LIDIAR CON IRÁN A FONDO

 

 

Artículo de  Robert Kagan, Miembro de la Fundación Carnegie para la Paz,  en “ABC” del 5-3-06

 

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

SI un ataque aéreo y con misiles fuera capaz de destruir el programa de armamento nuclear iraní, podría parecer la mejor de muchas opciones malas. Pero probablemente tenga más costes que ventajas. ¿Es la información que se tiene sobre Irán mucho mejor que la que se tenía sobre Irak? En 1998, Clinton lanzó la operación «Zorro del desierto» contra Irak para frustrar sus programas armamentísticos, y ni siquiera hoy sabemos para qué sirvió. Como dijo más tarde el presidente Clinton: «A lo mejor hemos dado con todo; o puede que hayamos dado con la mitad; y tal vez no hayamos dado con nada. Pero no lo sabemos».

¿Tendría un resultado muy distinto un «Zorro del desierto II» en Irán, aunque fuera a una escala mayor? El Pentágono puede alcanzar con relativa confianza instalaciones que pueda ver. Pero el programa iraní es principalmente subterráneo, y desconocemos parte de él. Incluso si un ataque frenara los planes de Irán, no sabríamos hasta qué punto. A pesar del precio que pagaríamos, ni siquiera sabríamos qué hemos conseguido. Y pagaríamos un precio. El presidente Mahmud Ahmadineyad y los mulás declararían la victoria, como hizo Sadam Husein en 1998, y probablemente se granjearían cierta simpatía y admiración en el mundo musulmán y fuera de él. A lo mejor, en lugar de estar ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas presionando para que se impongan sanciones a Irán, la Administración estaría esquivando resoluciones que la censuraran a ella por «agresión».

Luego, está la posibilidad de represalias iraníes: atentados terroristas, actividad militar en Irak, intentonas de cerrar las vías marítimas del Golfo Persa e interrumpir el suministro de petróleo. A menos que estuviéramos dispuestos a intensificar el conflicto hasta acabar derrocando definitivamente al régimen, podríamos acabar en peor situación que cuando empezamos. Pero lo inadecuado de la opción del ataque militar no quiere decir que baste con recurrir a la diplomacia. La diplomacia por sí sola no tiene más probabilidades de éxito. El actual régimen iraní parece decidido a conseguir armas nucleares. No se ha dejado intimidar por la posibilidad del aislamiento internacional o de las sanciones económicas y, al parecer, considera que esas dificultades son un precio aceptable por un objetivo estratégico más amplio. En ese caso, ni siquiera unos incentivos mayores lo convencerán para que renuncie a un programa que considera vital para sus intereses. El temor a una acción militar probablemente fuera la única razón por la que Irán al menos fingió negociar con los europeos, pero no ha sido suficiente para que ponga fin a su programa.

Debemos reorientar nuestra estrategia. Nuestra justificable fijación con evitar que Irán se haga con la bomba en cierto modo nos ha impedido buscar un objetivo fundamental y esencial: el cambio político en Irán. Debemos empezar a apoyar el cambio liberal y democrático para una población iraní que sabemos que aspira a ambas cosas. Nadie quiere ver que Irán consigue una bomba, independientemente de quién esté en el poder en Teherán. Pero sí que importa quién ocupa el poder. No nos preocupa que Francia o Gran Bretaña posean armas nucleares. Toleramos los arsenales de India e Israel porque tenemos cierta fe en que sus gobiernos democráticos no los utilizarán. Si Irán estuviese regido por un gobierno democrático, aunque fuese imperfecto, nos preocuparía mucho menos su armamento. Quizá desmantelaría su programa voluntariamente, como hicieron Ucrania y Suráfrica. Pero, aunque no lo hiciera, un Irán liberal y democrático no sería tan paranoico respecto a su seguridad y, por tanto, confiaría menos en las armas nucleares para defenderse.

La Administración de Bush, a pesar de su doctrina de democratización, todavía no ha intentado aplicarla en el lugar donde los ideales y el interés estratégico se cruzan más claramente. Ha hecho poco por presionar para que se produzca un cambio político o por explotar los evidentes puntos flacos del régimen de los mulás. Los pasos son evidentes: comunicarse directamente con la muy occidentalizada población iraní a través de la radio, internet y otros medios; organizar un apoyo internacional para los sindicatos y otros grupos de derechos humanos y civiles, además de grupos religiosos opuestos al régimen; ofrecer un apoyo encubierto a quienes deseen utilizarlo; e imponer sanciones, no tanto para detener el programa nuclear como para asfixiar a la élite empresarial que apoya al régimen.

A algunos les preocupa que se desate un levantamiento al estilo de Hungría o la masacre de Tiananmen. Y es cierto: los mulás podrían acallar a los movimientos disidentes que nosotros apoyemos, del mismo modo que han aplastado a movimientos disidentes que no hemos apoyado. Pero el pueblo iraní no estaría peor que ahora, y si algunos desean arriesgar su vida por la libertad, ¿quiénes somos nosotros para decirles que no deben hacerlo? Eso no implica renunciar a la diplomacia. Al contrario, una estrategia destinada a cambiar el régimen iraní es totalmente compatible con las iniciativas diplomáticas ya en marcha para ralentizar los programas armamentísticos de Irán. Incluso podría ayudar a la diplomacia, ya que los líderes iraníes temen más al malestar interno que a la presión externa.

En los años setenta y ochenta, Occidente implantó el control de armamentos a la vez que apoyaba a los disidentes y la liberalización del bloque soviético. Una cosa no excluía a la otra. Pero tampoco debemos forjarnos ilusiones respecto a esta opción. Los esfuerzos por fomentar el cambio político no necesariamente darán fruto a tiempo para impedir que Irán adquiera una bomba. Tal vez ése sea el riesgo que debamos correr. Pero si esta o la próxima administración deciden que es demasiado peligroso esperar al cambio político, la respuesta tendrá que ser una invasión, no sólo un ataque aéreo y con misiles, para poner fin al programa nuclear de Irán, así como a su régimen. Si el hecho de que Irán posea un arma nuclear es realmente intolerable, ésa es la única respuesta militar. La respuesta no militar es el cambio político en Irán. Ahí es adonde deberíamos dirigir nuestra energía, nuestra diplomacia, nuestros servicios de espionaje y nuestros considerables recursos económicos. Sí, se está acabando el tiempo, y se debe en parte a que ya se han desperdiciado muchos años. Pero es mejor empezar ahora que desperdiciar más.