LAS DOS IZQUIERDAS ACTUALES
Artículo de Michel Wieviorka en “La Vanguardia” del 01.05.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
¿Marcha la izquierda viento en
popa en todo el mundo? En cualquier caso así es en Latinoamérica, con Hugo
Chávez en Venezuela, Lula da Silva en Brasil, Michelle Bachelet en Chile, Evo
Morales en Bolivia, Néstor Kirchner en Argentina, Tabaré Vázquez en Uruguay,
Óscar Arias en Costa Rica, René Préval en Haití, Martín Torrijos en Panamá y
otros acaso mañana en México, Perú, Ecuador o Nicaragua. En Europa, tras su
victoria en España (2004) -aunque también la derrota de la socialdemocracia en
Alemania (2005)-, acaba de ganar las elecciones (por margen muy ajustado, desde
luego) en Italia, y hace muy pocos días ha repetido victoria en Hungría. Y en
Francia, el retroceso del Gobierno, forzado a anular la ley de contrato de
primer empleo (CPE), acaba de revigorizarla: en apenas un año podría subir de
nuevo a la palestra.
Ahora bien, la pregunta puede plantearse en estos términos: ¿qué es hoy la
izquierda?, ¿cuál es la idea actual de la izquierda? La izquierda se ha
articulado durante mucho tiempo en torno a dos polos principales, a menudo
opuestos y contrarios, aunque susceptibles de trenzar alianzas. El primero de
ellos, socialista y reformista, consideraba posible y deseable acceder al poder
por vías democráticas, introduciendo cambios pactados, reformas y, en suma, los
diversos ingredientes del Estado providencia. El segundo, comunista y
revolucionario, se proponía igualmente alcanzar el poder, pero a través de la
ruptura -en ocasiones violenta- con vistas a imponer el cambio a una sociedad
sumisa o lo suficientemente sometida como para abrirle las puertas. Ambas apelan
al movimiento obrero, cuyas exigencias sociales y aspiraciones a orientar la
vida colectiva pretendían canalizar. Ambas se autodefinían preferentemente en el
marco de un Estado, una nación o un Estado nación y si, llegado el caso, se
planteaba el debate sobre la paz o la guerra, la colonización o la
independencia, se definían ante todo por su voluntad y capacidad para
transformar la sociedad desde dentro.
Ya no nos hallamos en este punto. No se trata tampoco de que sea menester
hacerse a la idea de una fragmentación de la idea de la izquierda, pulverizada
en variantes sin cuento (comunistas y socialistas, desde luego, pero también
izquierdistas, ecologistas: de hecho, la diversidad siempre ha estado presente
de forma notable en el seno de la izquierda), sino de que dos nuevos polos han
venido a reemplazar en gran parte a los anteriores, que no obstante no han
desaparecido totalmente.
Cabe calificar el primero de estos dos nuevos polos como social-liberal. Habla
sobre todo de modernización, de apertura al mundo y a la economía de mercado,
una economía tan global como sea posible y con las máximas dosis
correspondientes de ortodoxia presupuestaria. Se halla siempre dispuesto a
acoger inversiones extranjeras, así como reformas destinadas a desembarazar a la
sociedad del inmovilismo o de las trabas que representaría la existencia de un
Estado excesivamente presente u omnipresente, desfasado respecto de las actuales
corrientes económicas. Posee unas miras culturales tan abiertas al cambio y la
innovación -tal vez incluso más- como a la reproducción o salvaguarda de lo
existente.
En cuanto al segundo polo, podría calificarse de social-social. Habla, sobre
todo, de protección, de solidaridad, de resistencia ante las fuerzas
devastadoras de la economía mundial. Le interesa preservar la capacidad del
Estado a la hora de hacer frente a los desafíos procedentes del exterior, factor
que suele conferirle aspectos soberanistas, incluso nacionalistas, perceptibles
sobre todo en Latinoamérica.
Ninguno de ambos polos, a diferencia de la época triunfante del movimiento
obrero, representa un grupo social delimitado con nitidez, aunque ciertos
dirigentes importantes proceden efectivamente del sindicalismo obrero (caso de
Lula) o campesino (Morales, líder de los cocaleros bolivianos). En todo caso
cabe advertir que el polo social-social se apoya en los asalariados de los
sectores más protegidos, grandes empresas, función pública o similar, sector
docente. Y cada uno de los dos polos se ve conminado en lo sucesivo y en la
práctica a tomar partido con relación a exigencias ya no exclusiva ni
principalmente sociales, sino también culturales y religiosas.
Por otra parte, si ambos polos se han definido tradicionalmente según su
voluntad o aspiración a alcanzar el poder del Estado, uno y otro se definen en
lo sucesivo según los desafíos externos representados por la globalización
económica. El panorama actual ya no se caracteriza por la existencia de
problemas internos y problemas externos, por el marco del Estado nación y el de
las relaciones internacionales, sino que presenciamos un encabalgamiento de
problemas internos y externos que puede comprobarse a diario, ya se trate de
cuestiones sociales como la del empleo o de seguridad interna y externa como la
del terrorismo.
Sucede, no obstante, que la polarización de épocas anteriores no ha perdido todo
el sentido de que se hallaba investida. Así puede apreciarse, por ejemplo, en
Escandinavia, donde el sindicalismo sigue encarnando una pujante fuerza social;
el antiguo polo social y reformista conserva en este caso una auténtica
capacidad de acción y de maniobra bajo la forma de una socialdemocracia capaz de
modernizarse y de cuajar en un molde de tipo social-liberal. En otras partes,
allí donde el movimiento obrero deja de constituir la base social de la acción
política o incluso se retracta en sus posiciones para convertirse en
corporativismo o neocorporativismo -sin objetivo ni intención universal-, lo
cierto es que está aún por descubrir la socialdemocracia.
En algunos casos, uno de los dos nuevos polos se impone claramente al otro. Hugo
Chávez, por ejemplo, es una figura tal vez más populista y demagógica que
convincente de una izquierda social-social y nacionalista; Tony Blair encarna,
por el contrario, una izquierda notablemente social-liberal, y probablemente más
liberal que social. Sin embargo, en muchos otros casos la alianza de ambas
lógicas constituye la apuesta política del acceso al poder o la continuidad en
él. Tal es el caso de Italia, donde Romano Prodi, en tanto logre construir el
gran partido de sus sueños -demócrata y reformador, del que El Olivo no es más
que un esbozo-, deberá apoyarse en buena medida en la izquierda de la izquierda
y, en especial, en Refundación Comunista. Lo propio puede decirse de Francia,
aun teniendo en cuenta que el polo social-social se ve reforzado desde mediados
del decenio de los noventa al hilo de una historia política en cuyo seno sus
actitudes de rechazo o repulsa de las dinámicas de apertura de tipo
social-liberal se han consolidado ininterrumpidamente: contra la reforma Juppé
de la Seguridad Social (1995), contra el tratado constitucional europeo (2005) o
contra el CPE de Dominique de Villepin (2006).
En estas cuestiones en que para ambas izquierdas se trata de alcanzar un acuerdo
sobre el fondo de las cuestiones, la ecuación teórica es nítida: la izquierda
integrada debe propiciar que pueda articularse efectivamente la solidaridad y en
consecuencia la protección social, la lucha contra la precariedad y la exclusión
con la eficacia económica y por tanto la apertura al mundo. Ha de asumir,
además, no sólo las exigencias sociales de un grupo central, la clase obrera de
ayer, de la que Marx pensaba que liberaría a toda la humanidad rompiendo sus
propias cadenas, sino también las expectativas culturales mucho más difusas,
individuales y colectivas que brotan de una sociedad donde cada cual -de forma
creciente- desearía ser sujeto personal de su propia existencia.
M. WIEVIORKA, profesor de la
Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París
Traducción: José María Puig de la Bellacasa