GASOLINA

 

 Artículo de Jon Juaristi  en “ABC” del 13.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Saint-Denis: antiguo barrio rojo de París, en torno a la abadía del mismo nombre, donde, en 1923, las Juventudes Comunistas se batieron a tiros con la Policía durante varios días de fiebre revolucionaria. Saint-Denis: patio devastado de la Francia que cae, aquelarre de gasolina, ensayo general de apocalipsis metropolitano a cargo de la chusma del agobio. Ojo, almas bellas: Sarkozy acierta. Ya sé que os pone -como diría el cántabro Revilla con esa elegancia natural que exhibe en senados y bodas principescas- el arrojo de la muchachada pirómana. No es la primera vez. Toujours on a raison pour se révolter: no habéis progresado mucho, los progres, desde los tiempos del Sartre maoísta. Algún día os achicharrarán el bugata y seguiréis ovacionando lo que llamáis la violencia del pobre. Y volveréis a equivocaros, capullitos de alhelí. Dejad a un lado la pederastia ideológica que os consume y repasad la historia, materialistas históricos. Esos chavales no son terroristas, os lo concedo. Se harán terroristas en breve, si encuentran en vosotros tanta comprensión y cariño. Tienen los métodos. Tienen los medios. Sólo les falta una causa y esa van a encontrarla muy pronto. Links islamistas, sinergias antiglobales, redes antirracistas, hay de todo en el mercado, y ya están metiendo sus narices en el asunto las oenegés de la bronca. Las que apuntan a los judíos, por ejemplo, ¿queréis siglas? Ojo, cuadrilla: no son los communards, no son los metalúrgicos estalinistas de Doriot ni los gauchistas del sesenta y ocho. Son otra cosa. Son los nuevos tiempos. Pero algo podéis aprender todavía de los antiguos.

A los equivalentes a vuestros queridos e inofensivos gamberros les llaman en Estados Unidos skippers. Su epónimo fue un adolescente negro, Joe Skipper, que en 1994 atacó en Detroit a una octogenaria negra para robarle cincuenta dólares. La asaltada ha muerto -no a resultas de tal agresión, es verdad- el último 24 de octubre, hace tres semanas. Se llamaba Rosa Parks. En 1955 fue detenida y multada en Montgomery, Alabama, por negarse a ceder su asiento en el autobús a un blanco. Hubo muchos casos como el de Rosa, pero sólo el suyo puso en marcha el movimiento que acabaría con la segregación racial. A finales de los años cincuenta, existía en los guetos negros una clase media de obreros especializados, pequeños comerciantes, empleados y funcionarios, que llevó adelante la lucha por los derechos civiles. Millones de ellos se levantaron, a la llamada de un joven sacerdote baptista, Martin Luther King, para concluir la Revolución Americana; es decir, la más grande y profunda revolución democrática de la Historia: un proceso de tres siglos iniciado por colonos esclavistas y terminado por los descendientes de los esclavos.

Y, también en los años cincuenta, existía en los guetos negros de Estados Unidos una buena cantidad de delincuentes, organizados en bandas, que vivían de robar y extorsionar a la clase media negra. ¿A que no adivináis a qué sector de la población negra decidió apoyar la izquierda blanca (es decir, la progresía pasada por las universidades de ambas costas)? Bingo: a los delincuentes. Ahí estaba, según ellos, la auténtica vanguardia de los guetos. Sólo necesitaban una ideología, y los radicales que tanto os gustan, los Chomsky y compañía, se la dieron de muy buena gana. Convenientemente politizados, los skippers de entonces se dedicaron al terrorismo contra los antiguos seguidores de Martin Luther King, ya integrados en el sistema. Resultado: la clase media huyó de los barrios negros. Los saqueadores e incendiarios de 1990, en un estallido ubicuo de violencia tan parecido al francés, se cebaron con quienes habían sustituido a aquélla: los pequeños y laboriosos comerciantes de origen coreano o vietnamita. Hoy los guetos negros son más guetos que nunca, vastos depósitos de familias desestructuradas, con índices africanos de desempleo y fracaso escolar muy por encima incluso del español, donde se entierra sin ningún resultado apreciable la mayor parte del presupuesto asistencial y la única fuerza organizada es una variante ferozmente antisemita del islamismo.

Así pues, almas cándidas, a ver si va en serio lo de la tolerancia cero, dejáis de gritar que viene Le Pen y os ponéis, por una zapatera vez, de parte de las víctimas.