SOY DANÉS

 

 Artículo de José María Lassalle  en “ABC” del 09.02.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

SÍ, soy danés aunque no tenga pasaporte. Lo soy por elección. Porque mi conciencia liberal me exige compartir la suerte de los poco más de cinco millones de ciudadanos daneses que defienden su derecho a vivir en paz. Soy danés porque creo que los valores de un Occidente libre, democrático y laico exigen estar sin enjuagues del lado de lo que Dinamarca representa ahora frente al maremoto de indignación islamista desatado en la mayoría de los países musulmanes. Soy danés porque mis conciudadanos no están dispuestos a inclinar su cabeza ante el yugo medieval que quieren imponerles por permitir que un medio de comunicación ejerza su derecho a opinar, incluso si es publicando caricaturas de tan mal gusto como las que el diario «Jyllands-Posten» difundió el pasado 30 de septiembre. Soy danés porque vivo en una sociedad que me permite criticar algo que considero errado pero, al mismo tiempo, exigir a mi Gobierno que proteja a quien emite opiniones que no comparto.

Soy danés porque bajo la ley de Dinamarca se salvaguarda la libertad de expresión frente a quienes no admiten que la ley prime sobre los dictados de la conciencia cuando éstos colisionan abruptamente con ella. Soy danés porque formo parte de una sociedad laica que hace posible la vigencia pacífica del pluralismo religioso dentro de sus fronteras. En fin, soy danés porque en estos momentos se teje un cerco islamista que trata de asfixiar a una sociedad abierta que defiende su independencia ética desde las frágiles murallas que encarnan las palabras del primer ministro Rasmussen: «La libertad de expresión es el cimento fundamental de Dinamarca, y el Gobierno no tiene mecanismos para influir en la prensa».

Ojalá que los daneses no tiren la toalla. Su resistencia es la de aquéllos que pensamos que el siglo XXI tendrá que ser ilustrado, cosmopolita, inclusivo, laico y plural, o no será bajo el choque de una constelación de identidades excluyentes. El «affaire» de las viñetas de Mahoma que estamos viviendo pone de manifiesto que en nuestro «espacio planetario global, uno no puede dibujar ya una línea bajo la cual poder sentirse completa y realmente seguro». Eso dice Zygmunt Bauman, y es cierto. Ya no podemos vivir tranquilos de que la barbarie no llame a nuestra puerta inesperadamente porque nuestra forma de vida ofende la conciencia de millones de islamistas que no toleran que seamos occidentales y hayamos decidido vivir como tales, incluso en nuestra propia casa.

Bajo esta tormenta que cae sobre Dinamarca se evidencia que el planeta tiene que abordar el reto que los europeos vivimos en los albores de la Modernidad. Entonces tuvimos que edificar una arquitectura institucional que permitiera superar las guerras de religión. Para lograrlo encontramos los instrumentos de la tolerancia y la libertad de conciencia. Así, llegamos a la conclusión de que el mundo de las creencias debe ser respetado mientras no lesione el marco cívico que hace posible la convivencia pacífica de todos. Bastaría leer la «Epistola sobre la tolerancia» de Locke para comprenderlo. Los daneses lo saben perfectamente. Por eso han sido capaces de construir una sociedad plural que ha permitido la convivencia pacífica de espacios de sinuosa efervescencia postmoderna con otros de una sólida fe luterana que reproducen estampas tomadas de un film de Dreyer.

Precisamente porque Dinamarca es así, el islamismo la ha seleccionado como blanco de un nuevo ensayo de presión terrorista. La visibilidad occidental que ofende a los islamistas ya no es cuestión de tamaño. Tampoco tiene que lucir el uniforme de los marines ni pasearse con un portátil por Manhattan. Molestan tanto los EE.UU como Dinamarca, la sede del capitalismo financiero global o la cabecera de un diario de Copenhague. Lo sorprendente es que algunos no vean esto. Lo apunto porque quien sienta la tentación de mirar hacia otro lado en este asunto de las caricaturas está en su derecho. Faltaría más. Incluso si le ciegan las cortinas de humo que deja tras de sí la violencia incendiaria de los islamistas. Pero que sepa que su actitud ya la adoptaron otros. Sobre todo durante el periodo de entreguerras. Consiste en disculpar la ferocidad del agresor bajo la excusa apaciguadora de que la fórmula para desactivar su violencia es reconducirla con tacto y diplomacia. El problema es que se queda uno de brazos cruzados mientras se prenden libros y, luego, tiene que ver cómo arden los parlamentos, se proscribe a ciudadanos por su religión y, finalmente, se los extermina porque son antisociales.

Ceder al chantaje tiene sus costes. Lo vio Sebastian Haffner en «Historia de un alemán». El primero nos sitúa en un tobogán moral sin billete de vuelta. El segundo coste es peor: el peso de la cobardía nos conduce por una pendiente culpable hasta los brazos de la complicidad. Lo reconocía Martín Niemöller a un joven que le reprochaba su pusilanimidad ante los excesos del nazismo: «Primero vinieron a buscar a los comunistas y como yo no era comunista, no dije nada. Después vinieron a por los socialistas y los sindicalistas, pero como no era lo uno ni lo otro, guardé también silencio. Después vinieron a por los judíos, pero yo no era judío así que tampoco hablé. Y cuando vinieron a por mí ya no quedaba nadie que pudiera hacer algo por mí». Hoy, el totalitarismo no exhibe las facciones ideológicas del fascismo o el comunismo. Ahora, muestra los rasgos religiosos de un islam totalitario que se enroca en una visceralidad antioccidental que quiere destruirnos en la pira blandiendo el fuego de nuestro miedo. ¿Seremos capaces de recuperar nuestro orgullo de hombres y mujeres libres gritando que somos en estos momentos daneses?

(*) Diputado del PP