VICTORIA A LA AMERICANA

 

Sarkozy ha recurrido a los valores fuertes: el patriotismo, el sacrifi cio

personal, el esfuerzo y el mérito, al papel central de la fe cristiana

 

 Artículo de José María Marco en “La Razón” del 08.05.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Con la victoria de Nicolas Sarkozy en las elecciones presidenciales, los franceses se enfrentan a dos retos: liquidar dos legados históricos que han pesado como una losa sobre su país. Uno es el legado del socialista François Mitterrand, presidente durante catorce años. En lo económico, las dos presidencias de Mitterrand apuntalaron la decadencia de Francia: un desempleo rampante, el retroceso del país –en los últimos 25 años– desde el número 7 al 17 en cuanto al Producto Interior Bruto por persona, la deuda pública de mayor crecimiento entre los países occidentales y una confl ictividad social fruto de la rigidez intervencionista. En lo político, la herencia de Mitterrand fue el Frente Nacional de Le Pen, una supuesta ultraderecha que no era, en realidad, más que la expresión populista de un bloqueo moral y social causado por el socialismo «à la Mitterrand».

Con Sarkozy, la derecha francesa se ha reencontrado a sí misma después de la elección por aclamación de Chirac en 2002. Aquella victoria aparente fue en realidad una debacle, fruto del miedo y la vergüenza ante Le Pen. El heredero natural del inmovilismo creado por aquella situación imposible era François Bayrou, el centrista derrotado en la primera vuelta. Tras el largo paréntesis de tedio e irresponsabilidad impuesto por Chirac, ha quedado demostrado que en los países europeos actuales, como en Estados Unidos, la derecha gana si es capaz de articular un programa que selle una alianza social basada en la defensa de la libertad, en los valores morales y en la afi rmación de la identidad propia, nacional y europea, occidental si se prefi ere.

Aquí es donde apunta la segunda liquidación puesta en marcha por la victoria de Sarkozy. Él mismo ha hecho de ella un eslogan: «Adiós a mayo del 68». El eslogan es algo más que eso, como mayo 68 fue algo más que unos cuantos señoritos perpetrando idioteces en algunas universidades parisinas.

Mayo del 68 es el símbolo de una crisis occidental muy profunda. Los  norteamericanos reaccionaron con un gran movimiento social y político que llevó a la hegemonía republicana, o a la de las ideas liberal-conservadoras, en los últimos 30 años, desde la subida de Reagan al poder en 1980. En cambio, en la Europa continental, y más precisamente en el corazón de la «vieja Europa», la del consenso socialdemócrata, éste sobrevivió cuando los valores que una vez lo sostuvieron ya no existían. Los dinamitó, justamente, el 68. El resultado en Francia fue el mitterrandismo y luego el chiraquismo. Los dos tienen en común un intervencionismo sin justifi cación moral, y por eso mismo cada vez más avasallador. En España, padecemos nuestra propia fórmula de esta decadencia en forma de «socialismo» a la Rodríguez Zapatero.

«Rupture» ha sido la palabra favorita de Sarkozy. Habrá quien diga que tras esa fachada rupturista se esconde una propuesta populista, chauvinista, que no se atreverá a enfrentarse a la Francia parasitaria engordada en los últimos veinticinco años, justo a medida que la prosperidad del país iba decayendo. Bien. Probablemente «Sarko» no será la versión francesa de Margaret Thatcher, aunque le hará falta el coraje de la dama de hierro para empezar a poner en marcha algunas de las reformas anunciadas, como la desgravación de las horas suplementarias trabajadas, más allá de las 35 dictadas como máximo por ley, una de esas utopías estatalistas que el propio Sarkozy ha calificado de «catástrofe». Pero el solo enunciado de los principios que lo han llevado al poder ha situado el debate político en un marco nuevo.

Por primera vez en mucho tiempo en la «Vieja Europa», un proyecto de liberalización va acompañado de un discurso moral, de una reflexión sobre la relación del individuo con lo público, de la responsabilidad de cada uno sobre su propia vida y la sociedad. Y para sostener esta apelación, Sarkozy ha recurrido naturalmente a los valores fuertes: el patriotismo, el sacrifi cio personal, el esfuerzo y el mérito, el papel central de la fe cristiana en las sociedades abiertas occidentales. Ahí está el núcleo liberal-onservador de esa gran alianza que hará posible el acceso al poder de una derecha europea con capacidad para cambiar de verdad las cosas, y no sólo para retranquearse en la conservación de un orden que beneficia a sus adversarios y a los burócratas de todos los partidos: el núcleo de una derecha ideológica, con ideas, como la americana.

No todos los europeos quieren verse suplantados e infantilizados por el Estado, como no todos los franceses se resignan a agonizar dulcemente anestesiados por la gélida sonrisa de la postmodernidad encarnada en Ségolène Royal. La victoria de Sarkozy es un signo de juventud: la de un «outsider» ajeno a las elites parisinas.

Irremediablemente, arrastrará a Francia a la órbita del atlantismo. Ese es el tercer gran reto de Sarkozy, nunca explícito a lo largo de su campaña: utilizar la pulsión gaullista para dejar atrás el legado de soberbia nacionalista del general. ¿Cumplirá Sarkozy? Por ahora su victoria es toda una lección para la derecha europea. Y también una victoria… a la americana.