LAS DE LA GUERRA SON OTRAS REGLAS

Artículo de José Javaloyes  en “Republica.com” del 04 de mayo de 2011

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Los talibanes de Al Qaeda dudan de la muerte de Ben Laden. No pueden hacer otra cosa. Necesitan que esté vivo para seguir siendo ellos. Si está muerto, que lo está, ellos lo están también, como parte mística de esa estructura de terror que son y en que consisten. Si está muerto, la bóveda alqaedana se viene abajo. Rota su clave, el punto personal de conjunción donde confluían las franquicias de la red que hace la guerra a Occidente y al Cristianismo – del que Occidente salió al fundirse con la civilización grecolatina -, muerto el perro, se acabó la rabia del radical fanatismo islamista.

Otros que los talibanes, algunos que están en sus antípodas de civilización, cuestionan su liquidación y los procedimientos seguidos para obtener el dato que la hizo posible. Se rastrea en tales reparos el ADN de nuestra cultura de libertades, en la que tiene explicación y sentido, hasta cierto punto, el debate que se ha abierto sobre si el Califa de la Umma del Terror debió ser simplemente apresado y llevado a los tribunales, con lo cual su captura, simple y llanamente, se habría convertido en el acceso del radicalismo islámico a otra campaña propagandística. De posibilidades inimaginables al plantearse en un mundo asimétrico donde las libertades occidentales habrían de lidiar, constreñidas por sus códigos, con quienes sólo aplican el suyo propio que es de la muerte. Incluso contra muchos de sus hermanos de fe, como signo de su mística y aberrante y militancia.

Por extensión de lo anterior, haciendo caso omiso de las condiciones de oportunidad a que deben atenerse las conductas de quienes responden con guerra en respuesta a la que iniciaron los secuaces de Ben Laden, se hace cuestión de principio y materia de denuncia las prácticas seguidas para obtener la información sobre el paradero del personaje, especialmente cuando tales prácticas han incluido nuevas torturas. Violencias que en muchas ocasiones, por desgracia, se han aplicado a individuos que poco o nada tenían que ver con los hechos que se investigaban; al quedar todos ellos agavillados en el censo de víctimas colaterales de la guerra antiterrorista. Pero lo más cierto, al fin y al cabo, es que de esas prácticas se obtuvo la información, se alcanzaron los datos que han permitido averiguar el paradero de Ben Laden, capturarlo y darle muerte.

Las Fuerzas Armadas de un país que está en guerra no pueden confundirse, en modo alguno, como una suerte de fuerza policial cuyas actuaciones deban ser judicialmente validadas por sus propias autoridades judiciales. El garantismo radical no es garantía de superior justicia, sino de todo lo contrario. Puede llevar, y de hecho lleva muchas veces, al blindaje procesal y moral, merecedor de respeto, a quien hace la más injusta de las guerras; pese al hecho, como es el caso, de ser responsable de la muerte de miles de seres humanos.

Pero tampoco es ese el caso que plantea la muerte de Osama Ben Laden. La cuestión pura y simple estriba en identificar como bélica, o de marco civil, la tesitura en la que el último de los príncipes saudíes, el jeque de los terroristas islámicos, ha encontrado la muerte. Desde el punto de vista propio del más estricto garantismo, habría sido mucho peor que, capturado, se le hubieran venido a reservar los honores de un Núremberg. Desde un complementario punto de vista, también puede decirse que las situaciones excepcionales merecen asimismo respuestas excepcionales. Que todo en la azarosa vida internacional estuviera tan claro como este desenlace sobre el que se han cerrado las aguas del Mar Arábigo. Magnífica tumba para tan enorme canalla.