerdos.
En los momentos actuales, más que nunca, el papel de la Unión
Europea puede y debe ser relevante. Una vez más vemos las enormes dificultades
para encarar responsabilidades en materia de paz y seguridad que vayan más allá
de la disponibilidad a pagar los gastos de los destrozos que se producen. Sin
embargo, contra pronóstico, ha ocurrido un hecho notable en relación con la
situación en el Líbano. La Unión ha llegado a un acuerdo muy significativo para
aportar más de la mitad del contingente de Naciones Unidas que se desplegará en
el sur del país. Más notable aún si se tiene en cuenta que ni Gran Bretaña ni
EE UU formarán parte de la operación.
Pero todo el mundo es consciente de que el del Líbano es un
conflicto derivado y que la situación en los territorios ocupados sigue siendo
explosiva. Por eso, el nuevo ministro de Exteriores italiano ha hablado de la
necesidad de que la Unión Europea piense en la interposición, con mandato de la
ONU, entre israelíes y palestinos, llegado el momento.
Si la hoja de ruta está muerta, como los Acuerdos de Oslo; si la
comunidad internacional está de acuerdo en un punto mínimo: el Estado
palestino; si los procesos de negociación llegaron hasta un punto casi
definitivo con Clinton; si la Liga Árabe ofreció en su día un acuerdo sobre
bases semejantes, ¿no ha llegado la hora de arrancar con una iniciativa fuerte
que siente a todos en torno a un plan definitivo, como si se retomara el
impulso de la Conferencia de Madrid de 1991?
Ésta debería ser la propuesta de la Unión Europea, legitimada hoy
por su decisión respecto a la paz en el Líbano y siempre por ser la que más
esfuerzos ha hecho para ayudar a los países de la región. Seguir parcheando ya
no es posible, porque se reproducirán continuamente las situaciones de crisis.
La solución global es inaplazable para una visión sensata de los intereses de
los israelíes, de los palestinos y de los países árabes concernidos. Entonces
sí se podría empezar a hablar de un nuevo Medio Oriente encaminado, desde la
paz, hacia un horizonte más libre y próspero.
Felipe González es ex presidente del Gobierno español.