MURIÓ EL EGIPTO DE LOS FELAGAS

Artículo de José Javaloyes  en “Republica.es” del 31 de enero de 2011

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Lo apuntado con claridad en la rebelión tunecina contra la corrupción autocrática y cleptocrática del régimen de Ben Alí, que dilapidó el sistema construido por Habib Burguib, se ha evidenciado de forma dramática y contundente en el Egipto de Mubarak.  O sea, el estancamiento político en la superficie de las sociedades arabófonas del norte de África, pero también en Asia Menor, con la desestabilización jordana y la revuelta yemení, ha sido como costra debajo de la cual ha corrido como una red de corrientes subterráneas hasta crear brutal disimilitud y asincronía entre  la calma de la superficie política y las turbulencias del cambio en que vienen montadas las generaciones nuevas. La brutalidad de la corrupción en el vértice familiar del régimen tunecino ha sido el catalizador que ha desencadenado el proceso de ruptura entre la forma inmóvil del sistema y la materia existente debajo de cada Estado.

Sin el cambio generacional no se habría producido la revuelta, pero tampoco ésta habría tenido lugar sin la previa interacción de la mutación tecnológica de las comunicaciones, que ha sido la estructura de transmisión y potenciación de la onda del descontento. Creo que las ingenieros hablan de procesos acumulativos de desestabilización como el que se produce en un puente transitado por una multitud, si las pisadas de quienes la componen ocasionan una acumulación crítica de ondas, de vibraciones, pues éstas “entran en fase“ y pueden hacer que el puente colapse y se venga abajo.

La interacción de los cambios tecnológicos (pensemos en Internet y Wekleaks), pedagógicos y generacionales, ha traído una dinámica político-social rigurosamente nueva y capaz de explicar por si sola, este cambio sociológico que ha quebrado las bases del quietismo político establecido en estas dos autocracias norteafricanas, mientras ceba otros estallido similares en parecidos mundos de cleptócratas y muecines.

Lo más importante a significar en esta encendida noche egipcia, con los carros de combate en las calles del país mientras arden como pavesas las sedes burocráticas del poder establecido, es el epígrafe de esta nota de urgencia. Las masas del que fue reino de los faraones han cambiado de naturaleza. No sólo hay más materia dirigente que la siempre hubo allí, sino que unas rudimentarias clases medias se han expandido y los felagas de barro, los campesinos del Delta del Nilo, han dejado de ser arcilla mojada para convertirse en piedras de onda.

Pero sobre esas claves más de fondo debe repararse en el fondo de consecuencias que cabe esperar de tan formidable explosión político- social ahora cursante en el coloso árabe del Oriente Medio. Por razón de escala y por sus implicaciones geoestratégicas, este suceso de Egipto es de importancia mucho mayor que su prólogo tunecino. La onda ya no sólo se proyecta desde el Atlántico al Mar Rojo, sino que puede alcanzar también al Índico, con Yemen y el propio Irán, donde las masas están ya al borde de la saturación. Y por muy duplicados que estén allí los sistemas represivos de la Revolución Islámica.