EL ROSARIO DE LA AURORA DE LA RAZÓN LAICA


Artículo de Francisco Fernández Buey en "El País" del 12 de octubre de 2001

Con un muy breve comentario al final

Luis Bouza-Brey

Francisco Fernández Buey es coordinador de la Cátedra Unesco / UPF para estudios interculturales.

Cuarenta y ocho horas después de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York y contra el edificio del Pentágono, el presidente de los EE UU declaró que no se trataba simplemente de un acto terrorista, sino propiamente de un 'acto de guerra' y que, como tal, exigía también una respuesta militar. Ésta no se ha hecho esperar. Coincidiendo con la festividad cristiana del Rosario, las ciudades afganas de Kabul, Kandahar y Jalalabad han sido bombardeadas. Aún no sabemos con qué resultados. Sólo sabemos que, desde Afganistán, Osama Bin Laden advierte a nuestros dirigentes, y a través de ellos a todos nosotros, que los islamistas están preparados para una larga guerra de liberación, que incluye las tierras de Palestina. Así que ya estamos, una vez más, en guerra: santa para unos, de civilización para otros.

Lamentadas las muertes de tantos inocentes, los europeos discuten ahora si vamos a entrar en la fase anunciada de 'guerra de civilizaciones' o si más bien vamos a vivir la enésima forma de la lucha entre las clases en el plano mundial, o sea, en un mundo en el que la agudización de las desigualdades socioeconómicas estará constantemente cruzada ya por las diferencias étnicas y culturales. Nadie dice querer la guerra de civilizaciones, pero las comandancias y liderazgos de las dos partes hablan y actúan como si la guerra entre civilizaciones fuera inevitable. De creer a unos y a otros, la razón laica estaría ya entre la espada y la pared, obligada a elegir nuevamente entre Guatemala y Guatepeor. La neutralidad vuelve a ser equiparada al carro de la basura. Y de seguir así, sin una presión mayoritaria contra la guerra, aquí y allí, lo más seguro es que este 7 de octubre haya empezado el rosario de la aurora de la razón laica.

Habría que hacer algo para evitar que eso ocurra. Y una de las cosas que podemos hacer a este respecto es llamar la atención, una vez más, sobre los males de la guerra, de esta guerra. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Karl Kraus, que era un pacifista atípico, dio un buen consejo: dar un paso al frente... y callar. Pero luego él mismo escribió un montón de páginas sobre lo que llamó los últimos días de la humanidad. Tal vez porque el silencio, incluso cuando sale de la sensibilidad de quien da el paso al frente, otorga.

La gran mayoría de los individuos que componen el género humano son pacifistas en un sentido muy preciso: prefiere la paz a la guerra. Esta mayoría es también pacifista en un sentido secundario: tiende a considerar que toda guerra pasada, independientemente de lo que dijeran de ella los poderes de la Tierra, fue un mal. Incluso los que un día glorificaron la guerra o la justificaron como un mal menor, tienden, con los años, a considerar que fue un mal mayor. Pero esta mayoría vacila cuando se ve obligada a pensar no en las guerras del pasado, sino en la posibilidad de una nueva guerra en el presente. Entonces casi siempre se acaba encontrando lo que se busca: el argumento para decidir que, a diferencia de las guerras anteriores, ésta del presente sí es justa, está justificada moral y/o políticamente.

La paradoja que brota de ahí es tan llamativa como terrible: casi todas las guerras del pasado, o aquellas que en el presente afectan a los otros, son deplorables, irracionales o males en sí, pero aquellas guerras que propugnan 'los nuestros' en el presente son necesarias, moralmente justas y acordes con el derecho internacional existente. Esta paradoja tiene su base en la creencia, muy extendida, según la cual nuestra civilización, aquella de la que formamos parte, es superior a cualquier otra forma de civilización. Esta creencia, aunque con derivaciones contrapuestas, está metida en el tuétano de las diferentes culturas, etnias y civilizaciones. Unos, como Berlusconi, expresan esta creencia de la manera más abrupta, y otros, que sienten aproximadamente igual que Berlusconi, expresan la cosa de forma más sofisticada. Pero unos y otros quieren guerra.

Por lo que se sabe de su historia escrita, la humanidad ha cambiado muy poco en estas cosas. En la mayoría de los textos escritos de las distintas culturas, tradiciones y civilizaciones es posible encontrar las dos cosas: la justificación del genocidio o del etnocidio en nombre de la superioridad moral o religiosa de la propia cultura y el lamento ante los estragos de la guerra. Pero justificación de la guerra y lamento de sus consecuencias no suelen ir juntos en esos textos, no suelen ser simultáneos. Así es que no se ve por qué hay que elegir entre civilizaciones o culturas tomadas en bloque, en su conjunto.

Lo que diferencia una cultura ilustrada de la mera expresión de aquella instintiva creencia compartida es la duda racional sobre el valor moral de los argumentos elaborados por 'los nuestros' para justificar la guerra en el presente: la simultaneidad de la creencia instintiva en la superioridad de la propia civilización y del rechazo, ya no de toda guerra, sino de la guerra que se anuncia y que, por el momento, la mayoría cree justa. La razón ilustrada quiebra cuando la creencia instintiva logra adornarse retóricamente con el argumento de que lo ocurrido ahora es una novedad absoluta, algo que no había ocurrido nunca antes en la historia de la humanidad. Pues esta idea de la novedad absoluta de lo acontecido suele llevarse por delante todo el esfuerzo de la razón en favor del derecho de gentes y de la regulación de los conflictos internacionales. Algo así pasó, en el marco de nuestra cultura, en el momento de la guerra del Golfo; volvió a pasar en el momento de los bombardeos de Belgrado y Bagdad, y está pasando ahora, en escala ampliada, después de lo ocurrido el 11 de septiembre y el 7 de octubre.

Pero ¿cuál es la novedad ahora?

No, desde luego, el acto en sí del 11 de septiembre, ni siquiera el altísimo número de muertos causado. Tampoco es novedad el terrorismo en sí: de eso y de sus contradicciones sabíamos ya mucho, y desde hace mucho tiempo, por el Dostoievski de 'los endemoniados'. Tampoco son una novedad absoluta, hablando con propiedad, los medios empleados en esa bárbara acción. Estos medios son una combinación de herramientas y tecnologías modernas y premodernas. Tampoco es novedad el odio al tipo de civilización que simbolizan los EE UU de Norteamérica: ahí estaba ya el Manifiesto de Unabomber como muestra, y en los mismos EE UU se hizo una película basada en la vida real del personaje.La novedad, relativa, del 11 de septiembre es la forma en que se han combinado técnicas y fines: antiquísimas creencias religiosas persistentes, cuchillos premodernos, modernos aviones y posmodernos ciudadanos entre las víctimas, los victimarios y los observadores del hecho. La novedad, relativa, del hecho es que el malestar ante la modernidad no se ha manifestado en EE UU como contracultura interna a la propia cultura (que es lo que venía ocurriendo desde la década de los sesenta hasta las más recientes acciones contra la globalización en Seattle, Praga y Génova), sino como una contracultura que tiende a percibirse como externa e inasimilable. También las anteriores formas 'terroristas' de la contracultura combinaron antiguas creencias (premodernas) con las más novedosas técnicas (modernas), seguramente porque las técnicas son y serán siempre de doble uso. Lo verdaderamente nuevo es que esto de ahora se ha percibido como un ataque exterior a 'nuestra' civilización, a una civilización que, contradictoriamente, se define a sí misma como multicultural, pero que no sabe nada, o apenas nada, de las culturas que supuestamente la integran en un mundo globalizado.

El gran problema, el problema de fondo que se oculta en este nuevo redoble de tambores, es saber precisamente de qué guerra estamos hablando cuando, para decirlo como lo decía El Roto no hace mucho, 'ya todo es Occidente'. ¿Hay enemigo 'externo' en un mundo globalizado como el nuestro? Parodiando al poeta: ¿Qué será de nosotros sin 'bárbaros' externos?

Y el primer equívoco al que tendrá que hacer frente la razón laica es la posibilidad de dejarse embaucar por la consoladora idea de que ésta va a ser la primera guerra 'limpia', una guerra en la que la absoluta superioridad modernizadora de 'los nuestros' va a acabar de golpe con los restos medievalizantes del planeta en nombre de la democracia y de la libertad. Eso ha sido siempre la ilusión del progresismo descabellado. De la misma manera que el 11 de septiembre fue una combinación trágica de lo moderno, lo posmoderno y lo premoderno, también, previsiblemente, lo será lo que siga al 7 de octubre. Pues ¿qué es si no la combinación que se perfila entre los misiles de última generación, la infantería de la Alianza del Norte y la imposición de un rey antiguo cooptado por la CIA con 'las tribus' contra un enemigo que puede usar armas químicas o bacteriológicas con los conocimientos adquiridos en las mejores universidades norteamericanas y en nombre de la grandeza de Alá?

Si esto es así, en vez de dedicar tanto tiempo y tanto espacio a buscar un enemigo externo entre religiones y civilizaciones a las que hemos colonizado y acogotado durante siglos, y en una época en que las armas que posee la Gran Alianza podrían destruir unas cuantas veces al conjunto de la humanidad, ¿no sería mejor dar por supuesto que también 'ellos' son mayoritariamente laicos, como nosotros, y actuar sobre las causas (el hambre y la pobreza, las enfermedades y la esclavitud, la prostitución forzada y el uniformismo cultural impuesto) que hacen que la otra parte de la humanidad perciba no sólo a los dueños del mundo, sino a los pueblos de Occidente como el gran Mal? Justicia, y no venganza; nuevo derecho de gentes, y no guerra. Eso es lo que vienen exigiendo desde hace décadas personas que, como Edward Said, Tayyeb Saleh, Amin Maalouf y tantos otros, llegaron desde el mundo que ahora se demoniza para enseñarnos qué es realmente Oriente visto desde Oriente, qué fueron las cruzadas vistas por los árabes y qué herencia dejaron, qué quieren y que sienten los hombres en la época de la gran migración al Norte y por qué el sentimiento de la diferencia, tan respetable, da lugar a veces a identidades asesinas.

Prolongar ahora, en este momento trágico, la razón ilustrada, que no quiere guerra de civilizaciones ni retornos religiosos, obliga de nuevo a atreverse a pensar. Y siendo occidentales cuando 'ya todo es Occidente', tal vez a pensar con un poco más de concreción lo que nos invita a pensar, juntos, el físico paquistaní Parvez Hoodbhoy desde la Universidad de Islamabad: ¿qué estamos haciendo mal para tener que sufrir este desastre los laicos de aquí y los de allí?

Muy breve comentario final

Luis Bouza-Brey

 

Sí que es cierto que hay que buscar las causas del malestar ante la modernización: hay que construir teórica y prácticamente un nuevo orden internacional y un nuevo modelo de modernización y globalización. Un modelo de modernización democrático e igualitario a nivel internacional, y regido por mecanismos e instituciones globales que pongan coto a los procesos de explotación, asimilación cultural, e instrumentalización de la dictadura y la corrupción que se han utilizado en la política exterior hasta la actualidad.

Ahora bien, la violencia terrorista exige una respuesta práctica inmediata. Si esta respuesta consiste en elaboraciones teóricas y actitudes pacifistas de poner la otra mejilla, vencerá la fiera fundamentalista desatada por años de errores consecutivos. Resulta evidente que el objetivo de los terroristas es buscar precisamente una guerra de civilizaciones, cosa que hay que evitar. Pero el problema, como dice Trinidad Jiménez en un artículo de hoy, es "acertar en la respuesta", buscar las causas o factores explicativos, pero responder con firmeza, rapidez,  contundencia  y proporción en el único lenguaje que algunos de los fanáticos podrán comprender algún día. En un lenguaje que no es el de la debilidad práctica y la verborrea retórica o ideológica, sino el de la determinación y la racionalidad en la respuesta, junto con la puesta en marcha de procesos de corrección en el medio plazo de los errores pasados.