¿CHOQUE O ALIANZA DE CIVILIZACIONES?


 Artículo de Ángel CRISTÓBAL MONTES
en “La Razón” del 27/10/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 


En 1996, el profesor americano Samuel Huntngton publicó un libro enjudioso y polémico, «El choque de civilizaciones», en el que, una vez acabada la Guerra Fría y derrotado el comunismo-totalitarismo en su confrontación con el capitalismo-democracia, anunciaba que las tensiones y conflagraciones futuras ya no iban a girar sobre el eje ideológico sino sobre el cultural, y las guerras por venir serían guerras entre civilizaciones. «El mundo –decía–, o se ordenará de acuerdo con las civilizaciones o no tendrá orden alguno. En este mundo, los estados centrales de las civilizaciones ocupan el puesto de las superpotencias». En su opinión, nos enfrentaremos a «guerras de la línea de fractura», y, en tal sentido, «la guerra de Bosnia fue una guerra de civilizaciones».
   En poco menos de diez años, los acontecimientos se han precipitado y, en alguna medida, parecen caminar en esa dirección. El mundo musulmán, que, curiosamente, es el único que carece de Estado central, no puede decirse que haya entrado en guerra con el occidental, pero en su seno, particularmente en el segmento árabe, se han desarrollado poderosos y crecientes movimientos islamistas que declaran la guerra santa a Occidente, ven en él el enemigo total, la causa de todos sus males, la materialización del pecado y contra el que hay que atentar por todos los medios y sin límite moral o humanitario alguno. El islamismo militante se ha convertido en «el primer enemigo del siglo XXI para Estados Unidos» (Huntington en «¿Quiénes somos?», 2004).
   Dos culturas, dos religiones, dos civilizaciones, dos visiones distintas del mundo y de la vida se sitúan en un plano en el que caben tanto el enfrentamiento como el entendimiento. El primero lo buscan abiertamente los grupos extremistas, fanáticos y terroristas musulmanes; el segundo ha existido siempre a través del contacto entre religiones, la colaboración cultural, la serenidad, el respeto y el diálogo. Todavía cabe un paso más, el que ha dado el presidente español Rodríguez Zapatero al hablar en Naciones Unidas, frente al choque, de «alianza de civilizaciones». Idea novedosa y atrevida, muy difícil de explicar y justificar, porque parecen faltar algunos de los ingredientes obligados de toda alianza. ¿Alianza contra quién, por qué, para qué, por cuánto tiempo y sin obviar ni superar las hondas diferencias entre los supuestos aliados? La distancia que media entre un mundo occidental, abierto, democrático, laico, tolerante y civil, y un mundo musulmán, cerrado, autoritario, confesional, intransigente y teocrático es tan grande que tender puentes entre una y otra orilla es casi tarea de titanes. Cierto que no todo Occidente es igual, que hay grados, diferencias y desarrollos distintos en orden a la plena vigencia de sus valores; y cierto también que no todo el islam presenta las notas arriba enunciadas con el mismo rigor y existen países musulmanes que avanzan en el que G. Myrdal llamó con acierto «proceso de modernización racionalizadora», proceso que no implica tener que sucumbir en plenitud a lo occidental, como de manera cumplida demostró Japón y ahora mismo China e India patentizan. Pero, no obstante, la separación y el contraste entre uno y otro mundo son tan netos y nítidos que, aunque no haya que pensar con fatalismo en el choque, la idea de la alianza parece remota y aún utópica.
   Como escribe el maestro Sartori, la visión del mundo islámica es teocrática y no acepta la separación entre Iglesia y Estado, entre política y religión, sin que la ley coránica reconozca los derechos individuales universales e inviolables. Y según Schnapper, en el islam la autoridad legítima sólo procede de Dios, el Estado es el Estado de Dios que gobierna al pueblo de Dios, el ejército es el ejército de Dios, la ley es la ley de Dios y el enemigo es el enemigo de Dios, pues «nunca sustituyó el ciudadano al hombre religioso». Con estos componentes, ¿cómo tejer la alianza, dónde encontrar la base mínima común imprescindible para el acuerdo? Pues, quizá, en la lucha contra el terrorismo que golpea a ambos mundos. Ante la magnitud y tragedia del desafío, tal vez, para enfrentarlo, la «alianza de civilizaciones» no sea algo totalmente descabellado e imposible.
   
   Ángel Cristóbal Montes es catedrático de Derecho Civil en la Universidad de Zaragoza