ENTREVISTA A  MAX GALLO, INTELECTUAL DE LA IZQUIERDA FRANCESA,

 

 Por Javier Gómez en “La Razón” del 12.02.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado la entrevista que sigue para incluirla en este sitio web.

El formateado es mío (L. B.-B.)

 

 

«Primero las caricaturas, luego censurarán a Voltaire, más tarde la poligamia...»

 

El ex portavoz de Mitterrand sentencia: «La izquierda no sabe pensar la nación ni tampoco aceptar la crueldad de la historia, una desviación que puede conducir al angelismo»

 

 

 

 

París- A vuelapluma, por una página cualquiera, abrimos el libro. Zópiro, jeque de la Meca, habla con Phanor sobre Mahoma:

 

«¡La paz con este traidor!, ¡ah!, Pueblo de cobardes / No os espera más que una horrible esclavitud / Venga, llevad a hombros y servid arrodillados / al ídolo cuyo peso os aplastará a todos».

 

¿Algún columnista en armas durante la última semana?, ¿un belicoso escritor contemporáneo?, ¿uno más en la lista de herejes con la fe ajena? No. Un francés llamado Voltaire. En 1741. Este extracto pertenece a su libro «Mahoma o el fanatismo», en el que el profeta aprece retratado como un autoritario con ínfulas que traiciona a quienes creen en él y empuja a un personaje a matar a su padre. En una carta a Federico II, rey de Prusia, el fi lósofo razona sobre su escrito: «Me vería recompensado si una de estas almas débiles siempre dispuestas a recibir un furor ajeno [...] se dijese, tras leer el libro: ¿por qué obedecer a los ciegos que me gritan: odiad, perseguid, acabad con quien es tan temerario para no pensar como nosotros sobre cuestiones incluso indiferentes?».

 

Tres, sólo tres representaciones permitió el Parlamento de París en aquella época, antes de prohibirla por vilipendiar lo sagrado. A las celosas autoridades no escapó que, donde el cuco Voltaire decía islam, buscaba protegerse por una crítica en realidad destinada a todo totalitarismo religioso. En 1750 las funciones volvieron a ser permitidas. Pero si el pensador viviese hoy, 255 años más tarde, se arriesgaría a ser objeto de una fatwa y de las soflamas incandescentes de algún clérigo  iluminado. Aunque no dibujase en un diario danés.

Visitar a François Marie Arouet de Voltaire y entrevistar al intelectual Max Gallo puede conseguirse sin salir de una misma plaza, la del Panteón, entre las crestas adoquinadas del Barrio Latino, hoy bajo un cielo color de acero parecido al que encapota los humores del mundo por estas fechas. El primero descansa entre los grandes de Francia desde 1791. El segundo se asoma de vez en cuando al balcón de su salón, que da a la plazoleta donde se yergue el Panteón, sobrecogedor edifi cio de lustre torpón y desmañado. Allí respira, intentando aprehender algo de la tradición de luces y racionalidad que labraron sus «vecinos de abajo». Unos tales Zola, Rousseau, Dumas...

Ironías del destino, en la plácida Ginebra, hace escasos meses, las organizaciones religiosas musulmanas comenzaron una campaña y llegaron a manifestarse solicitando la prohibición de la representación de «Mahoma o el fanatismo». Al  final, el espectáculo tuvo lugar, con un dispositivo especial de seguridad, y el precio de un coche y varias papeleras ardiendo como represalia.

«Los responsables del islam en Suiza», tercia Gallo, «se expresaron con los mismos términos que quienes critican ahora la publicación de los dibujos sobre Mahoma. Dijeron que aceptaban la libertad de expresión pero que exigían respeto. Traducido, significa: piensen ustedes como nosotros, y así no tendremos que censurarlos. En caso contrario, serán amenazados».

 

Pregunta: El problema es que si ya no es la Constitución la que fija los límites a la libertad de expresión, sino la «moral», palabra que evocó el presidente Zapatero, se entra en el terreno de lo subjetivo. De todo lo que la ley islámica considere una falta de respeto. [Comienza la entrevista con la puerta del balcón entreabierta. Será el fantasma de Voltaire].

 

Respuesta: Por su concepción de la religión, allí donde vive un musulmán, la tierra se convierte en tierra de islam. Y en ese caso, hay que aplicar la ley islámica, que codifi ca la vida de los cultos pero también la social. No nos engañemos.

Hablamos de la lapidación, del sometimiento de la mujer, de la blasfemia y aberraciones semejantes. Si capitulamos ahora, no hay razón para que el engranaje se frene. Primero serán las caricaturas, luego la censura de Voltaire, más tarde la poligamia...

 

P. ¿Considera que está en riesgo el espacio social democrático?

 

R. Por supuesto. En algunos terrenos hemos abandonado nuestros principios. Por ejemplo, cuando un alcaldesa, como la de Lille, reserva horarios de las piscinas públicas a mujeres musulmanas, cuando hay profesores que no pueden llevar a sus alumnas a Educación Física porque las chicas musulmanas no quieren vestirse con ropa deportiva junto a chicos, cuando los padres exigen menús escolares con carne halal, preparada según el rito islámico.

 

P. ¿Es posible conciliar las dos posturas enfrentadas en la polémica sobre los dibujos?

 

R. No. En el mundo occidental existe un hábito secular que permite el humor sobre la religión, gracias al espacio público laico. Quien es católico y ve el cartel de la película «Amén» de Costa Gavras, con una cruz mutada en esvástica, arquea las cejas y sigue caminando. Si alguien se siente herido, lo denuncia y se arregla en los tribunales. Los musulmanes tienen otra relación con lo sagrado.

 

P. Entonces, ¿qué hacer?

 

R. El mejor servicio que podemos hacer a quienes dentro del islam intentan tener una lectura diferente de la de los integristas es no ceder en los principios. Tenemos que elegir la libertad. Y en ella está implícito el poder herir a alguien. Dejarnos coartar por la amenaza de la violencia sería autocensurarnos. Yo he visto a un hombre decir: «Prefiero ver morir a mi padre que ver una caricatura del profeta». Extraña noción de respeto.

 

P. ¿Qué persigue de verdad el islam poniendo el acento en doce dibujos, tras su silencio con casos como los de los escritores Oriana Fallacci o Michel Houellebecq, que insultaron explícitamente a la religión musulmana?

 

R. La inquietud de los integristas es ver a la comunidad musulmana de las sociedades democráticas integrarse en la modernidad. Su punto de apoyo es la religión. Por ello han dado, de forma instrumentalizada y manipuladora, tanta importancia a las caricaturas. Para conseguir un frente unido de creyentes, en el que todos los que forman esta comunidad musulmana en Francia, España o Dinamarca se sienten antes hermanos de religión que ciudadanos. La esperanza de Ahmadineyad es convertirse en el líder del mundo musulmán con el antisemitismo por bandera.

Si queremos dar una oportunidad a la creación de un islam abierto, es necesario no ceder ante la cuestión fundamental. Que es la invasión del espacio social laico por lo religioso.

 

P. Por sus palabras, parece que considere imposible la coexistencia de comunidades musulmanas en países democráticos.

 

R. No afirmo que sea incompatible. Alerto sobre un riesgo real. La tensión se agrava por las pésimas condiciones de muchos inmigrantes en nuestros países y por la situación política internacional. La situación en Oriente Medio no ayuda. El mundo árabe esgrime su sensación de agravio y asegura que Occidente utiliza dos medidas: una para Israel y otra para ellos.

El otro día, en un debate televisivo, un judoka francés, musulmán, decía que igual que existe una ley contra el negacionismo, debe crearse una ley contra la islamofobia.

 

P. Pero esto supondría equiparar hechos históricos y sufrimientos humanos con dogmas religiosos.

 

R. En efecto. Sin contar con que definir la islamofobia es imposible. Si alguien dice que el Corán contiene mensajes de violencia, con un análisis que puede no ser compartido pero argumentado, ¿será condenado?

 

P. Usted ha dicho que «es de ciegos e hipócritas no ver un choque de civilizaciones». El mundo vivió la segunda mitad del siglo XX con una lucha de dos grandes potencias, cuyas zonas de infl uencia estaban defi nidas geográficamente y no se superponían. Suponiendo que el choque de civilizaciones haya sustituido a la Guerra Fría, ¿la gran diferencia es que ésta se libra también dentro de nuestras

propias sociedades?

 

R. Europa cuenta con importantes comunidades musulmanas. Gracias a la globalización y la ubicuidad de la comunicación, con internet y las parabólicas, se sienten antes miembros de la comunidad musulmana mundial que de los países donde habitan. Asisten en directo a lo que ocurre en el mundo árabe, siguen el discurso de los integristas, ven sólo televisión árabe, con sus preconceptos y prejuicios sobre el mundo occidental y, sobre todo, contra los judíos... La situación es extremadamente complicada de cara al futuro.

 

P. ¿Quiere decir que la Guerra Fría tuvo como efecto la estabilidad del mundo?

 

R. Con distancia, podemos llegar a la conclusión de que durante la Guerra Fría fue la época de la historia en que las relaciones internacionales fueron guiadas de forma más racional. Los dos grandes bloques se equilibraban por las fronteras y sus fuerzas, con una gestión de Estado que conducía a la racionalidad. Ahora asistimos a una emergencia de lo irracional, lo pasional y lo religioso.

 

P. El clásico eje izquierda/derecha ha quedado hecho añicos en los últimos días. Bush piensa como Zapatero, pero diferente de Aznar. Blair y Chirac están en la misma línea... ¿qué opina de la actitud de la mayoría de los líderes mundiales?

 

R. Se han equivocado. Los líderes mundiales intentan apaciguar. Pero, curiosamente, es la misma palabra que esgrimieron los líderes europeos en 1938, cuando justificaron negociar con Hitler y Mussolini para no ir a la guerra.

Chamberlain declaró que era «la paz para nuestro tiempo». Mientras Churchill replicó: «Aceptaron el deshonor por la paz. Tendrán el deshonor y la guerra». Creo posible afirmar que, si no nos mantenemos fi rmes en una línea esencial, que ampare la libertad de expresión, la condena de la violencia, el laicismo y la separación de Justicia y religión, obtendremos otra vez el deshonor y la guerra al mismo tiempo. El apaciguamiento es idealmente loable. Pero ahora supone una capitulación.

 

P. Se acerca el momento de llevar la carrera nuclear unilateral de Irán al Consejo de Seguridad. La tensión puede seguir subiendo.

 

R. Igual que ocurre con los problemas sociales y religiosos, en política internacional llegará el momento en que habrá que marcar un límite definido. Si mantenemos que Irán no pueda acceder al arma nuclear, debemos ser conscientes de lo que ello puede comportar en términos de violencia. Nos encontramos en un mundo tan caótico, o más, que el de los albores de la Primera Guerra Mundial. La situación en Oriente Medio es más peligrosa que la que hervía en los Balcanes antes de 1914. A la pasión de los círculos nacionalistas serbios, austrohúngaros y rusos, hoy personificados principalmente en Irán, Siria, Palestina o Israel, se une la cuestión de nuestros recursos energéticos. No sólo estamos amenazados por un confl icto local, sino por la perspectiva de un desequilibrio económico global.

 

P. ¿Vale más el precio del petróleo que el de la cabeza de Salman Rushdie?

 

R. En cierta manera. Los dibujantes daneses seguro que no tienen petróleo. Occidente se halla en una situación muy difícil. Siendo fríos ¿caben soluciones militares? No. Iraq demuestra la contradicción en que está sumido EE UU, que debe apostar por los chiíes para salvar el país. Cuando los chiíes están  influenciados por los iraníes.

 

P. Usted fue portavoz de François Mitterrand. ¿Por qué la mayor parte de la izquierda considera que defender los principios del Estado democrático y laico en esta crisis es una actitud conservadora? Parece anacrónico.

 

R. La izquierda no sabe pensar la nación y la deja de lado por su vocación internacionalista. Una desviación que puede conducir al angelismo.

Que es no reconocer la realidad brutal de los confl ictos y la necesidad, a veces, de cortar por lo sano, incluso mediante la violencia.

También influye el sentimiento de culpabilidad frente a poblaciones que han sido explotadas por el mundo occidental. Como guinda, está el multiculturalismo, que niega la jerarquía entre culturas. La izquierda, en resumen, rechaza la crueldad de la Historia.

 

P. Uno de los mayores críticos del multiculturalismo desde la intelectualidad de la izquierda es Giovanni Sartori, según el cual esta teoría pone en peligro el pluralismo y la democracia.

 

R. Porque el multiculturalismo es un veneno. Defender la cultura de uno no significa rechazar las demás, es tener una identidad fuerte. Pero eso la izquierda tampoco lo comprende, porque defiende un hombre abstracto.

 

EN PERSONA

 

Gallo (72 años) tiene una calva reluciente de ideas y de Francia. De ella han salido decenas de libros. Escritor, historiador, pensador o, por decirlo a la francesa, intelectual, salta sin cesar a la palestra de la

opinión pública, como mandan los cánones de su especie. Enemigo furibundo de la construcción europea, defensor no menos vehemente de la nación, fuera de Francia cuesta entender que, con ese DNI, Gallo sea un referente de la izquierda bonapartista en cuyo currículum figura haber sido portavoz de Mitterrand. Ahora ha vuelto a echarse el carcaj de argumentos al hombro y ha partido de caza contra el fanatismo musulmán. Esta semana publicó su último libro, «Orgulloso de ser francés». En él reivindica un nuevo patriotismo, más de valores que de bandera. Entre ellos, el laicismo, «amenazado si la autocensura triunfa sobre la libertad».