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 Artículo de Horacio Vázquez-Rial en “ABC” del 28.01.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.



Fue un pensador clásico de las izquierdas, el polaco Adam Schaff, quien escribió hace ya más de diez años, en un reconocimiento insólito de un pasado en el que él había desarrollado un discurso populista y prosoviético, que los líderes fascistas europeos habían gozado «del respaldo al menos de parte de la clase obrera la verdad es que en su mayoría la gente apoyó la dictadura y se alineó con el fascismo». Los liberales lo habían comprobado en sus carnes mucho antes, pero la cita viene al caso porque prueba que a estas alturas de la historia todos somos conscientes de que las masas tienden a la fascinación por determinados extremos y de que la propaganda bien administrada, sobre todo si se la baña en sangre, tiene efectos casi mágicos sobre ellas.

El electorado palestino no podía ser la excepción. Hamás ha ganado por mayoría absoluta y posee más de la mitad de los escaños en el Parlamento. Abu Mazen ha recibido la dimisión en pleno del gobierno de la Autoridad Nacional Palestina y es probable que se vea obligado a desaparecer de la escena política. Huelga repetir aquí que Hamás es una organización terrorista: los informativos de distintas cadenas de televisión han insistido en ello hasta el hartazgo, subrayando siempre un matiz: es terrorista «a juicio de los Estados Unidos, Israel y la Unión Europea». ¿Cabía esperar otra cosa? Ni Rusia, con un serio problema de terrorismo islámico en su propio territorio, ni la India, con una enorme población musulmana y varias organizaciones radicales de esa tendencia actuando en el país, ni China, que no es ajena a la cuestión, por problemas internos y por su relación buenista con Irán, iban a pronunciarse en ese sentido: no tienen ningún interés específico en la supervivencia del Estado de Israel.

La definición metodológica de Hamás, con ser importante, no es, sin embargo, la cuestión clave en este proceso, que redefine el papel de Palestina en el mundo y obliga, una vez más, a plantear el problema del modelo de Estado, algo siempre postergado por la OLP, Al Fatah, Arafat y Mahmud Abbas. La causa de esa eterna postergación parece evidente: no podían vender a Occidente la república islámica y no podían vender en el interior, ni en los países árabes, el Estado laico. El que hubiese o no hubiese elecciones, para poder hablar de democracia, era algo absolutamente secundario, y los resultados de la votación que tenemos a la vista revela que sigue siéndolo. El triunfo ha sido del islamismo integrista, del difunto jeque Yasín, y, si bien a las actividades de Hamás han venido contribuyendo tanto Siria como Irán, será Ahmadineyad quien se lleve el gato político al agua.

Porque, y esto sí es clave, Hamás se opone tanto como el presidente iraní a la existencia misma del Estado de Israel, y ocupará el gobierno para romper con la Hoja de Ruta y dedicar sus mejores esfuerzos a la destrucción -el término es el que ellos usan- de su vecino. A borrarlo del mapa. El proyecto no es nuevo: en 1947, ante el decreto de partición, la Liga Árabe, conformada por cinco Estados árabes vecinos -entonces no se hablaba de palestinos- decidió que lo más conveniente era «arrojar a los judíos al mar» y optó por una declaración de guerra el día mismo de la creación del Estado de Israel. Si un éxito político consiguió Israel fue que el propio Arafat, propulsor durante mucho tiempo de la solución final marítima, se sentara a negociar con los israelíes. Ahora eso se termina: va a gobernar el partido de los terroristas suicidas, las celebraciones postelectorales incluyen ráfagas de ametralladoras incontroladas al aire y tienen el aire de siniestra alegría popular que se evidenció en los días inmediatos al 11-S.

Los dirigentes de Hamás pueden ser muchas cosas, pero no tontos. Saben como el que más que la fundación de un Estado palestino depende de la existencia de Israel, y que Palestina no es, para los que financiaron y financian a las organizaciones que la hacen ingobernable, una entidad sociopolítica nacional sino, a lo sumo, el foco de un conflicto que pretenden permanente en tanto no desaparezca Israel y, de ser posible, los Estados Unidos. No es improbable que, como radicales islámicos, carezcan del menor interés en consolidar un Estado. Si le preocupara esa cuestión, se verían obligados a gobernar, reemplazando a la actual Policía de la ANP por sus propios hombres, haciéndose cargo de la quiebra económica y fijando una posición inmediata sobre la Hoja de Ruta, al margen de su proyecto final de aniquilación de Israel. Es decir, haciendo política, cosa bastante más difícil que el envío regular de hombres bomba al otro lado de la frontera. Y no está claro que sea ése el camino que vayan a elegir.

Mushir al Masri, uno de los miembros de la lista de Hamás, ha afirmado que «las negociaciones con Israel no están en nuestra agenda», así como tampoco «reconocer a Israel», algo que parecía ya hecho. Y redondeó su exposición, según informa ABC, diciendo que «esta victoria demuestra que el camino de Hamás es el adecuado»: el camino de la violencia.

Ehud Olmert, un hombre enfrentado a circunstancias excepcionales y que, por tanto, puede pasar a la historia como gran estadista o como culpable de un desastre, no puede pronunciarse hasta que lo haga Hamás, en términos oficiales y desde el poder. La presencia del ausente Sharón como sombra vigilante sobre todos sus actos viene a complicarle la situación. No tendría sentido entregar Cisjordania a quien únicamente la va a aceptar como adelanto del botín territorial total, y obtener compromisos en ese sentido del nuevo gobierno palestino no será cosa sencilla, si es que se logra. Pero la retirada de Cisjordania forma parte de los compromisos internacionales de Israel y le será igualmente difícil romper la Hoja de Ruta unilateralmente. De todos modos, si lo dicho por Al Masri, que no es dirigente principal de su organización, es asumido por su partido desde el gobierno, pocas posibilidades le quedan a la paz, a la Hoja de Ruta o a cualquier otra de las estrategias y de las tácticas que fundamentaron la política israelí en la última década con más o menos variaciones. No es lo mismo negociar reclamos puntuales en pie de igualdad que defenderse del exterminio. Y el exterminio de Israel parece ser el eje del programa de Hamás.

La victoria de Hamás resulta aún más inquietante porque tiene lugar en un contexto internacional particularmente hostil para Israel, con la presencia americana en Irak cuestionada -aunque imprescindible-, con un Irán convulsionado pero que da un apoyo muy mayoritario a los planes nucleares de su presidente y secunda con entusiasmo sus tiradas judeófobas, con una Unión Europea cuya política en la región no acaba de definirse y con unos populismos en ascenso en Hispanoamérica que, en nombre del antiimperialismo y sentados sobre muchos millones de litros de petróleo, han venido reforzando sus lazos con la Liga Árabe. La amenaza iraní está siendo subestimada del mismo modo en que se subestimó en su día la amenaza hitleriana, con el agravante de que los nazis no poseían ingenios atómicos. Y que nadie se llame a engaño: Israel es sólo el primer capítulo, el más breve. Después, el objetivo es Occidente.