ARAFAT NO ES EL EJEMPLO

 

 José Antonio VERA en “La Razón” del 13/11/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 


Ahora que Arafat está muerto, lo primero que hay que decir es que la causa del pueblo palestino es una causa justa. Piden tierra, libertad y un Estado propio, y que cese la ocupación de sus barrios y haciendas y la persecución de sus costumbres. Tenía razón Arafat. El problema es que la perdía cuando se empeñaba en la vía de la violencia, justificando que una niña de 15 años se hiciera saltar en pedazos en un autobús en Tel Aviv, lavándose las manos ante las tropelías de Hamas y la Yihad, no ejerciendo su autoridad para parar el rosario de muertes y asesinatos cometidos en su pueblo, manteniendo posiciones de intransigencia en las conversaciones de paz, tomando decisiones arbitrarias como cuando se empeñó en enviar al patíbulo a los que no comulgaban con su causa y cuando aprovechó su poder para entregarse a la corrupción de forma autoritaria. Arafat era ya un político sin crédito en la comunidad internacional. Un líder cuestionado por los suyos, que se permitió vulnerar los derechos humanos con el fusilamiento de presuntos confidentes a los que juzgó, sentenció y ajustició en procesos sumarísimos sin garantías de ningún tipo.
   Ahora que ha muerto podemos caer en la nostalgia y en el elogio de su figura, haciendo que pase a la historia como un mártir. Pero eso no sería justo, porque el rais llevaba más de treinta años viviendo de la violencia, atizando el terrorismo, vistiendo el mismo uniforme militar, portando la misma pistola, amenazando a Israel con destruirlo. ¿O es que no nos acordamos? Arafat pudo hacer mucho más de lo que hizo por la paz. Es verdad que Sharon es una mala bestia que en nada ha ayudado a esa paz, pues todo lo ha querido resolver a cañonazos, con tanques y misiles. Es verdad que Israel se ha saltado a la torera todas las resoluciones de la ONU que le instan a abandonar los territorios ocupados. Es verdad que el fundamentalismo hebreo ha sido intransigente con quienes tienen todo el derecho del mundo a un territorio y a un Estado, como ha reiterado recientemente Bush. Es verdad, en fin, que los sucesivos gobiernos de Israel tienen gran parte de la culpa en este conflicto sin solución. A Israel y a Sharon también los tendrá que juzgar la historia, y ese juicio no podrá ser benevolente, desde luego. Pero ahora le ha tocado el turno a Arafat, al que algunos nos lo están presentando como un héroe, cuando en realidad ha sido un déspota que ha sacrificado a miles de los suyos. Nos han presentado a Arafat como un ejemplo y nos recuerdan que fue nobel de la paz, aunque se olvidan de que ya entonces más de medio mundo tuvo que taparse los ojos para no acordarse de que fue él quien fundó Al-Fatah y quien bajo el sobrenombre de Abu Amar estaba detrás de Septiembre Negro, la organización que fue responsable de una larga cadena de acciones terroristas, secuestros aéreos, asaltos a embajadas y atentados de todo tipo en numerosos países. No, Arafat no puede ser ejemplo para nadie. Podía haberlo sido si hubiera optado por la vía política y la resistencia pacífica para defender una causa tan justa como la suya. Pero no lo hizo.
   El último Arafat, además, ha sido una caricatura. Relataba un trabajador palestino lo duro que fue ver cómo aquellos que dijeron que iban a liberarlos se llenaban los bolsillos, se construían mansiones, se compraban coches de lujo y gozaban de privilegios en sus relaciones con los israelíes. Como presidente de la ANP, fue un tirano. Encarceló a los intelectuales que firmaban manifiestos en su contra. Organizó manifestaciones oficiales de apoyo a su persona. Fusiló a los que consideró delatores. Se rodeó de fanáticos a los que se acusó de corrupción y mala gestión de las ayudas económicas recibidas de la UE. Amnistía Internacional denunció que en el año dos mil las cárceles palestinas retenían a no menos de 600 presos políticos y que los opositores eran sometidos a detenciones arbitrarias y malos tratos. Eso sin olvidar que el mismo Arafat alentaba la Intifada. ¿Qué hizo Arafat para evitarla? Nada. Lo peor de todo fue su postura en las conversaciones con Barak, al poner como precio para la paz que Jerusalén fuera la capital de Palestina. Subordinó el bienestar de su pueblo a su ambición política. Es muy fácil decir que el culpable de todo es Sharon, que en verdad tiene mucha culpa. Pero es muy fuerte oír a los que quieren hacernos creer que Arafat era un mártir. Más que hacer de él un héroe, deberíamos condenar al Arafat terco que alentó el terrorismo, que sacrificó a su gente, que fue acusado de corrupción y de amasar una fortuna millonaria, que se aferró al poder hasta el último minuto sin tener la visión de colocar al frente de Palestina a nuevas caras, a nueva gente con nueva sabia y nuevas ideas para arreglar lo que él ha sido incapaz de solventar. Desde este punto de vista, Arafat ha fracasado.