UCRANIA, UNA OPORTUNIDAD
Artículo de CARLOS NADAL en “La Vanguardia” del 02/01/2005
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
La desintegración de la 
URSS cuesta de ser digerida. Si a estas alturas todavía la Alemania oriental 
presenta manifiestos desfases económicos y sociales con la occidental, no es de 
extrañar que la corta historia como estados nacionales independientes de las que 
fueron repúblicas federadas soviéticas siga un curso irregular y muchas veces 
traumático. Setenta años de régimen comunista en lo que había sido desde mucho 
antes el imperio de los zares no se pueden liquidar de un año para otro. 
Que sea así está agravado por la manera en que se produjo la disolución de la 
Unión Soviética. Sin etapas graduales, en ausencia total de un plan consensuado, 
de una estrategia legal. Este hecho ha sido precisamente uno de los más 
accidentados de la gran conmoción que siguió a la caída del muro de Berlín. 
Rusia había vivido en el pasado otros señalados periodos que fueron calificados 
como de "turbulencia". Pero el hundimiento sin más de la que durante siglos fue 
la Santa Rusia, la nueva Bizancio y después patria primera del 
socialismo real,el Gran Hermano de todos los países satelizados del 
bloque del Este creó una fisura de excepcional dimensión histórica. Y en esto 
estamos de lleno todavía, tal vez sólo en los comienzos de un proceso que puede 
ser largo. 
Los recientes acontecimientos de Ucrania responden a esta realidad. No es 
fácilmente llevadero dejar al mismo tiempo y sin pausas de ser ciudadano de un 
régimen comunista y a la vez súbdito de una gran patria secular. La ruptura no 
suponía como en Polonia, Hungría o la que fue Checoslovaquia haberse quitado de 
encima la hegemonía avasalladora de una gran potencia vecina y el régimen que 
ella había impuesto. En el caso de las que habían sido repúblicas federadas de 
la URSS, la independencia carecía de cercanas referencias históricas. Había, sí, 
lenguas propias, características étnicas, costumbres, tradiciones, sustratos 
religiosos, pero setenta años de un régimen comunista que extendió la 
industrialización y una forma innegable de modernidad igualitaria impusieron un 
grado de nivelación considerable. El federalismo soviético estaba fuertemente 
condicionado por el centralismo democrático del Estado que extendía la 
poderosa red ideológica y de control por medio del Partido Comunista. 
Por esto el paso a la independencia se produjo en todas las repúblicas con 
características y procedimientos semejantes a los del modelo central ruso. 
Fueron los jerarcas del partido, los miembros de las elites burocráticas quienes 
lideraron los nuevos estados independientes y se repartieron la propiedad de los 
grandes bienes socializados del Estado. Ocurrió así en Ucrania. Con todas las 
lacras adicionales de malversación, corrupción, abusos, falseamiento de 
pretendidos regímenes democráticos con los vicios propios de la arbitrariedad y 
el autoritarismo. El presidente Kuchma gobernó así. 
Durante trece años se ha mantenido en Ucrania una situación de independencia mal 
gestionada y condicionada por la influencia de Rusia. La creación de la CEI, que 
une a ésta con varias de las antiguas repúblicas federadas, mediante vínculos de 
consistencia variable según los casos, es un instrumento que el presidente ruso, 
Vladimir Putin, tiene empeño en reforzar. Respecto a los estados del Cáucaso y 
de tradición islámica. Pero sobre todo en relación con los habitualmente 
entendidos como más afines a la Rusia propiamente dicha: Bielorrusia yUcrania. 
La primera, que el presidente Lukashenko mantiene férreamente adicta a Rusia 
como una reliquia soviética. La segunda, hasta ahora gobernada por gente afín 
aMoscú, con una economía dependiente del petróleo y el gas de Rusia y la parte 
oriental del país con presencia de un buen porcentaje de población 
originariamente rusa. 
Ahora, quienes han votado mayoritariamente a favor del candidato presidencial 
Yushenko en Ucrania responden a tres querencias: recuperar para su país la 
voluntad de disponer de sí mismo; evolucionar hacia la verdadera democracia 
donde la legalidad termine con la corrupción y los abusos; y, por esto mismo, 
establecer distancias respecto a la política que Putin impone en Rusia de tensar 
las riendas centralizadoras del poder, sirviéndose del restablecimiento de una 
fiel e inapelable burocracia, de la sumisión parlamentaria, del control de los 
principales medios de comunicación y de la concurrencia obediente de los 
depredadores de la riqueza que fue del Estado soviético. 
Se ha dicho de Ucrania que es el colchón entre el este y el oeste. Actualmente 
es más bien un colchón del que tiran para sí en sentido contrario por una parte 
Rusia, que busca afanosamente recuperar su lugar de potencia militar y política; 
y, por otro lado, un Occidente con dos brazos: el de Estados Unidos, dispuesto a 
mantener a Rusia en los límites que le impuso la desintegración de la URSS, y el 
de la Unión Europea, que si ejerce su atracción sobre Turquía, más motivos de 
afinidad hay para que la proyecte sobre Ucrania. 
Mucho se ha hablado de los hilos que el Gobierno norteamericano haya movido para 
el surgimiento de la revolución naranja ucraniana.Yla mano de la Unión 
Europea actúa más a la luz del día. No en vano la vecindad de Polonia con las 
regiones occidentales de Ucrania viene reforzada por lazos históricos y 
compartidas raíces católicas. En Ucrania convergen, pues, tensiones y 
acercamientos muy propios de un área en proceso intenso de recomposición 
geoestratégica. 
Si se habla de dónde tiene sus límites la Unión Europea, allí está Ucrania; si 
del futuro de la OTAN, que ya bordea tierra rusa por el norte y por el oeste, 
con tanta desconfianza para la Rusia de Putin, allí está Ucrania; si de las 
relaciones contradictorias entre la superpotencia norteamericana y la demediada 
de Rusia, también allí está Ucrania. 
Desmerecer la espontaneidad, la autenticidad de las tenaces manifestaciones 
populares por el cambio es injusto. El rostro de Yushenko, deformado por 
envenenamiento, demuestra por sí mismo lo que está en juego según sea éste quien 
ocupa la presidencia o su contrincante Yanukovich. Referirse a cuestiones de 
identidad es quedarse corto. Por esto es poco probable que este último pueda 
persistir en la negativa de aceptar su derrota. 
Pero a Yushenko le espera la prueba de no defraudar las esperanzas que se han 
puesto en él como reformador y, al mismo tiempo, colocar en sus justos términos 
un equilibrio político y de interconexión con Rusia y a la vez con la Unión 
Europea. Sin desconocer las fichas que Estados Unidos pone en movimiento en el 
cercano Cáucaso y sus fuentes de energía, contrafuerte del gran litigio 
medioriental. 
Todo recomienda, pues, no encastillarse en un nacionalismo cerrado. Para no 
quebrar la convivencia de la Ucrania rusófona y la de lengua predominantemente 
ucraniana, que tendrían mucho que perder si se dejaran deslizar hacia la 
partición del país. También por buscar un adecuado encaje en el cruce de 
influencias externas. Más que un colchón interpuesto, Ucrania necesita y merece 
ser un tejido poroso, abierto a los beneficios de diversas confluencias. Algo 
que debería ser válido para el futuro de la Unión Europea, creador y dinámico, 
no estérilmente endogámico y estático. En definitiva, la Europa en la que cada 
cual debería encontrarse a sí mismo precisamente como espejo de la diversidad.