LA 'YIHAD' INTENTA DIBUJAR SU PROPIO CALIFATO

 

 Artículo de Fernando Reinares en “El País” del 27.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

 

Diez años después de iniciado lo que se conoce como el Proceso de Barcelona, el espacio euromediterráneo afronta los desafíos de un terrorismo internacional cuyo auge ha tenido lugar precisamente durante ese intervalo de tiempo. Para empezar, Al Qaeda, sus entidades asociadas y las células que se constituyen inspiradas por los dirigentes de aquella estructura terrorista comparten un mismo objetivo último que en sí mismo afecta ya a dicho ámbito geopolítico. Su pretensión de unificar políticamente al mundo musulmán, imponiéndole una concepción excluyente y rigorista del credo islámico basada en postulados neosalafistas, supone la constitución de un nuevo califato o suerte de imperio político religioso que se extendería desde el extremo occidental de aquella región del mundo hasta los confines del sureste asiático. Este nuevo califato, tal y como lo ambicionan sus doctrinarios, incluiría no sólo a los países ribereños con una población mayoritariamente musulmana, sino también a los territorios del mismo ámbito donde en el pasado hubo un predominio del islam, como fue Al Andalus. Además, los distintos grupos y organizaciones adheridos a esa urdimbre del terrorismo internacional que operan en el escenario euromediterráneo tienen su propia agenda nacional o regional, en buena medida reorientada hacia la yihad global tras fracasar otras tentativas más limitadas de subvertir el orden existente.

Los riesgos y las amenazas que el actual terrorismo internacional relacionado con el movimiento de la yihad neosalafista global plantea al conjunto de las sociedades europeas, y más concretamente a las ubicadas en su franja meridional, es decir, a parte de lo que los adalides de esa violencia definen como el enemigo lejano, son a la vez de origen interno y externo. Sin embargo, proceden en gran medida de grupos y organizaciones estrechamente vinculados con redes norteafricanas compuestas por individuos radicalizados en el propio Magreb o en el seno de comunidades inmigrantes establecidas en suelo europeo. Entre los que constituyen una preocupación acusada para los gobernantes y servicios de seguridad europeos se encuentran, por ejemplo, el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), algunos de cuyos integrantes están implicados en los atentados del 11 de marzo, o el denominado Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), de origen argelino. Ambas organizaciones disponen de tramas que se han extendido por los dos continentes que delimitan la cuenca mediterránea, regionalizando a uno y otro lado sus actividades. No menos inquietante es la muy posible relocalización hacia el oeste de yihadistas cuyas actividades terroristas, como miembros de la Organización de Al Qaeda para la Guerra Santa en el País de los Dos Ríos o de alguno de sus grupos próximos, que ya mantienen contacto con células análogas en territorio de la UE, estaban hasta ahora confinadas a Irak.

Amenaza común

Ahora bien, los países con poblaciones mayoritariamente musulmanas que se encuentran al sur y este del Mediterráneo están también afectados por exactamente el mismo terrorismo internacional que desasosiega a los europeos de la ribera norte. Recuérdense incidentes como los de Yerba y Casablanca, o los más recientes de Sharm el Sheij y de Ammán, además de otros acaecidos en Estambul. Episodios que constatan cómo Al Qaeda y sus entidades o células afines están interesadas en erosionar la legitimidad e inducir la quiebra de los regímenes musulmanes de la zona y al mismo tiempo apropiarse en beneficio de su estrategia de movilización, esto es, como una excusa más para sostener la yihad global, de los agravios que en el conjunto del mundo árabe suscita el conflicto entre palestinos e israelíes. Los estrategas del terrorismo internacional definen tales regímenes políticos como el enemigo cercano, al estar liderados por gobernantes a quienes desde el belicoso fundamentalismo neosalafista se acusa de herejeres y tiranos, básicamente por no conducirse según una observancia estricta de la sharia o ley coránica. En la práctica, sin embargo, esos maniobreros de la guerra santa no reparan en instigar atentados extraordinariamente letales, cuyas víctimas más numerosas suelen corresponder a las propias poblaciones locales que son prevalentemente musulmanas.

Cooperación internacional

Tras el 11 de septiembre y muchos otros atentados cometidos después en países del entorno mediterráneo por grupos ligados al extendido movimiento de la yihad neosalafista global o por organizaciones ajenas al mismo, pero que cometen sistemáticamente actos de terrorismo, como Hezbolá y Hamás o las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa en sus respectivas campañas contra ciudadanos e intereses israelíes, se ha incrementado la cooperación internacional en materia de seguridad interior. Esta cooperación, en particular entre Gobiernos de Estados que pertenecen a la UE y otros vecinos del mismo espacio geopolítico euromediterráneo, privilegia las relaciones bilaterales. Ésta es una circunstancia en modo alguno anómala, dados los parámetros de confianza requeridos para el intercambio de información sensible en materia de contención y erradicación del terrorismo internacional, pero sí susceptible de que la colaboración registre oscilaciones en su alcance e intensidad, dependiendo de la situación política por la que atraviese una de las dos partes implicadas, especialmente cuando los instrumentos para la cooperación o las agencias de seguridad nacionales no están todo lo adaptados que convendría y el marco de referencia está poco elaborado o carece de la suficiente predecibilidad.

En ocasiones se trasciende ese marco bilateral de cooperación en materia de seguridad interior, como cuando las autoridades policiales del espacio mediterráneo recurren a los mecanismos que proporciona Interpol. Es el caso de la asistencia técnica a terceros países, prioritarios en materia antiterrorista, por ejemplo algunos del Magreb, que presta la Unión Europea. Igualmente, de la acción colectiva que los Veinticinco desarrollan tanto en sus relaciones con otras organizaciones internacionales a que pertenecen los países vecinos del este y sur mediterráneo, por ejemplo la Liga Árabe o la Unión Africana, como en programas de ayuda externa a los mismos cuyas cláusulas incentivan el diálogo cultural y el buen gobierno para inhibir procesos de radicalización violenta y reclutamiento terrorista. Esto último, en la medida en que alude sobre todo a la democratización de los Estados vecinos del sur y a la promoción de los valores de la tolerancia, obedece a una interpretación europea sobre las condiciones que pueden favorecer al terrorismo internacional en esos sistemas políticos que no necesariamente comparten sus élites políticas o sus habitantes. De cualquier manera, a fin de acrecentar y mejorar las dimensiones de esta cooperación en materia de seguridad dentro del partenariado euromediterráneo, adquiere una más que notable importancia la eventual aprobación, en la Cumbre de Barcelona, de un Código de Conducta Contraterrorista que muestre determinación e imponga obligaciones. Está en el interés de todos los Gobiernos convocados prevenir y combatir el terrorismo internacional sin dobles estándares que propicien la justificación de otros terrorismos, de una manera que sea proporcionada y no contraproducente, de acuerdo con la legalidad y los convenios de Naciones Unidas, respetando los derechos humanos y las libertades fundamentales, pero también dignificando como es debido a las víctimas de quienes quieren ejercer su dominación por el miedo.

 

 

Fernando Reinares es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos, investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano y asesor del ministro del Interior.