NÚCLEO DURO Y UE

 

 Artículo de Luis González Seara  en  “La Razón” del 22/11/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)


La falta de ideas directrices en nuestra actual política exterior se está traduciendo en una confesada apuesta por seguir los pasos de Francia y Alemania, con la sabida cantinela de que esos dos países serán el motor y el núcleo duro de la futura Europa. Lo cual, además de representar un mimetismo ingenuo de los desfasados sueños de grandeza de Chirac, significa una especial miopía para percibir los rumbos de la nueva Europa ampliada. Dado que aquí el gran debate político lo tenemos centrado en responder, con el gobierno a la cabeza, a los continuos chantajes de la tribu de Rovira y sus imperialismos lingüísticos, no hay espacio ni tiempo para abordar, con el rigor y la intensidad que requieren, las dos cuestiones que más nos conciernen en el ámbito internacional: el desplazamiento del centro de gravedad de la política mundial, desde el Atlántico hacia el Pacífico, con Estados Unidos instalado como único imperio hegemónico del nuevo orden mundial; y la Constitución de una Europa ampliada a una treintena de Estados, incluida Turquía, donde el protagonismo dirigente que tuvieron hasta ahora Francia y Alemania será imposible en el futuro.
   Hace escasos días, el periódico «Le Monde» publicó en su primera página un análisis riguroso del tema: el «núcleo duro, última ilusión francesa». Firmado por Armand Leparmentier, el artículo desmonta la ilusión de los franceses, encarnada por Chirac, de lograr una Europa política organizada en torno al núcleo de la pareja franco-alemana. La idea ya se lanzó en otros momentos del proceso unitario, por parte de Schäuble, de Jacques Delors, de Fischer, constituyendo siempre una especie de sueño romántico que los hechos arruinaban con su implacable realismo. Siempre que se ha pretendido crear un núcleo reducido para el avance europeísta –desde el espacio sin fronteras al euro, desde el espacio de seguridad y justicia común hasta la Agencia de armamento– nos hemos encontrado con que todos los países de la UE se han apuntado al pensado club reducido, salvo las excepciones consabidas del Reino Unido en algunos temas. Incluso el sistema de las «cooperaciones reforzadas», establecido en el tratado de Ámsterdam, en realidad no se ha utilizado. Después de la ampliación a los 25, la idea de Chirac de un «núcleo duro», que sustituya al viejo sueño federal de Jean Monnet, viene a ser una retirada hacia la retaguardia, más que un salto vanguardista. Pese a lo que aquí se mantuvo por la oposición partidista y mediática, durante la crisis de Iraq, Chirac pudo comprobar que, «incluso aliado con Alemania, se hallaría en minoría en la Europa ampliada», dice Leparmentier. Lo cual es una prueba más de que esa Europa no va a consentir ningún «núcleo duro» liderado por las ilusiones perdidas de Chirac, que perdió también el envite de Iraq, y que ahora trata de disfrazarlo con aviesas declaraciones a la prensa, a la vez que entona en Londres cantos de amistad a su colega Blair. Aquí, en vez de tanta prisa para votar una Constitución mediocre, se impone huir de los sueños chiraquianos y debatir seriamente lo que se avecina, en Oriente y Occidente, donde podemos salir cordialmente trasquilados.