UN ANTIGUO DEBATE RECIBE LA NUEVA REALIDAD DE IRAK

 Artículo de  Henry A. Kissinger  en “ABC” del 03 de septiembre de 2008

 

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

La campaña presidencial de EE. UU. ha sido tan larga e intensa que parece desarrollarse dentro de una cápsula, ajena a los cambios que deberían alterar sus premisas. Un destacado ejemplo es el debate sobre la retirada de las tropas estadounidenses de Irak.

Durante el pasado año se propuso la fijación de un plazo tope para la retirada, con los argumentos de que dicha decisión obligaría al Gobierno iraquí a acelerar la política de reconciliación y, consiguientemente, el final de la guerra; de que permitiría a Estados Unidos concentrar sus esfuerzos en regiones de mayor importancia estratégica como Afganistán, y, principalmente, de que la guerra estaba perdida y el repliegue sería la manera menos costosa de superar el desastre. (Para información adicional, de vez en cuando asesoro al candidato republicano a la presidencia, el senador John McCain).

Estas premisas han sido rebasadas por los acontecimientos. Casi todos los observadores objetivos están de acuerdo en que se han logrado grandes avances en los tres frentes de la guerra de Irak: Al Qaida, las fuerzas yihadistas suníes reclutadas principalmente en el exterior, parecen estar huyendo de Irak; la insurrección de los ciudadanos suníes que trataban de restaurar la supremacía suní ha amainado considerablemente; el Gobierno de Bagdad, compuesto por una mayoría de chiíes, ha conseguido dominar, al menos temporalmente, a las milicias chiíes que desafiaban su autoridad. Tras años de decepción, nos enfrentamos a la necesidad de cambiar nuestro planteamiento mental y centrarnos en las incipientes perspectivas de éxito.

Por supuesto, no podemos saber en estos momentos si estos cambios son permanentes o si, y hasta qué punto, reflejan una decisión tomada por nuestros adversarios, incluido Irán, de aunar fuerzas para afrontar las secuelas de la administración de Bush. Pero lo que sí se sabe es que el desenlace del conflicto determinará el tipo de mundo en el que la nueva administración tendrá que desarrollar su política. Cualquier insinuación de que las fuerzas radicales islámicas fueron las responsables de una derrota estadounidense tendría consecuencias enormemente desestabilizadoras mucho más allá de la región. Cómo y cuándo dejar Irak se convertirá, por lo tanto, en una de las principales decisiones que tendrá que tomar el nuevo presidente.

Independientemente de cuál sea la interpretación de los recientes acontecimientos, la parte suní de Irak ha creado fuerzas locales respaldadas por varios Estados suníes para luchar contra Al Qaida y contra los insurgentes locales. Esto a su vez ha contribuido a disminuir paulatinamente la preocupación de los suníes a ser marginados por la mayoría chií. La región kurda ha ido desarrollando durante todo este tiempo sus propias fuerzas autodefensivas.

De este modo, las expectativas de reconciliación entre las tres partes del país -kurdos, chiíes y suníes- han surgido no por medio de la legislación, como daban por supuesto las resoluciones del Congreso que aplicaban la experiencia estadounidense, sino por necesidad y como una medida de equilibrio tanto militar como político. Dado que la necesidad de las tropas estadounidense de enfrentarse a una insurrección masiva ha disminuido, pueden centrarse cada vez más en ayudar al Gobierno iraquí a resistir a las presiones de sus vecinos y al recrudecimiento ocasional de los ataques terroristas de Al Qaida o de las milicias respaldadas por Irán. En ese entorno, las elecciones nacionales y provinciales previstas en la Constitución iraquí para los próximos meses pueden ayudar a perfilar nuevas instituciones iraquíes.

Ahora Estados Unidos podrá crear una reserva estratégica con una parte de las tropas presentes actualmente en Irak, trasladar algunas a otras zonas amenazadas y hacer regresar a otras a Estados Unidos. El repliegue estadounidense pasa de ser una abdicación a formar parte de un plan geopolítico. Su culminación debería ser una conferencia diplomática encargada de establecer un acuerdo formal de paz. Dicha conferencia se reunió por primera vez hace dos años, integrada por los ministros de Asuntos Exteriores. En ella participaron todos los vecinos de Irak, incluidos Irán y Siria, además de Egipto y los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Dicha conferencia debería ser restablecida con el fin de definir un estatus internacional para Irak, además de las garantías para llevarlo a la práctica.

Por otra parte, hay iniciativas regionales en marcha para estabilizar la situación en Oriente Próximo. Turquía está tratando de ejercer de mediador entre Israel y Siria; una iniciativa de Qatar ha conseguido, al menos temporalmente, un cese de los enfrentamientos en Líbano.

El establecer un plazo tope para la retirada de las tropas de estadounidenses de Irak es la forma más segura de arruinar las esperanzadoras perspectivas. Animará a los grupos internos en gran parte derrotados a pasar a la clandestinidad hasta que un mundo más idóneo para su supervivencia surja tras la partida de las fuerzas estadounidenses. Al Qaida sabrá el plazo que tiene para planear una reanudación a gran escala de sus operaciones. Y dará a Irán un incentivo para reunir seguidores entre la comunidad chií una vez que se hayan retirado los estadounidenses. El establecimiento de una fecha límite disipará los activos necesarios para que la diplomacia ponga el punto final.

Las contradicciones inherentes al plan de retirada propuesto aumentan las dificultades. Según el plan establecido, las tropas de combate van a ser retiradas, pero deberán permanecer suficientes soldados para proteger la embajada de Estados Unidos, evitar el resurgimiento de Al Qaida y participar en la defensa frente a intervenciones externas. Pero dichos propósitos requieren fuerzas de combate, no de apoyo, y la controversia previsible sobre la complicada distinción nos hará distraernos del objetivo diplomático. La retirada de Irak tampoco es necesaria para tener fuerzas disponibles para realizar operaciones en Afganistán. No es necesario arriesgar el esfuerzo realizado en Irak con el fin de enviar dos o tres brigadas adicionales a Afganistán (el número del que se ha hablado), que estarán disponibles incluso aunque no se establezca un plazo tope.

Como gesto positivo, los principales defensores de una fecha límite han propuesto recientemente que tanto la retirada como las fuerzas residuales se basen en ciertas condiciones. Pero de ser así, ¿por qué establecer ningún plazo? Insinuaría que el debate ha pasado a centrarse en las condiciones para la retirada más que en el plazo en sí.

La presencia estadounidense en Irak no se debería plantear en función de unos plazos rígidos. Hay que encontrar el término medio, que será el realmente constructivo.

2008 Tribune Media Services