GAZA, NIDO DE TERRORISTAS

Artículo de Alejandro Muñoz Alonso en “El Imparcial” del 06 de enero de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

El buenismo imperante en política internacional ha alzado la voz en grito por los bombardeos y la invasión de Gaza por parte de Israel. Toda la progresía occidental ha elevado su protesta contra —les guste o no- el único Estado democrático de aquella zona, exigiendo un alto el fuego, sin dejar de poner el acento en que sean los israelíes los que dejen de disparar. De los cohetes lanzados desde Gaza contra las ciudades del sur de Israel, que han matado a civiles y que si no han matado más no ha sido por falta de ganas sino por insuficiencia tecnológica e ineficacia militar, de esos no dicen nada. El buenismo cree tener el monopolio de la compasión y airea hipócritamente escandalizado las fotografías de niños muertos o mutilados. No hace falta ser de izquierdas para que, a cualquier persona normalmente constituida, esas imágenes le produzcan un estremecimiento y una enorme pena. Pero no es lícito quedarse en esa primera percepción y especialmente quienes tienen responsabilidades ante la opinión pública —sobre todo los medios de comunicación- tiene la obligación de poner esas noticias y esas imágenes en su contexto sin limitarse a una lágrimas que, en un buena serie de casos, no son sino las tópicas lágrimas de cocodrilo y el pretexto para dar rienda suelta al odio acumulado y reprimido contra Israel y a cuanto significa en Oriente Medio y, ya de paso, a hacer un nuevo ejercicio de antiamericanismo. Ahora con sordina porque el mesías Obama está a punto de llegar.

Cualquier comentario sobre lo que, tristemente, está pasando en Gaza es incompleto y, por lo tanto, manipulador e intoxicante si no se explica, a fondo y en su contexto, la contundente reacción israelí, tan “desproporcionada” según todos los políticamente correctos, sin que nos aclaren si lo proporcionado sería tirarles chinitas a los terroristas de Hamas. Desde que voluntariamente la abandonaron hace ahora tres años, los israelíes han sido objeto de ataques misilísticos desde la franja de Gaza. Unos ataques que se incrementaron desde que Hamas (no lo olvidemos, declarada terrorista por EE UU y la UE) se hizo con el poder en ese territorio, en abierto desafío a la legítima Autoridad Palestina, encabezada por Mahmud Abbas. Hamas, nutrida financiera y armamentísticamente por Irán y por los radicales islamistas, es una avanzada del yihadismo en la costa mediterránea y persiste en su declarado propósito de destruir a Israel, bastión del odiado Occidente en la zona. Como ya hizo Hizbulá cuando la guerra del Líbano, en el verano de 2006, sus instalaciones militares están situadas en medio de la población civil, de modo que Israel o se abstiene de toda represalia ante los ataques permanentes de que es objeto o mata civiles, tan necesaria como involuntariamente, aunque como sabemos por las informaciones las tres cuartas partes de las víctimas son miembros de los grupos armados. Hay que recordar también que se había llegado a un alto el fuego y que ha sido Hamas quien unilateralmente lo ha roto. ¿Qué podía hacer Israel sino decir hasta aquí hemos llegado? La primera obligación de un Estado es defender a sus nacionales de los ataques exteriores y si no lo hiciera estaría haciendo dejación del legítimo derecho de defensa que, en un caso como este, es ya ante todo un deber.

Algunos han tratado de descalificar la reacción israelí afirmando que en ella hay una buena dosis de electoralismo, ya que Israel se enfrenta en no muchas semanas a unas elecciones generales. Ciertamente unas elecciones condicionan siempre las decisiones políticas pero hay ocasiones en que, con elecciones o sin elecciones, un gobierno está obligado a asumir responsabilidades. Los apaciguadores de siempre —tan abundantes en nuestro país- dirán, seguramente, eso tan socorrido de que “no hay que caer en la provocación”. Pero si, para no caer en la provocación, un gobierno permitiera que los terroristas siguieran matando civiles, estaría traicionando su más sagrado deber. Cabe suponer que los terroristas, tan aficionados a eso de “cuanto peor, mejor” estén apostando a que las próximas elecciones las gane el Likud y su líder Netanyahu que, sin ninguna duda, sería mucho más contundente aún que el desprestigiado Olmert. Perdido por Hamas cualquier atisbo de respetabilidad ante la opinión pública internacional, ¿qué mejor apuesta que la de propiciar un triunfo de Natanyahu que podría entrar en Gaza, pero para quedarse indefinidamente? Los terroristas jugarían así, una vez más, al victimismo para suscitar la solidaridad internacional. Y a Hamas no le importaría mucho que, como precio, murieran miles de palestinos. Al fin y al cabo, como ha dicho alguien hace poco, esta gente forma parte de la cultura de la muerte y las vidas de su propia gente (menos las suyas) sólo existen para sacrificarlas por la causa.