EL EJEMPLO LIBERAL DE SARKOZY

 

 Artículo de José María Lasalle, Secretario de Estudios del PP y diputado por Cantabria

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Una sacudida democrática de entusiasmo ha hecho posible el milagro. Francia ha perdido el miedo y se ha puesto en marcha. Lo ha hecho con energía. Con la confianza de quien sabe al fin lo que quiere. El pueblo francés ha atribuido a Nicolas Sarkozy la responsabilidad de liderar los cambios que el país necesita y que, hasta ahora, nadie había tenido el valor de encarar. Francia entra con paso decidido en el siglo XXI. Se ha demorado siete años en hacerlo, pero ha acumulado en ese tiempo la vitalidad que le permite ahora afrontar con ambición el futuro que tiene por delante.

Nicolas Sarkozy ha logrado que los franceses apuesten abiertamente por una ruptura liberal con su pasado. Atrás queda la confusa mentalidad de una izquierda encallada en la ribera del 68 pero, también, la sombra compasiva de una derecha gaullista, anquilosada en las viejas ideas de un conservadurismo puramente reactivo. La victoria de Sarkozy hay que entenderla como el triunfo imaginativo de la libertad sobre las fuerzas transversalmente conservadoras que, desde el gaullismo y la izquierda sesentayochista, han dominado todos los resortes del poder político, económico y cultural de Francia desde los años 70. Por eso, su elección como presidente de la V República tiene algo de revolucionaria. Porque ha roto con el chauvinismo que estaba transformando al país en una versión contemporánea de aquella Venecia que acabó pereciendo bajo las aguas de su laguna. Pero, sobre todo, porque ha rescatado del olvido la épica republicana, revitalizando los valores laicos y modernos de aquella Francia liberal que nació con los ideales de la Ilustración y del universalismo de la razón blandidos por la revolución de 1789.

A pesar de la demonización a la que ha sido sometida su imagen, el discurso político que ha esgrimido a lo largo de su campaña electoral es inequívocamente liberal. Cualquiera que conozca la cultura política francesa sabe que en Sarkozy no hay un ápice de la verborrea apocalíptica de Le Pen ni de la retórica derechista del tándem Chirac-De Villepin. Lo que pasa es que su liberalismo es audaz, abierto, pragmático y tolerante, comprometido con el nuevo «pluriverso» tecnológico y sus necesidades de funcionalidad y eficiencia. Un liberalismo creativo y dinámico, volcado sobre la transformación emocional de las sociedades abiertas en sociedades avanzadas. Esto es, en sociedades donde el aumento del riesgo, la interdependencia y la incertidumbre derivadas del desarrollo de la red global no son obstáculos sino oportunidades para que la libertad extienda y mejore la calidad del bienestar individual y colectivo de los ciudadanos. Por eso, la emocionalidad sensata y vibrante que envuelve la defensa que hace Sarkozy de la excelencia, la tolerancia, el pluralismo, el valor del trabajo, el espíritu de superación individual o el apetito de progreso social haya que entenderla como lo que es: una actualización de los registros del liberalismo centrado y doctrinario de autores como Raymond Aron, Jean-François Revel o Alexis de Tocqueville. Una actualización que ha conseguido, además, que el liberalismo europeo pueda ofrecer una versión propia sobre cómo encarar los retos del siglo XXI sin caer en la tentación "neo-con" que, desde el otro lado del Atlántico, ha aspirado a fortalecer las sociedades abiertas mediante una interpretación unilateralmente comunitarista y straussiana de sus fundamentos.

Su defensa de un Occidente identificado con valores contractualistas, racionales, laicos y modernos, confiere a su victoria unas señas de identidad que permiten tejer un nuevo entramado de complicidades que devolverán al viejo continente a la senda de un papel activo en la defensa trasatlántica de la libertad frente a la amenaza que encarna el totalitarismo islamista. Algo que irá haciéndose evidente con los cambios que producirán la victoria de los «tories» de David Cameron en el Reino Unido y la nueva administración que surja de las elecciones presidenciales de noviembre de 2008 en los Estados Unidos. De este modo, una nueva alianza trasatlántica se insinúa en el horizonte de un planeta que debe abordar los retos globales de seguridad, cambio climático y crecimiento económico bajo el liderazgo multilateral de unas sociedades abiertas que han de transmitir confianza acerca de la sinceridad de sus propósitos dentro y fuera de sus fronteras. De lo contrario, aquella miseria del historicismo descrita por Popper volverá a mostrar sus inquietantes aristas y trastornar el orden internacional desarrollando nuevas fórmulas de resentimiento colectivo que dirigirán contra Europa y Occidente toda la fuerza de su rencor totalitario.

España tiene que poder compartir el horizonte de fortaleza y renovación que se desprenderá de las iniciativas que impulsarán Nicolas Sarkozy y Angela Merkel con los ojos puestos en las elecciones europeas de 2009. Si nuestro país no lo hiciera y Zapatero lograra seguir al frente del gobierno, España tiene muchas posibilidades de convertirse en el enfermo de la nueva Europa. Por lo pronto, no hay que olvidar la pobre imagen de debilidad que emitió nuestro presidente del gobierno la tarde del 30 de diciembre de 2006. Esa imagen fue registrada también fuera de nuestras fronteras. En la era global nada de lo que suceda en España pasa desapercibido y nuestro país ocupa una posición estratégica demasiado visible como para que las numerosas fracturas y tensiones que aloja no sean vistas como una oportunidad para desestabilizar la nueva Europa que se perfila. Afortunadamente estamos a tiempo de desactivar ese riesgo con la victoria de Mariano Rajoy en las elecciones generales de 2008. Entonces, la complicidad de nuestro país se añadirá al optimismo ilusionante que fue puesto en marcha en toda Europa el pasado domingo con la elección presidencial de Sarkozy. Así, su ejemplo también dará frutos fuera de Francia ya que podremos ver a la sociedad española entregada a la convicción liberal de quien espera darse a sí mismo una oportunidad que le haga superar con energía los difíciles desafíos que tiene ante sí.