¿SE EQUIVOCÓ EL PUEBLO AMERICANO?


 Artículo de Ángel CRISTÓBAL MONTES
en  “La Razón” del 07/12/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)


Pocas elecciones americanas han suscitado tanta pasión política como las últimas, dentro y fuera de los Estados Unidos. El incremento significativo de votantes en un país en el que es tradicional niveles bajos de sufragios, y el posicionamiento en el resto del mundo y en particular en Europa respecto al resultado electoral muestran dos cosas: una que el papel mundial de la potencia americana no deja indiferente a nadie, y la otra, que la democracia, la vida democrática americana, sigue representando el tirón mayor, el escaparate abierto y el punto de referencia más importante en relación con el sistema de gobierno libre. Con todos sus defectos, que los tiene, la democracia americana continúa siendo la principal suministradora del líquido vital para la democracia actual.
   En España, hemos estado particularmente expectantes. El 11-S allí y el 11-M aquí, el cambio de gobierno producido en nuestro país al calor de determina dos acontecimientos y la conciencia de lo que ocurriera en USA iba a afectarnos por mor de posturas adoptadas acá, hicieron que los españoles mirásemos el proceso electoral americano con interés, preocupación y hasta ansiedad, porque en América podían ratificarse o rectificarse determindas tesis aquí asumidas. Las imprudencias de Zapatero y el frontal posicio- namiento anti-Bush de nuestra «intelligentsia militans» añadieron morbo al asunto.
   Y en ésas ganó el partido republicano, ganó Bush, con una diferencia de sufragios poco habitual en Estados Unidos y con mayoría en ambas Cámaras, algo que no se producía desde 1936 con Roosevelt. ¿Qué había sucedido? ¿Cómo la sutil y profunda izquierda europea no había detectado semejante posibilidad real y cómo los liberales americanos, encabezados por su icono, el «New York Times», habían formulado una apuesta tan alejada de los hechos? Hubo a uno y otro lado del Atlántico exceso de pasión, posicionamientos dictados por fobias poco racionales y enajenaciones voluntarias ajenas al frío análisis de la realidad. Pocas veces como en esta ocasión tantos se han equivocado tanto, y pocas veces tantos finos analistas, tantos creadores de opinión, tantos destacados dirigentes y tantos hondos pensadores han sido puestos en entredicho por los hechos de manera tan cruda y hasta brutal.
   Claro que todavía queda abierta una vía para impertinentes. La de estimar que sí, que ganó Bush, pero que el pueblo se ha equivocado, ha errado en la elección, no se ha dado cuenta de lo que estaba en juego y va a pagar onerosamente semejante desliz. El pueblo americano como eterno menor de edad, como colectivo ingenuo y como nación profundamente inculta que no ha sabido discernir con claridad y ha optado por lo peor. ¿Quién posee títulos legítimos para emitir semejante juicio y, sobre todo, quién los expide y con qué mandato? Eso no nos lo explicarán nunca aquellos que con tanta suficiencia y supuesto conocimiento de causa arremeten contra esos «tontos» americanos que han osado, nada más y nada menos, oponerse a los grandes oráculos del Occidente progresista y vidente. Los Chomsky, Moore y Soros en América, y la legión de izquierdistas europeos de élite se sienten defraudados por la inopia de la mayoría electoral americana.
   ¿Y si los equivocados fueran ellos? ¿Y si esa mayoría clara que votó a Bush sabía perfectamente qué quería y por qué votaba en esa dirección? ¿Y si ese elector sencillo tenía un conocimiento de la realidad superior al de las sofisticadas mentes directoras? ¿Y si Bush ha sabido llegar mejor que Kerry a la mente y al corazón del americano medio? Nada de esto aceptará el exquisito intelectual. Pero ahí está el resultado, el comportamiento mayoritario de un pueblo que sabe de democracia porque la ha parido, que lleva más de dos siglos en ella sin la menor crisis ni quiebra, que genera la opinión más poderosa y determinante de Occidente y que no se deja conducir mansamente por iluminados y mandarines. ¿Nos hemos parado a pensar que, como ha escrito recientemente el nada sospechoso Michael Walzer, «la primera obligación del estado es proteger la vida de sus ciudadanos, y ahora las vidas de los estadounidenses están visible y ciertamente en peligro»?
   
   
   Ángel Cristóbal Montes es catedrático de Derecho Civil en la Universidad   de Zaragoza