¿TURQUÍA ES EUROPA?

 

 Artículo de CARLOS NADAL   en “La Vanguardia” del  12/12/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

El próximo viernes el Consejo Europeo ha de tomar una decisión no ciertamente fácil. Se trata de que establezca de una vez si la Unión Europea va a comenzar negociaciones para la adhesión de Turquía a la Unión Europea; cuándo y en qué condiciones. Hace cuarenta años que este país postula su ingreso. Y a estas alturas ha visto como otros muchos estados, muy alejados originariamente de la posibilidad de su incorporación, ni siquiera de imaginarla, han ido ingresando en la UE. Algunos, como España, tienen ya una larga historia como estados miembros.

Otros, como Polonia, Hungría y Chequia, han andado un impensable camino, desde su antigua pertenencia al Pacto de Varsovia de obediencia soviética, hasta convertirse en miembros de pleno derecho de la UE. Incluso naciones que fueron repúblicas federadas de la URSS, ahora independientes, lo han conseguido. Pero Turquía, no.

En la última tanda de integraciones entraron diez estados. Y para el 2007 se prevé las de Bulgaria y Rumanía.

Mientras tanto, con Turquía todo ha sido sumamente parsimonioso, escrupulosamente considerado. En 1993, en Copenhague, se establecieron los criterios fundamentales para que un país pueda ingresar en la UE. Tres años más tarde, en Helsinki, se dio un paso notable respecto a Turquía; se la aceptó como Estado asociado. Pero de ahí a la integración aún quedaba por delante un exigente recorrido. La llamada asociación para la adhesión; la asociación para la adhesión reforzada,la preadhesión. El año pasado se decidió, por fin, que el Consejo Europeo decidiría en la reunión a celebrar en diciembre del 2004 si ha llegado la hora de comenzar negociaciones -por fin- para la plena adhesión.

No faltan razones para tanta reserva y prevención. Turquía es miembro de la OTAN, del Consejo de Europa, de la OSCE. Pero respecto a ella surgen dudas que no valdrían para ninguno de los 25 estados que actualmente forman parte de la UE. Una, discutible. Tal vez incluso más que discutible, pero que se abre paso aquí y allá, frecuentemente en boca de quienes no carecen de razones para hacerlo: ¿Turquía es verdaderamente europea? Giscard d´Estaing, el ex presidente francés, dijo que la integración de Turquía sería el fin de la Unión Europea. Es una opinión extrema. Pero que sin duda recoge muchas afinidades. Más de las que se hacen explícitas. Y es que, cuando menos, la adhesión de Turquía en la UE supone un salto cualitativo. Y, al mismo tiempo de mucha importancia cuantitativa a la hora de sumar votos, de equilibrar desfases económicos.

En el caso de Turquía se produce un doble hecho que, a la hora de decidir que sea o no miembro de pleno derecho de la UE, intensifica las dudas y las muchas ambigüedades que esto suscita. Se trata de un doble proceso histórico con la misma raíz pero de sentido opuesto. Turquía ha sido históricamente el país islámico que más radicalmente ha querido ser occidental. En la Primera Guerra Mundial, aliada de Alemania, tuvo que asumir con ella la derrota. Lo cual llevó a la caída del sultanato, la proclamación de la República y la creación por Kemal Ataturk de un estado nacional a la europea, laico, en el que no sólo fue suprimida la máxima autoridad religiosa del islam, el califato, sino que impuso la educación no confesional, el alfabeto latino y hasta la prohibición del uso masculino del fez y el femenino del velo.

Estas reformas de cariz occidental fueron una ruptura tan extrema que sólo un poder muy fuerte y autoritario podía imponerlas y asegurar su perduración. De ahí que el orden democrático, el pluripartidismo y los derechos fundamentales fueran siempre más formales que reales. El ejército ha sido en la Turquía del siglo XX, como depositario de la herencia ideológica de Ataturk, la instancia inapelable de todo poder.

Esta circunstancia ha hecho que la firme y anticipada voluntad occidentalizadora del kemalismo haya acabado siendo casi el principal inconveniente para la integración en la Unión Europea. Porque el poder fuerte para preservar la modernización de tipo occidental significaba arbitrariedad, superposición de lo militar sobre lo civil, derechos fundamentales conculcados sistemáticamente, libertades suprimidas, justicia en entredicho, pena de muerte, régimen carcelario de extrema dureza, uso de la tortura. Y, de manera muy relevante, acción duradera contra la extensa minoría kurda por parte de una Turquía que ya fue responsable del genocidio contra los armenios.

De esta manera la Turquía que muy pronto miró hacia la Comunidad Europea como el regazo natural a que acogerse se encontró con que precisamente los instrumentos coercitivos que Kemal Ataturk había creado para hacerla más europea que asiática se convertían, después de la Segunda Guerra Mundial, en obstáculos para conseguirlo. La Europa de los estados ASTROMUJOFF nacionales que Ataturk conoció ha vivido con los años una transformación extraordinaria. Precisamente en el sentido de convertir lo nacional, de manera progresiva, en subsidiario de lo europeo sobre la base de unos requisitos legales y económicos y de unos valores que se consideran legado común irrenunciable.

Las puntillosas exigencias, las meticulosas comprobaciones, y -por qué no decirlo- las suspicacias de la UE vienen de esta paradójica situación. La necesidad de comprobar en qué medida Turquía ha dejado de ser kemalista y, por lo tanto, verdaderamente equiparable a los miembros de la UE en el cumplimiento de los criterios de Copenhague para la adhesión. Mucho ha avanzado Turquía en la dirección positiva. Se le reconoce. Pero con sospechas. En boca del comisario europeo Verheugen una cosa es la ley escrita; otra su puesta en práctica.

Pero hay más. Algo sobre lo cual se suele pasar como sobre ascuas pero posiblemente lo de mayor calado. Se empuja desde la UE a deshacerse del kemalismo a una Turquía en la cual justamente el islamismo que Ataturk quiso sofocar está recuperando extensas y profundas raíces populares, sin excluir comportamientos de signo integrista. ¿Al islamismo que con tanta caución ve crecer la UE en su propia población inmigratoria se le abrirá la entrada por la puerta grande de la integración europea de setenta millones de turcos? Que sea el gobierno del partido islamista moderado de Erdogan el que más ha hecho para cumplir los requisitos de Copenhague admite diversas interpretaciones. Si gobiernos democristianos ha aportado tanto a la creación de la UE -se dice- no cabe negárselo a un partido de base musulmana pero auténticamente demócrata.

Y ahora que los norteamericanos hablan tanto de llevar la democracia al mundo islámico por las buenas o las malas, ¿no serviría para proveer a conseguirlo con más propiedad la incorporación a la UE de Turquía, la mayor potencia de Oriente Medio, extendiendo a la Europa en plena vigencia de sus valores hacia las fronteras con Iraq, Irán, Siria? Claro que con sólo hablar de valores se abre un abanico inescrutable de interrogantes. Y con las posibles vecindades citadas, todavía más. Europa se encuentra ahora mayormente que nunca enfrentada a su razón de ser. No es la primera vez que le ocurre en relación a Turquía, la cual tan ampliamente presente en Europa llegó a estar, y tan antieuropea se la concibió para forjar la identidad europea.

Quedan para después de la decisión que el día 17 adopte el Consejo Europeo las pertinentes consideraciones sobre lo que esta decisión pueda determinar en la conducta de Turquía y la adopción de posibles posicionamientos alternativos en un área de tanta importancia geoestratégica y económica.