LA REFORMA DE LA ONU

 

 Artículo de Aleix VIDAL-QUADRAS en  “La Razón” del 25/03/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

  

En un mundo globalizado donde los grandes problemas requieren tratamientos de dimensión planetaria, existe un acuerdo generalizado sobre la falta de adecuación de la estructura, los medios y la capacidad

de actuación de las Naciones Unidas a la magnitud de las cuestiones que debe afrontar. No hay  espectáculo más desolador que contemplar la inanidad y la impotencia de la que es la organización internacional por excelencia ante las dictaduras brutales, los genocidios incontrolados, las guerras absurdas y la escalada armamentista de tiranos psicópatas que proliferan por todas partes. Ni los procedimientos de toma de decisión, ni el presupuesto, ni la fuerza jurídica, ni la disponibilidad

de instrumentos coactivos, son los necesarios, con lo que el descrédito de la Secretaría General y el escepticismo sobre su eficacia no han dejado de crecer en los últimos años.

Por eso hay que dar la bienvenida al proyecto de reforma presentado por Kofi Annan, que intenta fortalecer y mejorar a la que debería ser la principal referencia supranacional a la hora de definir y articular el nuevo orden mundial tras la caída del Muro de Berlín y el fin del sistema bipolar.

Las Naciones Unidas de hoy no pueden responder al esquema surgido de la Segunda Gran Guerra y que, como es lógico, fue establecido por los vencedores de la época. Carece por completo de sentido que en el Consejo de Seguridad se siente con carácter permanente Francia y no lo haga Alemania o que disponga

de sillón fijo con derecho a veto China y no India. Tampoco responden a la realidad presente unas Naciones Unidas concebidas para conducir el proceso descolonizador y mantener el equilibrio entre dos polos ideológicos, militares y económicos, cuando las dificultades más acuciantes derivan en nuestros días del terrorismo fundamentalista difuso y de la urgencia de romper el círculo perverso  pobrezacorrupción-totalitarismo que aprisiona a tantos países en vías -muchas veces muertas- de

desarrollo.

El conjunto de novedades que se apuntan, como la creación de un Consejo de Derechos Humanos, la ampliación del Consejo de Seguridad, el establecimiento de un Fondo para la democracia o la asignación de mayores poderes a la Agencia Internacional de Energía Atómica, van en la buena dirección, pero no son lo suficientemente ambiciosas. Mientras no se introduzcan mecanismos verdaderamente operativos

para corregir situaciones escandalosas como las que se producen en Cuba, Corea del Norte, Irán, Myanmar o Zimbabwe, que vayan más allá de las meras condenas retóricas o la imposición de sanciones de dudoso cumplimiento, el gigantesco edificio de Nueva York seguirá siendo el símbolo del fracaso de la comunidad internacional para ser coherente con los principios que teóricamente defiende. Ninguna

reforma, por profunda que sea, puede solventar contradicciones internas que minan la base misma de la Carta fundacional.