PAKISTÁN, CRISIS EN EL POLVORÍN

 

 Artículo de José Javaloyes en “La Estrella Digital” del 15.05.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

La revuelta islamista en Pakistán, con saldo de muchas decenas de muertos en los últimos días y con una causa teórica de protesta contra la destitución, por el dictador Pervez Musharraf, del presidente del Tribunal Supremo, abre un frente de inestabilidad que se suma, con imprevisibles consecuencias, a la guerra que se desarrolla en Afganistán. Un conflicto éste que formalmente no comparece como guerra pero que lo es en realidad.

Tanto por la masa de resistencia que ejercen los talibanes como por la dificultad militar de reducirla, se trata de un desafío mayor para la OTAN. Así ha ocurrido siempre en ese escenario: esencialmente impracticable en términos de guerra convencional, como bien demostró en su día el fracaso británico en los años veinte del pasado siglo, y después con la derrota militar soviética. Algo que para muchos analistas fue uno de los determinantes de la implosión de la URSS.

Adosada la crisis pakistaní al puchero afgano, la dictadura militar de Pervez Musharraf se encuentra ante un cuadro cuyo origen no difiere formalmente de otras por las que ya ha transitado, apoyado siempre por el poder norteamericano y siempre también vivaqueando políticamente con las poderosas fuerzas del islamismo. Sin embargo, el respaldo histórico de Washington no ha servido a éste para que el régimen pakistaní aportara la cobertura suficiente, en términos de Inteligencia militar al menos, que permitiera la localización y destrucción de las bases primordiales de Al Qaeda.

La complicada orografía de los espacios fronterizos, de los dilatados límites entre Pakistán y Afganistán, no sólo ha impedido la localización del cuartel general de un Ben Laden del que no se sabe si vive o si está muerto, sino que también propicia el flujo permanente de activistas en un sentido y en otro, como reclutas que acuden a Afganistán para obtener formación en el activismo, y como elementos que una vez instruidos se incorporan, a través de Irán, a la resistencia islamista en Iraq, o se instalan en el Magreb, principalmente en Marruecos y Argelia.

En ese contexto, la crisis política pakistaní puede agravarse en medida que no hubo antes, si las gentes de Al Qaeda logran conectar, como fulminante, con la resistencia islamista que en estos momentos planta cara a la dictadura de Musharraf. Si cuaja el diálogo y los acuerdos mínimos de Estados Unidos e Irán para reducir la violencia en Iraq, sería lo normal que lo primero que se quisiera hacer fuese un sellado iraní de sus fronteras con Afganistán. Pero esa entente antiterrorista entre Washington y Teherán precisaría el eslabón pakistaní como dimensión de fondo…

Por ello parece especialmente “inoportuna” esta presión islamista, en forma de manifestaciones, por las calles de las primeras ciudades de Pakistán, saldadas con numerosas muertes por la contundencia con que han sido reprimidas. De ahí que lo previsible es que Washington no venga a flaquear en sus apoyos a Musharraf, urgiéndole para que no se demore más en la restauración de la democracia…

Las prioridades ahora son otras. De una parte, que la OTAN pueda hacer su trabajo en Afganistán. Y de otra, que la acción conjunta de todos los países fronterizos de Iraq —especialmente la República Islámica de Irán— impermeabilicen sus fronteras, cortando el paso a los terroristas de Al Qaeda. Ese cerco necesita a su vez, en la retaguardia, la estabilidad cooperante de Pakistán. Lo del cambio pakistaní a la democracia es algo que puede seguir esperando.