VUELTA AL APACIGUAMIENTO
Artículo de Václav Havel en “El País” del 30/01/2005
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Recuerdo perfectamente los apuros ligeramente
ridículos, ligeramente arriesgados y un tanto inquietantes en los que se veían
los diplomáticos occidentales en Praga durante la guerra fría. Periódicamente
tenían que resolver la delicada cuestión de si invitar a sus celebraciones en la
embajada a los diversos signatarios de la Carta 77, a activistas en pro de los
derechos humanos, a los detractores del régimen comunista, a políticos
desplazados, o incluso a escritores, eruditos y periodistas prohibidos; personas
con las que los diplomáticos solían mantener amistad.
En ocasiones no nos invitaban a los disidentes, pero nos ofrecían disculpas, y
otras nos invitaban, pero nosotros no aceptábamos la invitación para no
complicarles la vida a nuestros valientes amigos diplomáticos. O nos invitaban a
acudir a una hora temprana con la esperanza de que nos fuéramos antes de que
llegaran los representantes oficiales, algo que unas veces funcionaba y otras
no. Cuando no era así, los representantes oficiales se iban en protesta por
nuestra presencia, o nosotros nos íbamos apresuradamente, o todos fingíamos no
darnos cuenta de la presencia de los otros, o nos poníamos a conversar -si bien
en raras ocasiones- unos con otros, algo que frecuentemente constituía los
únicos momentos de diálogo entre el régimen y la oposición (sin contar nuestros
encuentros en los tribunales).
Todo esto sucedía cuando el telón de acero dividía Europa -y el mundo- en campos
opuestos. Los diplomáticos europeos debían considerar los intereses económicos
de sus países; pero, al contrario que el bando soviético, se tomaban en serio la
idea de "disidentes o comercio". No recuerdo ninguna ocasión en aquella época en
la que Occidente o cualquiera de sus organizaciones (OTAN, la Comunidad Europea,
etcétera) emitieran un llamamiento público, recomendación o edicto estableciendo
que un grupo específico de personas de mente independiente -comoquiera que lo
definamos- no debiera ser invitado a fiestas, celebraciones o recepciones
diplomáticas.
Pero eso es lo que está ocurriendo hoy. Una de las instituciones democráticas
más fuertes y poderosas del mundo -la Unión Europea- no siente escrúpulos a la
hora de prometer públicamente a la dictadura cubana que va a reinstituir el
apartheid diplomático. Las embajadas de la UE en La Habana confeccionarán ahora
sus listas de invitados de acuerdo con los deseos del Gobierno cubano. La miopía
del presidente socialista español, José Luis Rodríguez Zapatero, se ha impuesto.
Intentemos imaginar qué va a ocurrir: en cada embajada europea se nombrará a
alguien para estudiar la lista, nombre a nombre, y evaluar en qué medida las
personas en cuestión se comportan libremente o se expresan libremente en
público, hasta qué punto critican al régimen, o incluso si son ex presos
políticos.
Se acortarán las listas y se tacharán
nombres, y esto supondrá frecuentemente eliminar incluso a buenos amigos
personales de los diplomáticos encargados de la revisión, personas a quienes han
prestado ayuda intelectual, política o material. Será incluso peor si los países
de la UE intentan enmascarar sus actividades de control invitando sólo a
diplomáticos a las celebraciones de las embajadas en Cuba.
Difícilmente se puede pensar en una forma mejor para que la UE deshonre los
nobles ideales de libertad, igualdad y derechos humanos que profesa; principios,
de hecho, que reitera en su texto constitucional. Para proteger los beneficios
que las empresas europeas obtienen de sus hoteles en La Habana, la Unión dejará
de invitar a personas de mente abierta a las embajadas de la UE, y nosotros
deduciremos quiénes son a partir de la expresión que adopte el rostro del
dictador y de sus asociados. Es difícil imaginar un pacto más vergonzoso.
Como es lógico, los disidentes de Cuba prescindirán tranquilamente de los
cócteles y la conversación de conveniencia en las recepciones occidentales. Está
claro que esta persecución agravará su difícil lucha, pero naturalmente
sobrevivirán a ella. La cuestión es si la UE sobrevivirá. Hoy, la UE baila al
son de Fidel. Eso significa que mañana podría presentar ofertas en los concursos
para construir bases de misiles en la costa de la República Popular China. Al
día siguiente podría permitir que sus decisiones sobre Chechenia estuvieran
dictadas por los asesores del presidente ruso, Vladímir Putin. Después, por
alguna razón desconocida, podría condicionar su ayuda a África a las relaciones
fraternales con los peores dictadores africanos.
¿Dónde acabará? ¿En la liberación de Milosevic? ¿En la negación de visado al
activista pro derechos humanos ruso Serguéi Kovaliov? ¿En una disculpa a Sadam
Husein? ¿En la iniciación de conversaciones de paz con Al Qaeda? Es suicida que
la UE se deje atraer por las peores tradiciones políticas de Europa, cuyo
denominador común es la idea de que es necesario apaciguar al mal y que la mejor
manera de conseguir la paz es mediante la indiferencia hacia la libertad de los
demás. Es justamente lo contrario: esta clase de políticas ponen de manifiesto
una indiferencia hacia la propia libertad y allanan el camino hacia la guerra.
Después de todo, Europa se está uniendo para defender su libertad y sus valores, no para sacrificarlos ante el ideal de la coexistencia armoniosa con dictadores, algo que la expone al peligro de que su alma se vea gradualmente infiltrada por la actitud antidemocrática. Creo firmemente que los nuevos miembros de la UE no olvidarán su experiencia del totalitarismo y de oposición no violenta al mal, y que dicha experiencia se reflejará en su comportamiento en los organismos de la UE. De hecho, ésta podría ser la mejor contribución que pueden hacer a los cimientos espirituales, morales y políticos comunes de una Europa unida.