UN VIAJE A RUSIA
Luis Bouza-Brey,
20-8-01
Este verano decidimos visitar Rusia. Poco a poco vamos
adoptando una pauta de descanso veraniego en la que se alternan año tras año el
viaje de aprendizaje cultural y el de descanso en lugares recoletos, frescos y
alejados del apiñamiento turístico.
Hace dos años Centroeuropa: Hungría, Chequia, Eslovaquia,
Austria. El año pasado Cantabria: los robles, castaños, pastos y vacas del nacimiento
del Asón en Valcaba de Soba. Este año Rusia.
A ambos nos atrae el conocimiento de la Europa Central y
Oriental, donde nos jugamos tanto la Humanidad, la civilización y la Unión
Europea. Y, por otra parte, Romy no resiste el calor y la saturación turística
del verano mediterraneo, mientras que yo añoro los árboles frondosos, las
montañas, el agua fresca limpia y rumorosa de los arroyos y la calidad
gastronómica del Norte.
Así que este año nos fuimos a Rusia, a las dos grandes
capitales, Moscú y San Petersburgo, y a la Rusia profunda de las ciudades
medievales próximas a Moscú: Kostromá, Yaroslav, Rostov, Vladímir, Serguei
Posad, Súzdal. En estas ciudades se formaron el Estado y la Nación rusos,
gracias a la estrecha alianza estratégica defensiva frente a los tártaros,
suecos, polacos alemanes y turcos, de los zares y la Iglesia ortodoxa. Los
“kremlims” o fortalezas, que incluyen en su interior a palacios, iglesias
y monasterios, constituyen el núcleo
central de las antiguas ciudades rusas.
No es extraña la proliferación de estos “kremlims”, pues la
Rusia profunda es un territorio de grandes llanuras que se extienden desde el
Báltico hasta el Mar Negro, el Caspio y los Urales.
Pero dejando a un lado la Historia antigua de Rusia, quisiera
relatar mis impresiones de la Rusia actual:
La primera impresión la recibimos en el aeropuerto de
Barcelona, en donde tuvimos que esperar más de cuatro horas un avión procedente
de San Petersburgo que no se sabía dónde estaba. Después, cuando aterrizamos en
Moscú, tuvimos que esperar dos horas por las maletas, que eran descargadas por
un solo individuo con un pequeño automóvil que se desplazaba en largos viajes
entre el avión y la sala de equipajes del aeropuerto.
El viaje a Moscú en avión comenzó a las nueve de la mañana y
terminó a las cuatro de la madrugada después de desmoralizadoras inercias,
inepcias y flagrantes incumplimientos de sus deberes profesionales por parte
del personal que había de transportarnos.
La vuelta desde San Petersburgo hasta Barcelona reprodujo las
mismas deficiencias que a la ida, aunque en menor escala. Quizá lo más
llamativo fue que nos dieron de comer a las diez de la mañana, cuando había
tiempo de sobras para hacerlo más tarde antes de llegar a España.
Pero quisiera centrarme en impresiones más relevantes: el
viaje por Rusia me produjo una impresión semejante a como si un gran terremoto
o una guerra la hubieran asolado. Enormes campos de cultivo abandonados y
yermos, empresas cerradas a todo lo largo del país, casas que se caían a
trozos, carreteras llenas de baches, ancianos y niños mendigos y guardias de
seguridad privados en todas partes, ciudadanos haciendo cualquier cosa
complementaria a su trabajo para sacar algo de dinero, como los taxistas sin
licencia, los maestros y profesores pluriempleados, etc... un país rico y grande que ha experimentado un
retroceso brutal.
Pero lo más preocupante e inmovilizante es que no parece
haber la innovación y el dinamismo de una sociedad civil fuerte que pueda
impulsar la regeneración: predominan las inercias, el abandono, las rutinas y
el desánimo. Las calles y lavabos de casi todo el país dan pena.
Aunque dos personas rusas, inteligentes y cultas, nuestros
dos guías de Kostromá y San Petersburgo, Tatiana y Andrei, afirmaban que
percibían que el peor momento ya había pasado y se atisbaban signos de
recuperación. Pero destacaban también la corrupción radical del país en todos
los niveles: económicos, profesionales y políticos.
Se sale triste de Rusia, al ver un gran país y un pueblo
destrozados, al ver cómo ha finalizado un experimento histórico que pretendía
mejorar las condiciones de vida de la mayoría del pueblo. Aunque la transición
era mucho más difícil que la española, pues el derrumbe del poder soviético
afectó de raíz a toda la infraestructura económica, da la impresión de que
podía haberse hecho mucho mejor, que ha faltado un liderazgo de calidad que
luchara contra la decomposición e impulsara la revitalización e integración de
la sociedad. Rusia es una sociedad sin pulso, pero con enormes potencialidades.
No obstante, la tristeza se compensa con la belleza del
paisaje, la arquitectura y el arte
rusos. Los bosques frondosos, los grandes rios y lagos, los enormes campos de
cultivo, el Kremlim, la Plaza Roja y la plaza de las catedrales de Moscú, San
Petersburgo y Pedrodvorets, son experiencias estéticas que enriquecen la
sensibilidad. Y, aunque nos faltó un mayor contacto con el pueblo ruso, el
conocimiento de algunas personas que nos acompañaron en el viaje nos hace
concebir esperanzas en la recuperación de aquel hermoso país.