LA MUTACION DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES
Luis Bouza-Brey, 31-8-02
Está resultando paradójico que
le haya correspondido al Partido Republicano reaccionar al cambio de la
situación norteamericana y mundial producido por los atentados del 11S. Bush y
el Partido Republicano responden a la agresión modificando su tradicional
política aislacionista, a fin de mitigar la sensación de inseguridad del pueblo
norteamericano derivada de la agresión exterior.
Pero la cultura política
norteamericana está experimentando un cambio radical: han comenzado a sentirse
vulnerables pese a ser la gran potencia del planeta, y a hacerse preguntas
sobre el mundo exterior que anteriormente no se planteaban. Y frente a ello,
Bush ha formulado una nueva política exterior de enorme trascendencia histórica
para todo el mundo: la guerra contra el terrorismo. Ante el reto del nuevo
terrorismo global, que ataca el centro del mundo haciéndolo vulnerable, se
reacciona con una nueva política antiterrorista global, dirigida a desarticular
las redes terroristas se encuentren donde se encuentren.
Pero esta política tiene
unas enormes repercusiones sobre todo el sistema político internacional,
provocando la mutación del conjunto de las relaciones internacionales y
abriendo una nueva etapa histórica, en la medida que implica nuevas formas de
acción internacional, nuevas alianzas y nuevas formas de acción militar. Pero
sobre todo, produce mucha más "densidad global": todos los países se
sienten inmediatamente implicados en nuevas relaciones políticas y en la puesta
en práctica de la política internacional norteamericana.
Por todo ello, EEUU debe ser
muy cuidadoso en la formulación y aplicación de esta política: es
necesario investigar las causas del nuevo terrorismo; es imprescindible una
definición precisa del terrorismo, para no implicarse en cualquier tipo de
conflicto armado que se produzca en cualquier país; es imprescindible una actitud
de contención, evitando la vehemencia o descomedimiento; es vital la formación
y mantenimiento de una amplia alianza internacional para respaldar esta
política; y es indispensable la creación de nuevas fórmulas institucionales de
acción común, así como la reforma o desarrollo de las instituciones mundiales.
Pensemos, por ejemplo, en la activación en serio de una política de fomento y
ayuda común de los países desarrollados hacia el Tercer Mundo o el mundo
islámico.
Asimismo, constituiría un error
de enorme gravedad menospreciar el papel de las Naciones Unidas como
mantenedoras de las normas del Derecho Internacional. Es cierto que las
Naciones Unidas no funcionan bien, pero constituyen un foro imprescindible para
evitar el mayor riesgo que se puede producir a consecuencia de esta nueva
política: el de que EEUU se transforme para muchos países en una potencia
opresora en lugar de liberadora. EEUU debe responsabilizarse de la situación
internacional con un liderazgo firme pero comedido, y actuar apoyándose en una
amplia alianza internacional y en instituciones que legitimen y limiten su
acción, a fin de evitar los riesgos de error y abuso de un elevado poder.
La Unión Europea, los países
árabes moderados, Japón, Rusia y, en general, los miembros permanentes del
Consejo de Seguridad, pueden ayudar en esta política.
Pero también conviene tener
presente que los EEUU están cambiando y tendrán que cambiar más, asimilando el
proceso de mutación de la civilización mundial: el mundo exterior se hace más
presente allí; y los rasgos de la democracia americana se transforman, al
cambiar las relaciones entre poder político y económico, como consecuencia de
la crisis de los mecanismos de control de la transparencia de los mercados, y
de los escándalos que afectan a compañías multinacionales importantes.
Igualmente, para poder gobernar el mundo, el poder político norteamericano
debería aumentar su nivel de autonomía con respecto al poder económico y a los
grupos de presión, por medio de la reforma del sistema electoral ya en marcha y
de un cambio ideológico con respecto al papel del mercado y del poder político.
UN DIAGNOSTICO DEL TERRORISMO GLOBAL
A fin de acertar en el
tratamiento de la nueva situación política internacional es preciso
diagnosticar correctamente sus orígenes y causas.
El terrorismo actual, en su
mayor parte, es un terrorismo islámico fundamentalista, que viene a poner de
manifiesto la crisis del mundo islámico frente a la modernización. El Islam
sigue encerrado en un código religioso medieval, que mezcla política y religión
de tal manera que imposibilita la libertad y bloquea el cambio, que es la
esencia de la modernidad, transformando a las sociedades islámicas en pasto de
sectas sacerdotales o teocracias reaccionarias, violentas e integristas, cuya
virulencia se incrementa como respuesta a las oleadas de modernización y
globalización.
Es cierto que la globalización
sin control oprime, crea desigualdad y explotación y desarticula las
estructuras tradicionales y las redes de comunidad y solidaridad. Pero también
lo es que el islamismo no dió el salto a la edad
moderna, que sigue bloqueado en la "sharia"
como dogma obligatorio único, a imponer políticamente a los infieles y a
los disidentes, bajo la dirección de sacerdotes primitivos e ignorantes.
La consecuencia de esta mezcla
de política y religión tradicional es el atraso generalizado, la discriminación
de la mujer y su reclusión, el crecimiento demográfico descontrolado, y la
insuficiencia de recursos para abastecer a la mayoría de la población.
Por eso el mundo islámico se
desencaja, produce violencia fanática y resistencia al cambio y constituye un
problema para la seguridad y la estabilidad mundial. El mundo islámico necesita
uno o varios Aquinos y Luteros
y una reforma que lo ponga a la altura de los tiempos actuales.
Pero la solución no es la
democratización inmediata, que no haría otra cosa que sustituir las dictaduras
corruptas o las monarquías medievales por fundamentalismos fanáticos y mucho
más peligrosos. El proceso de cambio del mundo islámico necesita liberalización
y secularización como paso previo a la democratización. Necesita un largo
proceso de maduración de las condiciones de la democracia impulsado por fuerzas
internas y externas.
Para impulsar este cambio, el
papel de la comunidad internacional es vital. La política exterior
norteamericana debe superar los residuos de la guerra fría y fomentar la
libertad, los derechos humanos y las ideas modernizadoras, sin dejar, por otra
parte, un vacío en el flanco de la solidaridad, que hasta ahora ha sido llenado
por las redes fundamentalistas de apoyo comunitario.
LA POLITICA INTERNACIONAL EN EL ORIENTE PROXIMO Y ASIA CENTRAL Y
SUROCCIDENTAL
En este análisis, la prioridad
en estas zonas del mundo es la resolución del conflicto palestino-israelí y la
democratización a medio plazo del mundo árabe e islámico, que experimentan una
crisis de su civilización.
El conflicto palestino-israelí
y su resolución es la prioridad absoluta, pues constituye el catalizador y la
simbolización del conflicto de civilización entre Islam y modernidad. Debe
dársele una solución justa, que ponga coto al fundamentalismo islámico y
fortalezca a los grupos palestinos laicos.
Es en el contexto de esta
situación y de esta prioridad como se debe enfocar la política de lucha contra
Al-Quaeda y el terrorismo islámico; la estabilización
de Afganistán y Pakistán; el control del conflicto Indo-Pakistaní y la
respuesta al problema de Irak. Sin olvidar, por otra parte, que la
desestabilización de esta zona del planeta puede producir una crisis energética
mundial inmediata.
IRAK
Frente al problema iraquí debe
adoptarse una estrategia contextualizada en el conjunto del mundo árabe. Irak,
como el resto del mundo árabe, debe cambiar hacia la democracia, pero no se
debe forzar la marcha si no existen razones claras y probadas de riesgo para la
seguridad mundial. Por ello, al afrontar la situación iraquí se deben balancear
los riesgos para la seguridad mundial de la inacción ante la necesidad de un
cambio de régimen, frente a los costos de la intervención en sus diversas
formas. Costos intrínsecos, en vidas y recursos materiales; y extrínsecos, que
afectan a la estabilidad del mundo islámico y a su proceso de democratización
gradual, así como a la seguridad de los aliados de EEUU, y a la política general
de lucha contra el terrorismo.
En la situación actual no
parece existir un riesgo probado para la seguridad mundial si no se actúa
inmediatamente en el terremo militar sobre Irak,
aunque sí que se debe restablecer inmediatamente el control de las Naciones
Unidas sobre la producción de armas de destrucción masiva en dicho país. Pero
deben combinarse incentivos negativos y positivos para lograr una mayor
eficacia en el camino hacia la libertad de Irak.
En mi opinión, la solución que
debería adoptarse es la de un ultimátum a Sadam
Hussein para que cumpla las resoluciones de la ONU sobre inspección de
armamento, y en caso de que el bloqueo a la ONU continuara, iniciar una
ofensiva militar, bajo mandato de las Naciones Unidas, para hacer cumplir sus
resoluciones. Pero también debería abrirse un camino en positivo para el caso
de que Irak cumpliera. Consistiría en reducir o eliminar el embargo y las
sanciones, para acabar con el "síndrome numantino" que impide la
evolución del país y fortalece la dictadura, al mismo tiempo que destroza al
pueblo iraquí. Sadam u otras autoridades iraquíes se
verían obligados a dar una respuesta positiva, y con la apertura del país, el
comercio con Rusia, la UE o, en el futuro, EEUU, y las presiones diplomáticas
de los socios comerciales, la situación se iría ablandando, presionando a la
dictadura hacia la evolución y al país hacia la liberalización y la
democratización.
Las opciones, en resumen, son:
o una guerra muy costosa y peligrosa, que desestabilizaría el mundo, o una
evolución suave y equilibrada hacia la libertad de Irak y todo el mundo
islámico.