EUROPA, FORTALEZA ASEDIADA

 

 Artículo de Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia, en “ABC” del 04.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

... Las cosas van más allá del terrorismo. Los inmigrantes se organizan en grupos propios. Y no se trata sólo de los musulmanes. El África negra se desborda sobre Canarias, como antes todos sobre Melilla. Una verdadera invasión...

 

 

E infiltrada. Mal asunto. Me recuerda a la Roma del final del Imperio. Pueblos bárbaros la atacaban desde el Norte, el Este, el Sur. Arrasaban provincias, a veces eran asentados con pretextos legales. Dentro, Roma era un hervidero de orientales que el imperio trataba de apaciguar, aceptando sus cultos y lenguas, ofreciendo pan y circo (algo así como servicios sociales y televisión). Al final, el imperio fue destruido desde dentro y desde fuera.

La antigua Roma, la verdad, tenía ya poco espíritu de defensa. Menos mal que, una vez caída, algunos pueblos, como los francos y los visigodos, acabaron por crear reinos cristianos de lengua latina, otros crearon reinos igualmente cristianos pero germánicos, eslavos, celtas...

La Europa de hoy se asemeja extrañamente al imperio romano decadente, apenas asimila a nadie. Ha perdido el orgullo de sus valores, de su cultura.

Ya ven lo que ha hecho la Unión Europea. Favores a Arafat, que no hacía ni una concesión mínima, que habría traído la paz. ¡Y era el premio Nobel de la tan nombrada y poco practicada Paz! Hacía el doble juego con Occidente y los terroristas. Ahora Hamás y Hizbolá han provocado una nueva guerra, Israel se defiende como puede, con el valor de la desesperación. Israel y los americanos y los estados árabes que diríamos razonables son hoy los que defienden a Europa y a su modelo de cultura. Ella hace bien poco.

Habría que dejar, de una vez, las cosas claras, frente a esa perversión mediática que padecemos. Fueron los terroristas los que empezaron todo esto, secuestrando aviones y asesinando deportistas israelíes desde los setenta. Han quitado la alegría a nuestros viajes, los empezamos haciendo siniestras colas ante una máquina, quitándonos los cinturones, a veces los zapatos, quién sabe qué más adelante. E Israel cedió en el Sinaí, en el Líbano, en Gaza, ofreció un acuerdo en Camp David. Para nada.

Porque todos merecen respeto, los musulmanes que quieren vivir y progresar y también nuestra cultura. Tienen cierta razón muchos musulmanes cuando la tratan de decadente y débil. Pero tampoco es de recibo que absorban su tecnología, vivan del pan de Europa, y luego organicen ese acoso desde dentro y, por supuesto, desde fuera.

Ya sé que son las minorías las que fabrican los horrores, pero eso no es consuelo. Siempre ha sido así. Ahora Occidente da alas a los fanáticos, a todos, con su debilidad. Y el mundo musulmán, que iba avanzando, se podía pasear libremente por sus calles, tomar una cerveza, vestir las mujeres con una cierta libertad, ha dado, ahora, pasos atrás. Y ellos y los demás entran donde literalmente no caben. Como en Canarias. ¿Qué hace la Unión Europea? Yo diría que nada.

Mientras la religión musulmana, respetable sin duda, no experimente una apertura, es decir, se convierta en algo meramente interno y no social y coercitivo, dudo que la idea democrática y la idea liberal calen allí, salvo en pequeñas minorías. Tampoco en los pueblos animistas de África.

La gente arropa a los vencedores: crece la Hermandad Musulmana, Sadam Husein encuentra todavía partidarios ¿Y qué me cuentan del Irán, por no insistir en Hamás y Hizbolá? Crece el Fundamentalismo, los gobiernos se defienden malamente. Y aquí, ni decisiones ni firmeza, que permiten luego negociar.

Porque las cosas van más allá del terrorismo. Los inmigrantes se organizan en grupos propios. Y no se trata sólo de los musulmanes. El África negra se desborda sobre Canarias, como antes todos sobre Melilla. Una verdadera invasión. Los árabes y bereberes de Muza eran una cosa mínima al lado de lo de ahora.

¿Y qué se hace? Diríamos que nada. ¿Es que Europa, y España, no quieren defenderse? A este paso, se van a disolver, como la antigua Roma, entre gentes extrañas.

Miran hacia otro lado. Para prohibir Francia el velo, tuvo que añadir la prohibición de los símbolos cristianos. ¡Qué vergüenza! Mientras el Cristianismo, en los países musulmanes, tiene que esconderse, aquí crecen como hongos las mezquitas, los imanes, el Estado fomenta la enseñanza del islamismo. En Almería hay una calle de Almanzor. ¿Dónde hay en el mundo musulmán una calle del Cid, a quien, por cierto, historiadores nuestros tratan frívolamente?

Estamos asistiendo a un desestimiento, a una invasión tolerada, a una falta de sentido del Estado y de la cultura propia. Ya se vio cuando Europa dejó a América prácticamente sola frente a los terroristas. Por celos miserables, contratos comerciales, expectativas electorales. Ceguera.

Y algunos de los llamados intelectuales difunden los mitos sobre Al Andalus tolerante y culto, la Cristiandad sucia e ignorante. Todo falso, pura ignorancia.

Dos momentos ha habido en que el Islam, o una parte notable de él, acogió a Occidente y su cultura, parecía irse hacia una síntesis. El primero fue cuando en los siglos IX y X, en Bagdad, califas ilustres hacían traducir a los griegos: su Ciencia, su Literatura sapiencial y sus enseñanzas a los príncipes. Se creaban sobre esto, en ciertos grupos ilustrados, una Ciencia y un pensamiento musulmanes.

Una parte de ello llegó a Córdoba, de allí a Toledo, a Castilla, a Europa. Había los que intentaban unir el Corán con Platón o Aristóteles, como Santo Tomás unía a este con el Evangelio. Poco duró, ya desde el siglo XI los fanáticos venidos del desierto acabaron con ello. Averroes, a quien Rafael pintó entre los sabios en torno a Platón, fue residenciado en Lucena.

El otro momento fue desde el siglo XIX, el XX sobre todo. Toda una clase occidentalizada surgió. Luego, desde la década de los ochenta, la intolerancia. Y ahora... Y al Islam se añaden los demás.

¿Quién tiene la culpa? Por supuesto que los fanáticos. Han dado alas a toda la reacción antioccidental. Y a la inmigración incontrolada, anárquica. Pero también hay culpa en la debilidad de Europa y sus gobiernos, de su sociedad que es, en buena parte, consumista y relajada. No quiere enterarse. Con frases hueras sobre la Alianza de Civilizaciones no se arregla esto. Antes hay que exigir el respeto. Luego, puede llegarse a acuerdos.

Cuando pueblos de nivel económico y cultural bajo entraban en Roma, acababan por asimilarse. Igual los mongoles cuando bajaron a China, los chichimecas y aztecas cuando bajaron a México. Los musulmanes que cayeron sobre las mejores provincias de Roma -Egipto, Siria, Palestina, Hispania, Sicilia- no lo hicieron. Pero, al menos, Europa tenía capacidad de resistencia y hasta de devolver el golpe: la Reconquista y las Cruzadas, que no hacían otra cosa que recuperar las tierras perdidas y, en ellas, el sepulcro de Cristo.

Europa, España, necesitarían cobrar conciencia de lo que han sido, necesitarían un valor que, parece, no tienen ya. Reniegan de su historia, de su ser. Con firmeza, sin agresión, exigiendo respeto, se consiguen cosas. Pero cuando a las masas de bajo nivel se les permite llegar sin más a un lugar de leyes flojas y además incumplidas, sacan las consecuencias. Es lo que está sucediendo.

Aprenden de Europa lo peor: la supuesta libertad de las manifestaciones violentas, del lenguaje ofensivo, la quema de coches y banderas. O el imperio del hecho consumado: aquí estamos, a ver qué hacen ustedes, aprovechamos sus agujeros legales.

Y vienen revueltas o invasiones del peor estilo europeo. Los que las organizan han visto a Europa retroceder tantas veces, que saben que pueden hacer lo que quieran. Pueden arrasar barrios o quemar coches. Y lanzar el terrorismo, también contra Israel y contra los americanos. Contra todo lo que huela a occidental.

Saben que los gobiernos africanos más o menos democráticos, moderados, son fáciles de desbordar. Que tienen miedo. Y que lo tienen los nuestros, los de Europa. Esta es la fortaleza asediada de que hablo.