ESTADOS UNIDOS Y EL LIBERALISMO CONSERVADOR

 

 Artículo de Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia, en “ABC” del 05.01.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

 ... Da la impresión de que Europa es un continente cansado, donde la gente prefiere vivir bien y mirar a otro lado. Parece como si un gen desarrollado en aquellas derrotas (y en la del comunismo, en el Este) le hubiera infundido recelo y hasta cobardía. Y parece como si en España («una sociedad blanda», escribí aquí mismo) los posos de la guerra civil, que algunos remueven, pesaran todavía. Estados Unidos ha mantenido su antigua tradición de valor y olvidado su guerra civil...

ESTADOS Unidos es una nación difícil de comprender para los europeos. Estos admiran su poder militar y económico, su Ciencia y Tecnología -pero muchos la tildan de imperialista y opresora, no ven en ella la libertad e igualdad que, desde los padres fundadores, predican los norteamericanos de sí mismos. Y, al tiempo, allí han nacido todos los movimientos antisistema, de los hippies y los beatniks a los sit in juveniles. Y los EE.UU. dominan el mundo con el cine, la música y el show business, se extiende por todas partes su modo de hacer negocios, de vestir, de comer, de tantas cosas más.

Hay un movimiento de atracción hacia ellos, otro de rechazo. Pero los mismos fieles del antiamericanismo imitan a Norteamérica y envían allí a sus hijos.

Creen los americanos que representan la libertad y el futuro, es una cultura optimista. Mientras que fuera se habla de su decadencia, su aislamiento, su tiranía. En realidad, desde siempre, el que tiene el poder es admirado y odiado.

Por supuesto, yo no voy a entrar aquí en esta compleja madeja. Solo quiero quedarme en un aspecto de ella: el del liberalismo conservador. Viene, realmente, de los mismos orígenes: desde los emigrantes del Mayflower, desde la Declaración de Independencia, desde la Constitución de 1787 ¡antes de la revolución francesa!

Las trece colonias, cuando se unieron, se dieron, en efecto, una Constitución basada en los principios de libertad, igualdad y patriotismo. Estaban seguras de sí mismas. Sus fundadores no habían ido a convertir indios y amasar oro, sino a vivir independientes; no tenían a su frente una aristocracia y apenas dependían, en la práctica, de la Corona.

Representaban las colonias y los Estados Unidos que de ellas salieron -e pluribus unum- una nueva sociedad, basada en las ideas de la Ilustración francesa e inglesa y de la democracia inglesa. Estuvo dirigida por hombres cultos (Washington, Jefferson, Madison, Franklin) formados en la historia griega y romana.

La Constitución de 1787 ¡que sigue vigente! dio un modelo que aunaba el estado centralizado con los poderes de los diferentes estados. Así hasta ahora: nunca ha habido esos conflictos que aquí nos atormentan. Nadie exige eso que aquí nos exigen.

Fue una revolución diríamos que «detenida», en la que triunfó el bando moderado. No una revolución desbocada. Esa es la gran diferencia. En Europa, a partir de la Revolución Francesa, todo ha sido una alternancia entre revoluciones y reacciones contra ellas. No en Estados Unidos: la democracia como sistema para dirimir diferencias con ayuda de los votos, pero siguiendo las reglas de la legalidad, ha funcionado en términos generales. No ha habido, salvo mínimos intentos, radicalismos marxistas. Ni siquiera un socialismo democrático.

Todo el mundo conoce a EE.UU. por su espíritu abierto e innovador. Pero no siempre se ha subrayado convenientemente el liberalismo conservador americano. Es una continuación de una línea llegada de Europa, pero de la que Europa se desvió.

Y se mantuvo el patriotismo, hasta extremos que en Europa parecen casi infantiles, así en la exhibición de banderas y eslóganes patrióticos después del 11 de Septiembre. En tanto, en países como España e Italia las banderas, con alguna excepción solemne, se quedan para los partidos de fútbol. En un país con tantos sectores diferentes de población, todos ellos, quitando excepciones, han dado siempre muestras de patriotismo. Han servido a su patria y muerto por ella en todos los rincones del globo. Es como cuando Pericles decía que los antiguos valores tradicionales eran compatibles con la libertad.

Hay un sentido de unidad nacional, bien se vio tras el 11 de Septiembre. Solo la guerra del Vietnam lo hizo peligrar, la situación se salvó después. Ni siquiera los problemas raciales y posiciones populistas de Roosevelt, Kennedy y Johnson fueron obstáculo, ni tampoco la reacción conservadora de los ochenta. Las revoluciones que querrían algunas minorías, no encuentran el eco que necesitarían: domina el centro. Impensables las alianzas «a la española».

Los estadounidenses están orgullosos, con razón, de haber defendido su país y triunfado en las dos guerras mundiales. Y contra el comunismo. Por eso han reaccionado militarmente en varias ocasiones contra sus enemigos: en Vietnam, Afganistán o Irak. Con mayor o menor acierto y éxito. Con todo, han acabado con los talibanes y con Sadam Husein. Han hecho ver al mundo que no pueden ser objeto de burla; y, aunque penosamente, han hecho ganar terreno a la democracia en Afganistán e Irak. Una guerra perdida, la de Vietnam, no los ha hecho, en definitiva, retroceder en el Sureste asiático.

Yo pienso que su ofensiva contra Sadam Husein tenía sustancialmente razón, aunque irracionalmente se obstinaran en el tema de las armas de destrucción masiva. ¡De destrucción masiva era Sadam! Pero si Europa, ya por celos, ya por intereses económicos, no les hubiera abandonado, el problema se habría resuelto por sí solo. Todos tuvieron parte de culpa.

La civilización norteamericana es una civilización que confía en sí misma. Piensa en sus éxitos, en su riqueza, en su libertad. En los valores comunes que conserva. Por ello ha reaccionado tan fuertemente contra el terrorismo, sin escisiones internas. Esto produce envidia. Es mínima, en Estados Unidos (y en Inglaterra) la utilización de las desgracias nacionales con fines partidistas. Por ejemplo, en el momento del desastre de Nueva Orleáns, lo más que se criticó es la imprevisión e ineficiencia de la administración, la ausencia de los funcionarios. La tardanza de Bush en comprender la situación.

Aquí las desgracias comunes son aprovechadas políticamente. Habría que acostumbrarse a la idea de que los grandes accidentes son eso, accidentes, cosas que suceden. Nunca hay preparación contra ellos, cualquier Gobierno falla, tarda en recobrarse.

Pero quizá estas diferencias se explique por la historia. De un lado, porque Estados Unidos ganaron dos guerras mundiales y derrotaron al comunismo; Europa, salvo Inglaterra, las perdió (los demás frente a Alemania, Alemania luego) y si salió con bien de ellas y sacó, luego, provecho de la derrota del comunismo, a EE.UU. hay que agradecérselo (al Papa Wojtyla y a algunos europeos también). Nunca se amilanaron, siempre pusieron la unidad por delante de todo.

En suma, da la impresión de que Europa es un continente cansado, donde la gente prefiere vivir bien y mirar a otro lado. Parece como si un gen desarrollado en aquellas derrotas (y en la del comunismo, en el Este) le hubiera infundido recelo y hasta cobardía. Y parece como si en España («una sociedad blanda», escribí aquí mismo) los posos de la guerra civil, que algunos remueven, pesaran todavía. Estados Unidos ha mantenido su antigua tradición de valor y olvidado su guerra civil.

Objetivamente, sin ellos estaríamos bajo el poder de los sucesores de Hitler o de Stalin. Es la nación que más hace frente al terrorismo. Lo cual trae terribles inconvenientes para todos: pero los terroristas son los terroristas, no Bush, como dice alguien. Es injusto olvidarlo.

Muchos más elementos conservadores podrían añadirse: el florecimiento del asociacionismo, del ahorro, etc. Y el culto al héroe en tantos filmes americanos, de las películas del Oeste en adelante. Aunque caigan en el tópico del presidente que salva al mundo. Mejor que tanta miseria con cuya exhibición se regodean los directores españoles.

Por supuesto, hay mil cosas criticables en Estados Unidos, sus decisiones pueden aprobarse o no. Pero conservan las antiguas virtudes del prestigio del Estado, de la unidad nacional, del patriotismo, el valor y el heroísmo, la moralidad pública, la religión. Y la libertad sin revoluciones, enfrentamientos sociales ni separatismos.

Ya que está de moda exhibir sus defectos, no está de más, de cuando en cuando, mostrar sus virtudes y sus méritos. Siguen un antiguo modelo que funciona.

Sin ellos, Europa no habría resistido ni resistiría en situaciones límite. Debería reconocerse.