LA IZQUIERDA TRASPAPELADA

 

 Artículo de Valentí Puig en “ABC” del 22.11.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

LA izquierda hace un tiempo que ya no existe como agente racional de la política, arramblada por las corrientes de la globalización, superada por la diversificación de lo real, destronada por el fin de las utopías. Lo que sobrevive es la retórica de izquierdas que generalmente ha sido imaginativa y persistente, como hoy mismo logra prolongar la ficción de su existencia esquematizando al enemigo al catalogarlo -para descatalogarlo- como neoliberal. Caídos los pedestales ideológicos, la izquierda existe únicamente por saber contra qué está. Esa izquierda descaminada agita sus estandartes en pleno decorado fantasmagórico de inicios de siglo, canta sus viejos himnos con la afonía de quien ya no cree pero precisamente alza la voz para aparentar y creerse que cree. Ya nadie tiene fe en la lucha de clases ni en las empresas nacionalizadas, ni en la economía planificada, ni en la propiedad colectiva de los medios de producción. Por creer, ni tan solo los sindicatos de la enseñanza conciben de verdad la enseñanza pública como método igualitario. Lo que existe es una post-socialdemocracia que vive de hurtarle métodos a la política liberal-conservadora y que navega por el sistema de esclusas de la Unión Europea.

Más allá de esa alternancia pragmática únicamente quedarían en pie los populismos, los antisistema, el acné del pensamiento adolescente y turbador frente a la obligada transacción del pensamiento adulto. Quienes saltaron a la calle en mayo de 1968 luego decidieron el bombardeo de Belgrado cuando el conflicto balcánico les impuso una peculiar «realpolitik» de intervencionismo humanitario. En definitiva, la política como experiencia sigue siendo por ahora el mejor garante de una forma de entender la libertad. Lo más útil de la izquierda posible es precisamente su adecuación a la experiencia por encima de la ideología.

En el caso de España, la confluencia entre felipismo y zapaterismo es dispar, de una irregularidad muy visible. Por ejemplo, en política exterior, particularmente en el ofuscamiento a veces tan deliberado sobre la naturaleza de la paz y la naturaleza de la guerra. Al caer el muro de Berlín, el rector de una de las universidades con más prestigio mundial no quiso firmar la contratación de un experto en seguridad porque ese ya era un saber innecesario: «Ya no estudiamos la guerra, porque no hay guerra». Desde luego, la guerra no ha dejado de existir, aunque hubiese caído por su peso el imperio soviético. Salvo las siglas, al PSOE poco le sirve de sus orígenes en la era de los tipógrafos, cuando gobernaba Cánovas del Castillo, del mismo modo que entre los doctos fabianos y el Nuevo Laborismo de Tony Blair casi nada queda en común, ni siquiera -prácticamente- Blair.

La retórica del post-socialismo insiste en que hay que dar preferencia a la sociedad ante el mercado, a diferencia -dice- de una derecha bulímica que no cree en nada salvo en el mercado. Una abducción tan infantil deriva de la insuficiencia a la hora de asumir intelectualmente la realidad de los mercados como órdenes espontáneos, el sistema de libertad natural que describía Adam Smith. En la guerra fría, la competencia armamentística tuvo sus altibajos pero la competencia económica fue arrolladora, hasta el punto de que las ventajas del sistema capitalista fueron las que al final permitieron disolver el frente militar por bancarrota del comunismo. Era la Europa del bienestar y la libertad frente a la ruina y la coerción al otro lado del muro de Berlín. Ni tan siquiera la iconografía más radical persiste en la figura del empresario como explotador del proletariado. Esa capacidad evolutiva y los parámetros de adaptación de la izquierda posible en Europa serían de agradecer por contribuir a una capacidad de alternancia política y a una sedimentación crítica del capitalismo. Ahora mismo, una prueba de peso está siendo la reforma de los mercados laborales, un cambio «sine quan non» para el despegue de la Unión Europea si no se impone el contrapeso de la renacionalización.

Por mucho que la izquierda europea critique los llamados excesos del mercado, salvo por un arrebato de esquizofrenia política no se le ocurriría afectar en sustancia las políticas de crecimiento que en general inició el centro-derecha. Quedan por arbitrar las guerras culturales y en eso la izquierda no persigue objetivos del todo comunes porque no dicen lo mismo los blairitas y los zapateristas respecto a, por ejemplo, la noción de autoridad social, los valores familiares o el laicismo. Ese es el margen de maniobra de la izquierda, en caso de tener la economía resuelta por las reformas económicas de gobiernos de centro-derecha. De lo contrario, o está en la oposición o pugna -como Prodi, con muchos apuros- por liberalizar más la economía mientras pueda copar el poder con alianzas afiligranadas.

Ya desde mucho antes de la derrota socialdemócrata en las recientes elecciones suecas, las reconversiones de lo que llamamos modelo sueco habían dado señales de fatiga estructural. Esas reconversiones, por lo general, emanaron de una grave crisis del modelo y no de su éxito. Hubo que rectificar un sistema fiscal extenuante y proceder a privatizaciones para que el viejo modelo pudiera reemprender el camino liberado de lastre hasta el punto de aplicar la política de cheque escolar. De ahí el júbilo de los teóricos de la izquierda más práctica por ese modo -según fórmula- de combinar equidad y libertad. En realidad, orillan la urgencia de reformar con más hondura aquellos avances socialdemócratas que hoy son una inercia gravosa e impiden reducir el paro juvenil o mantienen el poderío sindicalista, como escribe Johan Norberg. La cuestión es que quedan en el aire más reformas pero el statu quo socialdemócrata carecía de aliento y de voluntad para ir más allá de lo logrado. La naturaleza fundacional del modelo sueco no había cambiado, pero sí la percepción psicológica de los contribuyentes suecos. La labor corresponde ahora al centro-derecha.

Una vez más, las rectificaciones de la izquierda generalmente obtienen mayor consistencia de gobierno que la encarnación conceptual de sus programas. Son asiduas las tentativas de diseñar una renovación de la izquierda. Eso fue el modelo sueco, la tercera vía y ahora el «manifiesto de Euston» (www.eustonmanifesto.org), de naturaleza profesoral y por una vez antirelativista y no antiamericana ni judeófoba. De todos modos, una nueva política significa más ritmo e intensidad para la innovación y la desregulación. Con la contracción del tiempo que impone la globalización la caducidad de la izquierda ya se ha manifestado incluso en Suecia.