LA SALUD DE LA IZQUIERDA EUROPEA

 

 Artículo de ANTHONY GIDDENS   en “La Vanguardia” del  25/10/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)


A mediados de octubre, un grupo de líderes políticos de centroizquierda, entre los cuales se encontraba Tony Blair, se reunió en Budapest con una serie de expertos para debatir sobre la governance desde una óptica progresista (esto es, el proceso de adopción de decisiones políticas desde una perspectiva progresista). El seminario estaba organizado por el think tank londinense Policy Network. Era el último de esa serie de encuentros; el anterior se había celebrado en Londres en julio del 2003. Los participantes tenían mucho de que hablar, porque la izquierda no está en buena forma. Cuando nacieron los seminarios, hace algunos años, Bill Clinton era presidente de Estados Unidos, y los gobiernos de izquierdas o inclinados hacia la izquierda estaban en el poder en 13 de los 15 estados comunitarios. Todos esos regímenes eran gobiernos de la tercera vía, es decir, muy revisionistas. La coalición de Jospin en Francia no era un caso diferente, por más que a Jospin le desagradara el término tercera vía.

Clinton hace mucho tiempo que desapareció. De los veinticinco países de la actual Unión Europea, las coaliciones de centroizquierda sólo mantienen las riendas del poder en nueve países. Tres están en Europa Oriental: la República Checa, Hungría y Polonia. En ninguno de ellos el Gobierno parece especialmente fuerte; todas esas sociedades parecen embargadas por un desencanto postampliación.En Alemania, la posición de la coalición de Gerhard Schröder entre socialdemócratas y verdes es bastante frágil.

Hay un nuevo Gobierno de centroizquierda en España, pero a principios de año parecía que los socialistas iban a perder las elecciones, luego los atentados de Madrid modificaron la opinión pública. En Suecia, Göran Persson disfruta de su tercer mandato como primer ministro, pero los socialdemócratas no tienen mayoría en el Riksdag. Los laboristas del Reino Unido siguen con probabilidades de vencer en las próximas elecciones, pero Tony Blair ha sufrido repetidos ataques como consecuencia de la participación británica en la invasión de Iraq. Y además el propio curso del conflicto ha dividido la izquierda.

Si examinamos los partidos en los países en que la izquierda no está en el poder, la situación también parece difícil. En Italia, la izquierda parece moverse sin rumbo, aunque la vuelta de Romano Prodi como jefe de una nueva alianza de centroizquierda podría ser indicio de una revitalización. Los diversos grupos y partidos involucrados todavía no tienen un programa común. La izquierda francesa aún no se ha recuperado del choque que supuso la eliminación de Lionel Jospin en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 2002. Los socialistas están divididos entre modernizadores y tradicionalistas, y la izquierda plural que Jospin logró aglutinar mientras estuvo en el gobierno se ha deshecho.

Durante los preparativos para las reuniones de Budapest, conversé con un importante asesor del Gobierno británico acerca del calamitoso estado de los partidos de centroizquierda en toda Europa. Se mostró bastante distante sobre el tema, diciendo que no creía que importara mucho; al fin y al cabo, los partidos o coaliciones de derechas de algunos países europeos eran en realidad bastante de izquierdas según los parámetros británicos. La CDU alemana, por ejemplo, en caso de que vuelva al poder, es en esencia un partido tory nacional, lejos del actual conservadurismo británico. Los democristianos del Continente, señaló, han desempeñado un papel importante en la creación y el mantenimiento de las instituciones asistenciales de Europa.

Es cierto que el centro de gravedad política difiere según los países. Es tan difícil para un gobierno sueco reducir de modo significativo los impuestos, por ejemplo, como lo es subirlos para uno británico. Además, como autor de un libro titulado Más allá de la izquierda y la derecha, puedo aceptar que hay algunos temas que ya no caen dentro de una división tradicional entre derechas e izquierdas. Ahora, no cabe duda de que la composición política de Europa sí que importa. Muchos partidos o coaliciones derechistas en el poder hoy en Europa están en mayor omenor grado condicionados por la extrema derecha, y la mayoría ha abrazado políticas antiinmigratorias. Algunos, como en Italia o Austria, han llevado directamente al gobierno a grupos de extrema derecha. La izquierda tiene que contrarrestar con rotundidad esas tendencias.

¿Qué explica la menguante estrella del centroizquierda? Ante todo, hay que señalar que el declive no ha sido tan marcado como pueda parecer a primera vista. En primer lugar, nunca hubo de verdad una firme hegemonía del centroizquierda en el 2000. Algunos partidos de centro o de izquierda llegaron al poder en ese momento en gran medida como resultado del ciclo político. Por ejemplo, los socialdemócratas alemanes habían estado fuera del gobierno durante casi tanto tiempo como los laboristas británicos, unos dieciocho años. El electorado respondió a las innovaciones ideológicas realizadas por los partidos, pero también votaron sencillamente por un cambio. También debe mencionarse que en el 2000 la izquierda sólo tenía la mayoría parlamentaria en cuatro de los trece países implicados: Gran Bretaña, Alemania, Francia y Grecia. Otros dos, Suecia y Portugal, tenían gobiernos de minoría.

Además, una de las lecciones de los últimos años es el grado en que la táctica y la simple contingencia, más que la ideología como tal, influyen sobre la política. De no ser por un puñado de papeletas perforadas (o de no presentarse Ralph Nader), Al Gore, no George W. Bush, sería ahora el presidente de Estados Unidos. La presencia de un demócrata en la Casa Blanca siempre ha tenido una influencia sobre la naturaleza política de Europa. Un gobierno de Al Gore podría haber mostrado una actitud diferente ante Iraq, y se podrían haber evitado las divisiones aparecidas en los países europeos y dentro de la izquierda.

Los fallos tácticos también explican buena parte del declive de las fortunas de la izquierda. Derechas e izquierdas están divididas en todas partes, pero la izquierda suele ser más propensa a la división sectaria. De haberse mantenido unida en Francia en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Jospin habría estado en buenas condiciones para hacer frente a Chirac. Si la coalición de El Olivo hubiera logrado mantenerse intacta en Italia, Silvio Berlusconi no estaría hoy en el poder. El principio unidos vencemos; divididos, perdemos tiene mucha fuerza en política. Cuando los laboristas británicos dejaron atrás su pasado sectario, el grito desde muchos sectores fue que eran unos controladores obsesivos (unos control freaks).Sin embargo, la continuada fuerza electoral del laborismo debe mucho al hecho de haber logrado contener en buena medida los cismas internos.

De todos modos, no hay duda de que las debilidades de la izquierda en Europa son en parte ideológicas. La pregunta clave es: ¿proceden de un exceso o de una falta de revisionismo? Soy un decidido partidario de lo último. Los gobiernos socialdemócratas se han mostrado con mucha frecuencia incapaces o reacios ante la aplicación de los programas con los que en principio están comprometidos. Consideremos la posición de Gerhard Schröder en Alemania. El canciller Schröder siempre ha sido un partidario de la tercera vía, ¿no es así? Bueno, sí..., más en espíritu que en la práctica, al menos hasta hace muy poco.

En junio de 1999, firmó el manifiesto Blair-Schröder. El documento hacía un llamamiento en favor de una reestructuración económica radical en Alemania y otros lugares siguiendo las pautas del Nuevo Laborismo británico. Ahora bien, encontró una recepción hostil en los círculos socialdemócratas alemanes y fue repudiado de hecho en ese país. Las reformas necesarias durante mucho tiempo no se pusieron en práctica. Por ejemplo, se hicieron pocos progresos en la reforma del sistema de prestaciones sociales, lo cual tuvo el efecto de sacar trabajadores del mercado de trabajo. Sólo en los últimos tiempos, en la segunda parte del mandato, se ha decidido Schröder a llevar a cabo las innovaciones. Siempre habría sido políticamente difícil hacer avanzar esos cambios, puesto que amenazan a grupos de interés establecidos; pero con su postergación es de prever que las reacciones negativas serán mayores.

La versión laborista de la tercera vía en 1997 era menos original de lo que creían sus oponentes. La política activa del mercado laboral, por ejemplo, al estilo del new deal, ya se había introducido antes en los países escandinavos. Sin embargo, en un aspecto clave, el laborismo estaba por delante. Un aspecto central de la filosofía política del laborismo era que no había áreas que tratar como pertenecientes a la derecha. Teníamos que generar soluciones de izquierda o centro a los problemas de derechas, como los relacionados con la delincuencia o la inmigración.

Otros partidos socialdemócratas de Europa se decidieron demasiado tarde por esa posición. El gobierno de Jospin, por ejemplo, sólo empezó a hablar de la adopción de medidas firmes para reducir la delincuencia cuando ya se encontraba muy avanzada la campaña electoral y no logró convencer al electorado escéptico de su sinceridad sobre esa cuestión. Los socialdemócratas daneses perdieron el poder tras no haber anticipado una oleada de populismo derechista, dirigida por el antiinmigratorio Partido del Pueblo, ni haber sabido responder a ella. En los Países Bajos, la coalición púrpura gobernante se vio sorprendida al tener que dejar el poder como resultado del auge del movimiento populista encabezado por Pim Fortuyn. El partido que Fortuyn dirigía acabó deshaciéndose, pero su impacto en la política neerlandesa ha sido duradero.

¿Qué puede hacerse para reavivar la estrella de la izquierda europea? A pesar de lo que muchos han escrito sobre el tema, los partidos populistas como tales no constituyen un problema importante para los socialdemócratas.

Esos partidos tienden a ser intrínsecamente inestables, dado que dependen del atractivo de los políticos antipolíticos. De mucha más trascendencia para la socialdemocracia son las condiciones sociales de las que es expresión el populismo de derechas. Un nuevo cisma ha aparecido en nuestras sociedades, asociado con las tensiones y presiones de la globalización. Por un lado, están quienes se encuentran cómodos -o relativamente cómodos- con el progreso tecnológico y el intercambio cosmopolita de culturas, y quienes poseen las cualificaciones necesarias para sacar provecho de la nueva economía. Por otro, mucho más abajo en la escala socioeconómica, están quienes, a menudo sin habilidades ni cualificaciones, perciben que sus trabajos o, más profundamente, sus vidas se encuentran en peligro. Son estos grupos los atraídos por los sentimientos racistas o xenófobos, quienes se dedican a culpar de lo que ocurre al establishment, a los de fuera o a ambos. Muchos son antiguos votantes socialdemócratas que se sienten abandonados o no representados por los principales partidos.

Algunos consideran el populismo el resultado de la desaparición de los grandes enfrentamientos ideológicos del pasado, como los que hubo entre fascismo y comunismo. La política, se sostiene, se ha convertido en un asunto demasiado prosaico para que los votantes se interesen demasiado por ella. Por lo tanto, la gran mayoría acaba sintiendo que todos los políticos son iguales, que no se les ofrece una elección de verdad. Entre los más distanciados, el vacío político llega a colmarse con votos de protesta y la acción directa: marginados contra el sistema. Para que los socialdemócratas vuelvan a encaminarse, prosigue el análisis, tienen que dejar correr más agua clara entre ellos y sus oponentes de la derecha.

Albergo cierta simpatía por esta opinión, siempre que no se sea ingenuo al respecto. Fue objeto de muchos debates en Budapest. El giro de la tercera vía en la política socialdemócrata es inevitable e inexorable. Los partidos de izquierda o centro no tendrán éxito en términos electorales si no responden a los cambios descritos más arriba. Para volver al poder, o para mantenerse en él, tienen que vencer tres batallas, que cabría describir como las batallas de la táctica, la estrategia y la ideología. La táctica significa mantener un frente unido, y ser profesional en la organización de las campañas electorales. La estrategia comporta la lucha continuada por la innovación política. En el plano ideológico, el problema central es reconciliar una perspectiva revisionista con un atractivo emocional. El pragmatismo sin pasión no logrará retener un apoyo político duradero. Los socialdemócratas deben responder al populismo sin sucumbir a él.

Hay por delante mucho trabajo para repensarlo todo, y también muchas acciones que emprender. En el momento álgido del boom socialdemócrata, Tony Blair empezó a hablar de la aspiración de convertir el siglo XXI en un "siglo socialdemócrata". Hasta ahora hay escasísimos signos de ello, pero la aspiración no es imposible. Fuera de Escandinavia, la izquierda nunca se ha mantenido en el poder durante mucho tiempo. Eso podría cambiar si los socialdemócratas aprendieran a hablar a la mayoría, no sólo a intereses de algunos sectores. Podría cambiar si la izquierda aceptara uno de sus retos más grandes: promover un igualitarismo renovado, pero un igualitarismo compatible con una economía dinámica y competitiva, tanto en el plano nacional como en el europeo.

No creo que la derecha política europea tenga un programa político especialmente coherente. Los partidos de derechas han llegado a dominar porque han respondido con más rapidez que la izquierda a las preocupaciones de los votantes acerca de la seguridad y la identidad; y también por los errores tácticos y organizativos cometidos por la izquierda. No será fácil hacer que cambien las tornas, porque para ello los socialdemócratas tendrán que realizar un difícil ejercicio de equilibrio. No obstante, un intercambio de ideas y experiencias más vivo y continuado por toda Europa -lo cual tiene relación con el trabajo de Policy Network- sería de mucha ayuda. Con la voluntad y el trabajo intelectual no hay razón para que el mapa político de Europa no cambie otra vez en los próximos años. Lo que suceda en Estados Unidos será fundamental. Una victoria de John Kerry podría dar nuevos bríos a un renacer socialdemócrata en Europa, como ocurrió después de que Bill Clinton apareciera en escena.

A. GIDDENS, catedrático de Sociología y ex director de la London School of Economics
Este artículo ha sido publicado también en ´The New Statesman´
Traducción: Juan Gabriel López Guix