LA DECLINACIÓN DE LA FAMILIA Y DEL INDIVIDUO  EN MEDIO DEL CONSUMISMO ACTUAL

 

 Artículo de H. C. F.  Mansilla de Septiembre de 2005

 

   Una de las conquistas irrenunciables de la modernidad es la conformación de un número elevado de personalidades sólidas, capaces de servirse de sus facultades racionales en forma autónoma y, al mismo tiempo, de sentir un respeto auténtico por sus congéneres, justamente en medio de una diversidad de opiniones e intereses materiales. Para esto se requiere de cualidades que, paradójicamente, florecen en un ambiente premoderno. Una sociedad razonable es aquella cuyos miembros experimentan un reconocimiento mutuo, sentimiento que abarca, su vez, comprensión, autoconfianza, amor, estima, o resumiendo, solidaridad. Estos lazos firmes de reciprocidad, uno de los rasgos positivos del mundo pre-industrial y preburgués, son indispensables para que se logre la moderna autorrealización de las personas autónomas. Los enfoques atomistas y extremadamente individualistas, que reducen la vida social a la lucha por la autopreservación, a la competencia agresiva de todos contra todos y a la conquista y consolidación del poder, no logran dar cuenta de la complejidad del mundo social.

 

   Hay que recordar la relevancia actual de algunos rasgos del mundo premoderno. Entre las ventajas de una niñez protegida y preservada de lo excesivamente profano y prosaico, se hallan la imagen de la utopía imaginada y del hogar añorado, la protección sin represión, el poder ser candoroso sin peligro, el ser recompensado sin tener que demostrar rendimiento. En ciertos periodos históricos la estructura familiar contribuyó a formar individualidades fuertes, orientadas según el paradigma de un padre económicamente autónomo, políticamente liberal, moralmente estable, que irradiaba seguridad y confianza. La imitación de este padre era la fuente de una personalidad perspicaz en cuestiones mundanas e inclinada hacia una ética consistente, mientras que la madre representaba la esfera de la espontaneidad, el ámbito del calor familiar y la posible conexión con la esfera del arte y la literatura. La curiosa resistencia y la fortaleza de la familia justamente en épocas de crisis y desgracias nos muestra que su fin no está tan cerca como lo suponen sus detractores neoliberales y postmodernistas.

 

   Pero el "progreso" de los últimos cincuenta años ha significado que la familia como tal perdió relevancia económica y moral; al no tener el niño paradigmas sólidos para orientarse y contar sólo con un padre de carácter débil y una madre demasiado ocupada en su profesión y sin amor suficiente para la generación joven, se diluyó una importante fuente para el surgimiento de individualidades vigorosas. De ahí proviene la personalidad autoritaria: el invididuo se apoya en figuras e instituciones sociales que suplantan la autoridad paternal y despliega una tendencia a rechazar todo impulso de autorreflexión y a imitar los modelos casi obligatorios de comportamiento que le sugiere la moderna industria de la cultura. Se pierden cualidades reputadas ahora como "burguesas y anticuadas" (la confiabilidad, la perseverancia, la laboriosidad, por un lado, la autonomía de juicio, el respeto a la pluralidad de opiniones, el alto aprecio por el Estado de Derecho, por otro), que han demostrado ser razonables e importantes para una vida bien lograda; su pérdida conlleva el empobrecimiento de la vida individual y social en el presente.

 

   Tenemos hoy en día una situación signada por múltiples factores de muy distinto origen, pero vinculados entre sí, lo que diferencia la era contemporánea del mundo de ayer. Entre estos factores se hallan: la disolución de la estructura familiar clásica, la erosión de la llamada alta cultura, la pérdida de la inocencia en la infancia, la dificultad de dialogar con el prójimo, el desprecio por la historia, el relativismo de valores, la indiferencia por las grandes creaciones artísticas y literarias y hasta la desaparición del buen trato entre los mortales. Y esto no es una crítica cultural anticuada, anacrónica y sólo nostálgica del pasado. La carencia de tradiciones no es únicamente una circunstancia lamentable, sino una peligrosa: esta falta es la que socava la resistencia a lo autoritario, la que facilita la integración en sistemas totalitarios y la que promueve el sometimiento bajo cualquier pauta de orientación que tenga vigencia en un momento dado.

 

   Hoy la influencia de los medios masivos de comunicación ha conducido a la ruptura con los valores de orientación representados por las generaciones mayores. El resultado no es tan favorable como lo creen los teóricos de la globalización. El ser humano flexible y moldeable vive en un estado permanente de extrañamiento, desolación y confusión, aunque se halle a tono con todas las modas y normativas de la postmodernidad. Es tan flexible que no conoce ni aprecia lealtades permanentes; para él todo es coyuntural, momentáneo, pensado en el corto plazo. Hay que estar preparado para pasar inmediatamente de un empleo, un lugar de trabajo, un domicilio, a otros. Este nómada tiene poquísimos lazos con las generaciones que le siguen; no personifica ningún valor digno de ser seguido por sus propios hijos. Y este ser humano será la pesadilla del futuro.