MÁS ALLÁ DE LA VICTORIA

 Artículo de EUSEBIO VAL  en “La Vanguardia” del  13/12/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Los análisis más reposados sobre la reelección de George W. Bush coinciden en que no se trató de una simple victoria coyuntural sino que debe interpretarse como un acontecimiento revelador de una cierta realidad sociopolítica, con un impacto que puede prolongarse mucho más allá de los cuatro años de mandato presidencial. Es verdad que, con sólo un tres por ciento de distancia en votos entre Bush y Kerry, Estados Unidos sigue mostrándose un país dividido y ácidamente polarizado. Pero los comicios pusieron de relieve que existe una tendencia social de fondo conservadora y favorable a los republicanos. Éstos controlan la Casa Blanca y han agrandado la mayoría en el Senado y la Cámara de Representantes. Además, el presidente tendrá la oportunidad de nombrar, casi con toda seguridad, a varios jueces para renovar el envejecido Tribunal Supremo. Esta circunstancia le otorga una notable influencia en el rumbo social del país.

Tras su fenomenal esfuerzo organizativo y económico, y después de contar con el respaldo explícito de medios de gran difusión, la derrota dejó perplejos y desorientados a los demócratas y a sus bases, sin que se atisbe un líder sólido en el horizonte. Al partido de F.D. Roosevelt y J.F. Kennedy le cuesta conectar con las nuevas clases medias suburbanas y sigue sin convencer al norteamericano rural y a los blancos del sur. El mapa ‘rojo’ (el color de los republicanos) es expansivo, a caballo del crecimiento demográfico, mientras los estados ‘azules’ (el color de los demócratas) quedan constreñidos al noreste, parte de la región de los Grandes Lagos y la costa del Pacífico. Con esta distribución geográfica y sociológica, más un sistema electoral que les perjudica, va a ser muy complicado para los demócratas recuperar la condición de primer partido. Algunos analistas hablan de las elecciones del 2004 como un ‘realineamiento’ de dimensión histórica, un desplazamiento del apoyo popular a favor de las posiciones republicanas, como parte de un proceso que ya habría empezado con Ronald Reagan y que sólo se vio interrumpido por la ‘anomalía’ de los ocho años de Bill Clinton. Hay quien teme que el bipartidismo esté amenazado por una hegemonía republicana demasiado duradera.

Sería simplista atribuir el triunfo de Bush a un par de factores. Resulta obvio que, como consecuencia del 11-S, la seguridad nacional ha tenido un peso determinante. Una mayoría de norteamericanos, incluso entre los críticos con la intervención de Iraq, quiere un líder fuerte y piensa que Estados Unidos, como única superpotencia, necesita utilizar la fuerza para evitar un mundo anárquico que esté a merced del terrorismo o de dictaduras con arsenales de destrucción masiva. Contemplan la postura pacifista europea con escepticismo, cuando no desdén, pues consideran que es un signo de debilidad y conformismo.

En el tema de los valores, existe un repliegue conservador de largo recorrido. Lo demuestran los once referéndos –todos victoriosos- contra las bodas entre homosexuales, el auge de la abstinencia sexual entre los adolescentes y otras realidades, algunas anecdóticas, como el escándalo que se armó en la última Superbowl al enseñar Janet Jackson su pecho desnudo. Es una tendencia con contradicciones y no exenta de hipocresía. Pero hay que constatar que un sector importante de la ‘América media’, religiosa y patriótica, ha dicho basta al relativismo moral y a los modelos de conducta permisivos que proyectan Hollywood y el ‘show business’. Uno de los datos más halagüeños para los republicanos ha sido el aumento de votos entre la comunidad hispana, la principal minoría étnica y la de mayor crecimiento. A ello no es ajeno el discurso de Bush sobre el ‘sueño americano’, su insistencia en fomentar una ‘sociedad de propietarios’ y una política de nombramientos que corteja a los latinos.

Los cambios anunciados para el segundo mandato hacen prever un equipo aún más disciplinado, cohesionado y fiel al presidente. De forma callada, los neoconservadores se asientan aún más en el poder. Todos los cerebros de la guerra de Iraq mantienen hasta ahora sus posiciones, pese a los errores y escándalos aflorados.

Durante los próximos cuatro años puede esperarse que la Administración persiga de forma agresiva sus objetivos en el campo doméstico. Entre las prioridades económicas destacan la reforma semiprivatizadora de la Seguridad Social –el sistema público de pensiones-, remachar los recortes tributarios, limitar las indemnizaciones en los juicios por errores médicos y una ley energética generosa con la industria y poco escrupulosa en la defensa medioambiental. En el terreno social, es previsible una mayor hostilidad hacia el aborto y hacia los matrimonios gays.

La política exterior estará marcada por la evolución en Iraq. Tras la dura experiencia en Mesopotamia, el furor neoconservador por democratizar Oriente Medio ha quedado aplacado. Los objetivos se mantienen, aunque los medios pueden ser menos contundentes. Una gran oportunidad se presenta en el contencioso palestino-israelí, en cuya solución Bush ha prometido implicarse a fondo. La nuclearización de Irán representa una pesadilla, pero todo indica que Washington apuesta por la presión política porque la alternativa militar sería impracticable o conllevaría riesgos inasumibles. Lo mismo sucede con Corea del Norte. Sin embargo, el planteamiento cambiaría de manera radical si EE.UU. volviera a ser víctima de otro macroatentado terrorista. En esa eventualidad, que ojalá nunca se materialice, Washington podría estar tentado a responder de una manera desproporcionada.