CONFINES DE EUROPA

 

 Artículo de José Javaloyes en “La Estrella Digital” del 17/12/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

El asunto de Turquía, como no puede ser de otra manera, obliga a una reconsideración serena de los confines de Europa. Los límites europeos vienen establecidos por algo más que simples criterios geográficos. Para la política y para la Historia cuentan otras cosas aparte de la física de los emplazamientos, de la latitud y de los meridianos. Consta que Europa, en un largo y trágico periodo del siglo XX, ha latido más nítidamente en las democracias de América y en todas las culturas de la libertad que en espacios de la Europa misma, cuando han sido secuestrados por dictaduras totalitarias.

La libertad política es un referente central de la identidad europea, pero esa libertad no se acaba de entender de modo suficiente si no se la integra en el cuerpo de cultura que la ha hecho posible. Este cuerpo de cultura estaba ahí antes de la Ilustración, con los legados del cristianismo, de la filosofía griega y del Derecho Romano. Es lo que la hizo posible a Europa misma y a la propia Ilustración.

Fue el hecho islámico lo que alteró los confines geográficos del hecho europeo, al liquidar la condición de mar interior —europea— que el Mediterráneo tenía. La ocupación musulmana del norte de África sepultó, desde Egipto hasta el Atlántico, toda la estructura cultural grecorromana y cristiana. Posteriormente serían los turcos islamizados quienes barrieron el subsistente mundo romano de Bizancio. Los límites europeos quebraron así, de modo sucesivo, por el Sur y por el Este. Fue el islam lo que amputó, reduciéndolos, los confines de Europa, entendida como continuidad cultural y política.

Y es un Gobierno islámico, soportado por el voto musulmán, el Gobierno turco de Tayip Erdogan, el que ha reclamado la nueva modificación de los confines europeos, para instalar a plazo sus gentes y su Estado en el cuerpo de la Europa políticamente unificada desde su previa unidad cultural y económica. Ahora sólo falta que a no tardar pida lo propio, desde los perdidos confines religiosos, culturales y económicos, todo el islamismo institucionalizado que va desde Marruecos hasta el Mar Rojo. Y con ellos, como paquete añadido, Israel: injerto cultural y político de Occidente en el Levante islamizado.

Ese escenario, comenzando por la pretensión turca de integración plena, no es de fusión con Europa sino de confusión, gravísima, para Europa. Se trata de una dialéctica implosiva de consecuencias incalculables. Los riesgos de ese caos potencial se acentúan por el borrado constitucional de las raíces cristianas de Europa y por la demolición de la cultura propia en la desordenada concurrencia del multiculturalismo.

La concurrencia de la cultura islámica —minoritaria hasta ahora y grávida de conflictividad— en el cuerpo europeo crecería exponencialmente con el factor turco. Sería la suya, de modo necesario, una concurrencia intrusiva y desestabilizadora del reintegrado ser europeo.

Modificaciones así de los confines físicos y geográficos de Europa central, occidental y meridional como las derivadas del impacto islámico —que la diplomacia moratina quiere hacer específicamente extensivo a Marruecos— traerían de suyo la alteración de los europerfiles más íntimos: los espirituales y culturales. Mejor sería esforzarse en armonizar las condiciones para el enganche de la otra Europa, la rusa y eslava, en pos de un proyecto compartido entre las dos. A Turquía corresponde una alianza lo más generosa posible, aunque desanclada de cualquier idea de fraternidad. Una cosa son los aliados y amigos, y otra los hermanos, que comparten identidad.

Por lo demás, no perdamos de vista la recomendación dorsiana: los experimentos, con gaseosa.