EL PUÑO ATÓMICO DEL INTEGRISMO ISLÁMICO

 

 Artículo de José Javaloyes en “La Estrella Digital” del 13.03.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

Se trata, obviamente, de Irán. Ahmadineyad, el teócrata impronunciable que por una gracia de Alá y la colaboración de sus ayatolás rige los destinos del desgraciado pueblo de los antiguos persas, quiere llevar el desafío del integrismo islámico, versión de la Chía recreada por el desaparecido Jomeini (al que se le atribuyen fatwas o sentencias de tan amplio espectro temático que alcanzaban a regular desde la higiene defecatoria hasta la copulación con camellas), a niveles que rebasan largamente las posibilidades de todos los explosivos preatómicos. No habrá quien lo pare, dice, en su empeño de conseguir bases tecnológicas que implican el acceso a la bomba atómica: para la que ya tiene disponible la correspondiente cohetería misilística, cuyo radio no sólo alcanza a Israel sino que llega a los confines europeos.

No por la vía de la referida copulación sino por un esfuerzo de síntesis inédito hasta el presente, la revolución islámica del chiismo prepara el salto atómico desde el chaleco de dinamita reiterado en Palestina contra Israel, y de las mochilas del 11M en Madrid y el 7J londinense, y de los aviones como mochilas estrellados contra las Torres Gemelas y el Pentágono durante el fatídico 11S. No es ninguna broma. Se trata del Apocalipsis atómico como expresión suprema del terrorismo, al servicio de la sagrada Yihad o guerra santa contra el impío Occidente.

Por fortuna, todo es todavía un proyecto iniciado y no un concluido programa. Por fortuna y, como los creyentes diríamos, gracias a Dios. Pero ante una tribulación así, con el expediente iraní de la AIEA (Agencia Internacional de la Energía Atómica) sobre el Consejo de Seguridad de la ONU, habrá que hacer como el proverbio dice: a Dios rogando y con el mazo dando. Todavía, y a ser posible hasta el final, con el mazo de la diplomacia, o con el de la subasta de la paciencia política.

No vale frente a lo evidente el Bálsamo de Fierabrás ni el ungüento milagroso del Diálogo de Civilizaciones, el camino más seguro para que en condiciones como ésta Occidente sea practicable como la camella de la fatwa del ayatolá Jomeini. Lo prueba el chasco que se ha llevado el ajedrecista Putin, en el Kremlin, luego de toparse con el rechazo iraní de su oferta de enriquecerles el uranio hasta los niveles propios para el uso civil de la energía de fisión, de la alternativa nuclear, para un país al que le salen los activos energéticos de su subsuelo con el mismo vigor y abundancia que las sacudidas sísmicas.

Nadie debe olvidar que el proyecto nuclear iraní se venía desarrollando en secreto, y que fue desvelado y denunciado ante la AIEA por la oposición liberal y la resistencia interna del país a los demenciales planes de la teocracia alucinada a que se encuentran sometidos, privados de voz y emasculados de voto, porque a los candidatos que los podían representar se les prohibió que concurrieran a las últimas elecciones. Y si eso no cabe olvidarlo, tampoco se debe desestimar el potencial que esa oposición representa en términos de una revuelta popular capaz de desbordar los demostrados límites de eficiencia en la policía política de la teodictadura.

Por ahí pueden ir los cálculos alternativos de los servicios occidentales de inteligencia: tan profundamente torpes a la hora de preservar la transición de Irán a la democracia tras de la caída del sha Mohamed Reza Pahlevi. Personaje cuya fe en su propio destino de grandeza sólo era equiparable a la de Jomeini y sus acólitos en la más reaccionaria revolución que vieron los siglos.

Sea cual fuere la vía que se elija, lo cierto es que resulta a todas luces inasumible la posibilidad de que la alucinación del Impronunciable siga adelante, alcanzando la riqueza crítica del uranio para fabricar la bomba atómica. Sería letal para la Humanidad. Comparado con ese riesgo, la crisis energética desde la que amenaza Teherán quedaría reducida a la placentera y relajada condición de unas justas florales.