SIGUIENTES PASOS CON IRÁN

 

 Artículo de Henry A. Kissinger en “ABC” del 09.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

La atención mundial está centrada en los combates en el Líbano y en la Franja de Gaza, pero el contexto nos devuelve inevitablemente a Irán. Por desgracia, la diplomacia encargada de ese asunto se ve constantemente desbordada por los acontecimientos. Mientras los explosivos llueven sobre ciudades libanesas y hebreas, e Israel recupera parte de Gaza, la propuesta de negociar sobre el programa de armamento nuclear hecha a Irán el pasado mayo por los denominados Seis (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia y China), sigue pendiente de respuesta. Es posible que Teherán interprete el tono casi suplicante de algunas comunicaciones recibidas como un signo de debilidad o irresolución. O quizá la violencia en el Líbano haya hecho a los mulás reflexionar acerca de los riesgos que conlleva el cortejar y desencadenar una crisis.

Independientemente de cómo se interpreten las hojas de té, la actual convulsión en Oriente Próximo podría convertirse en un punto de inflexión. A lo mejor Irán acaba comprendiendo la ley de las consecuencias inesperadas. Por su parte, los Seis ya no pueden posponer por más tiempo el afrontar el doble reto planteado por Irán. Por una parte, el proyecto de fabricar armas nucleares representa la entrada de Irán en la modernidad a través del símbolo de poder del Estado moderno; al mismo tiempo, esta reivindicación la plantea un tipo de extremismo apasionado que durante siglos ha mantenido al Oriente Próximo musulmán sin modernizar. Este enigma sólo se puede resolver sin conflicto si Irán adopta una modernidad coherente con el orden internacional y una interpretación del islam compatible con la coexistencia pacífica.

Por el momento, los Seis se han mostrado indecisos respecto a cómo responder si Irán se negara a negociar, a excepción de unas cuantas amenazas poco concretas de imponer sanciones a través del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Pero si el punto muerto entre el tenso autocontrol de los Seis y las provocativas imprecaciones del presidente iraní conduce a la aquiescencia de hecho con el programa nuclear iraní, las perspectivas del orden multilateral internacional se eclipsarán en todas partes. Si los miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania son incapaces de alcanzar conjuntamente objetivos a los que se han comprometido en público, todos los países, en especial los que componen el grupo de los Seis, se enfrentarán a amenazas crecientes, ya se trate de un aumento de la presión de los grupos islámicos radicales internos, de actos terroristas o de las conflagraciones casi inevitables desencadenadas por la proliferación de armas de destrucción masiva.

La analogía de ese desastre no es Munich, donde las democracias cedieron a Hitler la parte de Checoslovaquia de habla alemana, sino la respuesta cuando Mussolini invadió Abisinia. En Munich, las democracias pensaban que las exigencias de Hitler estaban esencialmente justificadas por el principio de autodeterminación; lo que repudiaban eran principalmente sus métodos. En la crisis abisinia, la naturaleza del desafío era indiscutible. La Liga de Naciones votó por una inmensa mayoría a favor de considerar la aventura italiana como una agresión e imponer sanciones. Pero retrocedió ante las consecuencias de su acción y rechazó un embargo petrolífero, que Italia no habría podido superar. La Liga de Naciones nunca se recuperó de esa catástrofe. Si los foros de los Seis en relación con Irán y Corea del Norte experimentan un fracaso comparable, la consecuencia será un mundo de proliferación desenfrenada, que no se regirá ni por los principios rectores ni por las instituciones en funcionamiento.

Un Irán moderno, fuerte y pacífico podría convertirse en pilar de estabilidad y progreso en la región. Esto no puede ocurrir a no ser que sus líderes decidan entre representar a una causa o a una nación, si su motivación básica es la cruzada o la cooperación internacional. El objetivo de la diplomacia de los Seis debería ser el de obligar a Irán a tomar esta decisión. La diplomacia nunca actúa en un vacío. No sólo persuade mediante la elocuencia de quienes se dedican a ella, sino también reuniendo un equilibrio de incentivos y riesgos. El famoso dicho de Clausewitz, que la guerra es una continuación de la diplomacia por otros medios, define el reto y los límites de ésta. La guerra puede imponer la sumisión; la diplomacia necesita evocar el consenso. El éxito militar permite al vencedor en la guerra ordenar, al menos de manera provisional. El éxito diplomático se da cuando las partes principales quedan considerablemente satisfechas; crea -o debería esforzarse por crear- fines comunes, al menos en lo referente al objeto de la negociación; de lo contrario, ningún acuerdo dura mucho tiempo. El riesgo de la guerra radica en exceder los límites objetivos; la maldición de la diplomacia es sustituir el fin por el procedimiento. La diplomacia no debería confundirse con la labia. No es un ejercicio de oratoria sino conceptual. Cuando adopta una pose para públicos de su propio país, favorece los retos radicales en lugar de superarlos. El primer requisito de una diplomacia eficaz es analizar el marco en el que actúa, porque eso determina cómo se perciben los incentivos y las sanciones.

A menudo se afirma que lo que hace falta en relación con Irán es una diplomacia comparable a la que, en la década de 1970, llevó a China de la hostilidad a la cooperación con EE.UU. Pero no fue una diplomacia hábil la que convenció a China para entrar en este proceso. Por el contrario, fue una década de conflicto cada vez más enconado con la Unión Soviética la que llevó a China a la convicción de que la amenaza a su seguridad no procedía tanto de los Estados Unidos capitalista como de la creciente concentración de fuerzas soviéticas al norte de su frontera. Los choques de las fuerzas soviéticas y chinas a lo largo del río Usuri aceleraron la retirada de Pekín de la alianza soviética. La contribución de la diplomacia estadounidense fue entender la importancia de estos acontecimientos y actuar con ese conocimiento. El gobierno de Nixon no convenció a China de que necesitaba cambiar sus prioridades. Lo que hizo fue convencerla de que atender a sus necesidades estratégicas era seguro y mejoraría sus perspectivas a largo plazo. Lo hizo concentrando el diálogo diplomático en objetivos geopolíticos básicos y manteniendo en suspenso los asuntos contenciosos. El Comunicado de Shanghai de 1972, primer comunicado oficial chino-estadounidense, simbolizó este proceso. En contra del canon establecido, enumeraba una serie de desacuerdos que se mantenían, como preludio al esencial objetivo común de impedir las aspiraciones hegemónicas de terceras partes no mencionadas, en clara alusión a la Unión Soviética.

El reto de la negociación iraní es mucho más complejo. En los dos años que precedieron a la apertura a China, ambas partes habían emprendido acciones sutiles, recíprocas, simbólicas y diplomáticas para transmitir sus intenciones. En el proceso, habían alcanzado tácitamente una interpretación paralela de la situación internacional, y China optó por intentar vivir en un mundo cooperativo. Nada de eso ha ocurrido entre Irán y Estados Unidos. Ni siquiera se ha dado algocercano a una visión comparable del mundo. Irán ha respondido con indirectas a la oferta estadounidense de entablar negociaciones y ha inflamado las tensiones en la región. Aunque los ataques desde Líbano a Israel y el secuestro de soldados israelíes por parte de Hizbolá no se hayan planeado en Teherán -como ahora asegura el presidente iraní, en lo que constituye una retirada significativa de su anterior oratoria belicosa- no se habrían producido si sus perpetradores los hubieran considerado incongruentes con la estrategia iraní. En resumen, Irán no ha tomado aún la decisión sobre qué mundo desea; o ha tomado la decisión equivocada desde el punto de vista de la estabilidad internacional. Si lograr conferir una sensación de urgencia a la diplomacia de los Seis y una nota de realismo a las actitudes de Teherán, la crisis de Líbano podría constituir un momento decisivo.

Hasta ahora, Irán ha estado haciendo tiempo. Los mulás parecen querer acumular tanta capacidad nuclear como les sea posible, aunque se vieran obligados a suspender el enriquecimiento, para estar en condiciones de usar la amenaza de reanudar su programa de armamento como medio de aumentar su influencia en la región. Dado el ritmo de la tecnología, la paciencia puede fácilmente convertirse en evasión. Los Seis tendrán que decidir con cuánta severidad van a insistir en sus convicciones. Más concretamente, tendrán que estar dispuestos a actuar con decisión antes de que el proceso tecnológico haga irrelevante el objetivo de interrumpir el enriquecimiento de uranio. Mucho antes de llegar a ese punto habrá que acordar sanciones. Para ser eficaces, éstas deben ser generales; las medidas a medias y simbólicas combinan las desventajas de todas las líneas de acción. Las consultas entre aliados deben evitar la indecisión que la Liga de Naciones expresó sobre Abisinia. Debemos aprender de las negociaciones con Corea del Norte a no meternos en un proceso con largas pausas para solucionar desacuerdos dentro del gobierno y dentro del grupo negociador, mientras la otra parte aumenta su potencial nuclear. En lo que respecta a los socios de Estados Unidos, existe igualmente la necesidad de decisiones que les permitan seguir un curso paralelo.

La suspensión del enriquecimiento de uranio no debería ser el fin del proceso. El siguiente paso debería ser la elaboración de un sistema mundial de enriquecimiento nuclear en centros designados de todo el mundo y bajo control internacional, como Rusia ha propuesto para Irán. Esto restaría validez a las alegaciones de que se está discriminando a Irán y establecería una pauta para el desarrollo de la energía nuclear sin que estallara una crisis cada vez que un nuevo participante se incorpora al juego nuclear.

El presidente Bush ha anunciado que Estados Unidos está dispuesto a tomar parte en las conversaciones de los Seis con Irán para impedir que nazca un programa de armamento nuclear iraní. Pero no será posible separar las negociaciones nucleares de una revisión global de las relaciones que Irán mantiene en general con el resto del mundo. El legado de la crisis de los rehenes, las décadas de aislamiento, y el aspecto mesiánico del régimen iraní ponen enormes trabas a la diplomacia. Si Teherán insiste en combinar la tradición imperial persa con el fervor islámico contemporáneo, es inevitable la colisión con Estados Unidos, y de hecho, con los demás socios negociadores del grupo de los Seis. Sencillamente, no podemos permitir que se materialice el sueño iraní de implantar un régimen imperial en una región de tanta importancia para el resto del mundo.

Al mismo tiempo, si se concentra en desarrollar los talentos de su gente y los recursos de su país, Irán no debería tener nada que temer de Estados Unidos. Por difícil que sea imaginar que Irán, bajo su actual presidente, participe en un esfuerzo que le exija abandonar sus actividades terroristas o su respaldo a instrumentos como Hizbolá, esta conciencia debería emerger del procedimiento diplomático y no de un postulado a priori. Un planteamiento así implicaría redefinir el objetivo del cambio de régimen, lo cual proporcionaría a Irán la oportunidad de cambiar verdaderamente de rumbo, independientemente de quién ocupe el poder. Es importante traducir dicha política en objetivos precisos y que puedan verificarse de forma transparente. El diálogo geopolítico no sustituye a una solución rápida de la crisis del enriquecimiento de uranio. Ésa deberá abordarse de manera separada, con rapidez y firmeza. Pero depende en buena parte de que una actitud inquebrantable en ese tema se entienda como el primer paso en la invitación más amplia a que Irán retorne al mundo en general. Al final, Estados Unidos deberá estar preparado para hacer valer sus esfuerzos con objeto de impedir que Irán desarrolle un programa de armamento nuclear. Por esa misma razón, Estados Unidos está obligado a explorar todas las alternativas dignas.

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