EL INTERÉS DE FRANCIA
Artículo de José Antonio VERA en “La Razón” del 20/11/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Los franceses van siempre de elegantes, pero a veces se pasan de listos. En la
guerra de Iraq quisieron aparecer como los buenos de la película, pero lo que no
se sabe bien es que nuestros vecinos vienen cometiendo tropelías militares desde
hace décadas en África, en defensa de los restos del imperio. Y es que desde que
Pompidou intervino en el Chad en 1968, todos los presidentes de la República han
tenido su guerrita en el continente negro: Giscard en Katanga, Miterrand en
Ruanda y Chirac en Comores, Centroáfrica, Congo y, ahora, Costa de Marfil. Van
de finos y de limpios y de guapos, pero en Ruanda apoyaron al grupo guerrillero
que perpetró uno de los genocidios más espantosos de las últimas décadas. Y casi
nadie se enteró. No hubo manifestaciones ni pancartas ni debates ni
declaraciones de condena. A los franceses les están saliendo gratis sus peleas.
Dieron la independencia a sus colonias, pero decidieron quedarse militarmente en
ellas. Aunque actúan casi siempre bajo el paraguas de la ONU, lo que hacen en
realidad es preservar sus intereses estratégicos, económicos y comerciales. En
la guerra de Argelia, por ejemplo, 24.000 franceses cayeron en un conflicto que
olía a gas y petróleo. Allí donde hay petróleo en África suelen aparecer presto
los franceses. Por ejemplo, en Guinea Ecuatorial, desplazando a España como
potencia colonial y apoyando a un dictador al que se atribuyen no pocas
corrupciones. En Guinea hay petróleo, como puede haberlo en Marruecos, y por eso
están allí de aliados de Mohamed VI haciendo prospecciones. No es que el
conflicto en Costa de Marfil sea debido sólo al petróleo, pero también es cierto
que hay crudo en este país. Los yacimientos se encontraron en la costa de la ex
colonia en 1977 y su explotación empezó en 1980, alcanzando 4,38 millones de
barriles anuales en 2001. Está claro que la gran riqueza de Costa de Marfil son
sus materias primas, porque además de crudo tiene mucho cacao y produce oro y
alrededor de 600.000 quilates métricos de diamantes cada año. El Gobierno de la
«Suiza africana» mantiene un conflicto con la guerrilla rebelde, y Francia viene
mediando en ese problema con un despliegue militar en defensa de los miles de
ciudadanos franceses que allí viven. Pero es que esa presencia les vale para
penetrar en éste y otros países del continente. Explotan recursos, hacen
negocios, extraen productos y venden armas. En algún momento han salido a la luz
casos de pagos de millonarias comisiones. En otros se suponen. ¿Qué hacen los
franceses en estos países? Defender sus intereses, insisto. Como ocurrió en
Iraq. Pese a que la diplomacia gala nos vendió que ellos eran la reserva
espiritual de occidente, frente al demonio guerrero de Bush-dos, lo cierto es
que las relaciones con Sadam se remontaban a la década de los 70, cuando Giscard
se comprometió a no participar en un boicot petrolero a Iraq, que les premió
comprándoles 40 cazas Mirage F-1 y 60 helicópteros Gazelle. Sadam ya despreciaba
entonces los derechos humanos, pero eso importó poco en el Eliseo, que hizo
gestos conciliatorios tras la nacionalización de la industria petrolera por el
régimen baazista, y se benefició de nuevas operaciones de venta de helicópteros
de ataque Alouette, equipos electrónicos y misiles tierra-aire Crotale I. Esos
acuerdos fueron respetados por Mitterrand, poco antes de que Sadam invadiera
Irán. Les dieron un préstamo para poder comprar aviones Super Etendard,
equipados con misiles de infrarrojos y sistemas de teledirección, que luego se
utilizaron contra barcos en el Golfo. Mitterrand no se cortó un pelo en sus
cortesías al tirano, hasta el punto de que con motivo de la invasión de Kuwait,
llegó a incomodar sobremanera a Washington cuando declaró en la ONU que
reconocía la legitimidad de algunas reclamaciones de Iraq en Kuwait, gesto que
fue premiado con la liberación de 300 franceses retenidos desde el comienzo de
la invasión. Aunque el que llegó a entablar gran amistad con Sadam fue Chirac,
en su época de primer ministro. No sólo porque facilitó un acuerdo entre el
Instituto Merieux y el Consejo Revolucionario iraquí para la producción de
vacunas, que permitió a Bagdad montar su propio laboratorio bacteriológico, sino
porque, como ha documentado Con Couglin, le llegó a abrir la puerta de la
tecnología nuclear francesa, mediante un convenio para la venta de un reactor
«para aplicaciones pacíficas» a cambio de concesiones petroleras, ventas de
coches, una nueva generación de Mirage, contratos para plantas petroquímicas y
desalinizadoras, un aeropuerto y un metro para Bagdad. A Chirac le llegaron a
llamar «señor Iraq», y al reactor nuclear que quiso venderle a Sadam lo bautizó
la prensa francesa como «O’Chirac», en sintonía con Osirak, nombre que los
iraquíes quisieron poner a su juguete nuclear. El problema es que este pacto
levantó todo tipo de protestas, por lo que hubo de ser reconducido hacia la
producción de un combustible «limpio», inútil para la producción de armas, lo
que a la postre abortó el programa. Pero la historia está ahí. Para que nadie se
llame a engaño con Francia.